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Tribuna
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2016: Cómo aprovechar un buen año

España solo aborda reformas cuando la situación económica es mala. Deberíamos romper esa maldición de desperdiciar siempre las coyunturas favorables y emprender cambios para conseguir un mayor bienestar

Miguel Ángel Fernández Ordoñez
EDUARDO ESTRADA

Como se esperaba, 2015 fue un buen año desde el punto de vista de la coyuntura económica. Después de cinco años del brutal pero efectivo ajuste que se inició en el año 2009, la economía española empezó a crecer en 2014 y los resultados del ajuste se hicieron más patentes con las notables cifras de crecimiento y aumento de empleo del año pasado.

Algunas políticas de los dos últimos Gobiernos han ayudado a conseguir estos resultados. Por ejemplo, las reformas de las pensiones, las reducciones de gasto y los aumentos de impuestos. O la reestructuración del sector bancario acordada por los dos grandes partidos y ejecutada por el FROB y el Banco de España. Incluso las reformas laborales, aunque poco efectivas e insuficientes, mejoraron la confianza empresarial.

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No obstante, el cambio en la coyuntura ha sido, sobre todo, el fruto de un intenso y prolongado ajuste que han hecho —o sufrido— los agentes económicos sin la intervención de los Gobiernos. Durante esos cinco años se produjo una masiva expulsión de trabajadores de los sectores menos productivos como el inmobiliario, y una potenciación de los sectores exportadores. Los costes sociales de esta reasignación de factores productivos han sido ingentes, pero han generado unas ganancias de competitividad que han sido claves para que se produjera el cambio cíclico.

El fuerte desendeudamiento del sector privado ha sido otro factor que ha favorecido el inicio de la recuperación. Por su parte, las actuaciones del Banco Central Europeo han logrado un cambio espectacular en las condiciones financieras que ha sido decisivo para que pudiera iniciarse la fase expansiva. Y no olvidemos la suerte, que nos trajo el derrumbe de los precios de petróleo.

Todos estos factores siguen todavía desplegando sus efectos positivos, por lo que 2016 deberá ser otro buen año, con un crecimiento del PIB parecido al de 2015 y con otro medio millón de empleos más. Solo veremos alguna desaceleración cuando desaparezca el efecto expansivo de las medidas fiscales electoralistas. También podría reducirse el crecimiento previsto si la desaceleración de los países emergentes acaba siendo más fuerte que la esperada.

Si dejamos a un lado la coyuntura y nos fijamos en el medio plazo, esto es, en las políticas necesarias para hacer más sostenible el crecimiento, la previsión de lo que podemos esperar del 2016 no es tan optimista. Durante la crisis, los años de las reformas difíciles se concentraron en el bienio 2010-2011 del Gobierno de Zapatero y en los años 2012-2013 del de Rajoy. Sin embargo, en cuanto mejoró la coyuntura no se ha hecho ninguna reforma de la intensidad de las realizadas aquellos años. Y 2016 podría ser el tercer año sin reformas significativas.

El nuevo Gobierno tendrá que apretarse el cinturón para cumplir los compromisos de la UE

Existe una ley inexorable según la cual los Gobiernos españoles solo reforman cuando la situación económica es mala. Como si los dioses nos hubieran dicho: “Os enviaré años buenos, pero sabed que entonces vuestros Gobiernos dejarán de reformar”. Así, los Pactos de la Moncloa bajo la UCD y el profundo proceso de liberalización y reestructuración de la economía española del trienio 1983-1985 bajo Felipe González se emprendieron antes de que se iniciara la fase expansiva de la segunda mitad de los ochenta. Lo mismo se puede decir de las rigurosas medidas adoptadas antes de la expansión que comenzó en 1994 o las mencionadas de los Gobiernos de Zapatero y Rajoy, acometidas en los años más duros de esta crisis.

Los años buenos no solo paralizan el espíritu reformador sino que, como ha sucedido el año pasado, los Gobiernos pueden ir hacia atrás. Los analistas calculan que sin los regalos fiscales electorales el déficit público podría haber cerrado el año con un -3,9% del PIB. Desgraciadamente, el déficit final de 2015 se acercará más al 5% que al 4% con lo cual el nuevo Gobierno no solo tendrá que apretarse el cinturón para cumplir con los compromisos comunitarios sino que, incluso si consigue suavizarlos, deberá aumentar más los recortes y los impuestos para compensar las alegrías de los comicios.

Deberíamos romper esa maldición de desperdiciar siempre las coyunturas favorables y negarnos a aceptar pasivamente que 2016 sea un tercer año sin reformas, porque son muchas las que debemos emprender si queremos alcanzar un mayor bienestar y distribuirlo mejor. El mero análisis de la composición del crecimiento actual nos indica que no es sostenible durante mucho tiempo. Está basado en la demanda nacional y fundamentalmente en la demanda de consumo. La espectacular mejora de la balanza corriente que se produjo desde 2009 hasta 2013 se detuvo después y no ha mejorado nada en los dos últimos años. La contribución del sector exterior al crecimiento ha sido negativa en 2015 por segundo año consecutivo y se espera que vuelva a ser negativa en 2016.

Los efectos negativos de la deuda han quedado anestesiados por los reducidos tipos de interés

Hay que aprovechar que la mayoría de los partidos que han concurrido a las elecciones han proclamado la necesidad de que nuestro crecimiento cambie de estructura y se base más en aumentar la productividad de los trabajadores y en alcanzar una tasa de ocupación similar a la de los países europeos más desarrollados. Para ello hay que aprender de lo que estos han hecho en las últimas décadas y avanzar en la denominada “flexiguridad” y en otras muchas políticas que han demostrado ser eficaces para conseguir tasas de paro más bajas y salarios más altos.

Estas reformas hay que emprenderlas cuanto antes porque algunos de los factores que están impulsando la actual bonanza desaparecerán inevitablemente. El caso más evidente es el de las políticas practicadas por el Banco Central Europeo desde 2012. No solo han creado unas condiciones financieras excepcionalmente favorables para el sector privado sino que han permitido que el Gobierno pudiera aumentar la deuda pública hasta niveles gigantescos sin que los españoles se dieran cuenta. Los efectos negativos de esa colosal acumulación de deuda han quedado anestesiados por los muy reducidos tipos de interés actuales.

Pero algún día el Estado español tendrá que pagar tipos de interés normales y entonces nos enteraremos de lo que cuesta financiar y devolver una deuda pública que ha alcanzado el 100% del PIB y, en particular, se sufrirán sus efectos contractivos sobre el crecimiento. Ahora es el momento de evitar que, cuando se normalicen los mercados financieros, lo único que nos quede sea lamentarnos por haber perdido estos años buenos.

Miguel Ángel Fernández Ordóñez fue gobernador del Banco de España

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