_
_
_
_

Historia inédita de las Antillas

Un mundo fascinante de islas que no tenían su propia historia en español hasta que la elaboró un puñado de expertos del Centro Superior de Investigaciones Científicas (CSIC)

Fernando Gualdoni
Mapa general de las Indias Orientales (Joseph Smith Speer, 1796).
Mapa general de las Indias Orientales (Joseph Smith Speer, 1796).CSIC

"El Caribe no es un lugar idílico, no para sus nativos”, escribió Derek Walcott, Nobel de Literatura de 1992. “Un lago azul (…) con islas de goma inflada que cabecean en el agua y cócteles con sombrillas que flotan hacia ellas arrastrados por la corriente. Así es como las islas (…) se venden al mundo; esta es la erosión estacional de su identidad, esa estridente repetición de las mismas imágenes que no sabe distinguir una isla de la otra”, reza el poeta de Santa Lucía. A través de su obra, el escritor caribeño ha intentado transmitir las sensaciones de ese espacio colonizado donde nació y creció, ese conjunto de islas donde los inmigrantes debían convertirse en agricultores, pequeños plantadores y mercaderes. Y sin embargo el relativo fracaso de este modelo forzó la introducción masiva de esclavos y el posterior absentismo de los colonos blancos, lo que perfiló de forma especial el carácter demográfico y el sistema económico de las Antillas, sobre todo de las no hispanas.

Cada isla es una entidad distinta e idiosincrásica, una civilización, o su reverso

Leigh Fermor

Las obras de teatro y la poesía de Walcott, o libros como El árbol del viajero. Un viaje por las Antillas, escrito en 1950 por Patrick Leigh Fermor, un historiador y exsoldado británico que pasó un tiempo visitando Guadalupe, Martinica, Dominica, Barbados, Trinidad y Tobago, Haití y Jamaica, entre otras islas, tras sobrevivir a la II Guerra Mundial, permiten adentrarse en un mundo donde, según él, “cada isla es una entidad distinta e idiosincrásica, una civilización, o su reverso, de orígenes fortuitos y evolución empírica”. Las Antillas son un mundo fascinante salpicado de islas, islotes y cayos a lo largo de 273.000 kilómetros que no tenían su propia historia en español hasta que se le metió en la cabeza a Consuelo Chelo Naranjo.

La primera vez que esta investigadora del Instituto de Historia del Centro Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) pensó en ella fue hace casi 20 años. “Alrededor de las Antillas, plenas de mitos, se fue generando una idea cercana al Paraíso alimentada por distintos valores transmitidos por los conquistadores, expedicionarios, evangelizadores, viajeros y escritores. Esta imagen logró sobrevivir al paso del tiempo a través de relatos que proyectan un cuadro estático, idílico e irreal que se traslada a todas las Antillas y al Caribe unificando y simplificando sus historias y culturas”, reflexiona Chelo Naranjo en su despacho del CSIC en Madrid. Allí, en su biblioteca, aparece en perfecto orden el trabajo que tardó ocho años en completar: Los cinco volúmenes de Historia de las Antillas (Ediciones Doce Calles), que analizan Cuba, República Dominicana, Puerto Rico, las Antillas no hispanas y que cierra con uno de historia comparada.

Exterior de una destilería de un ingenio azucarero.
Exterior de una destilería de un ingenio azucarero.W. Clark

Junto a Naranjo, parte del equipo que hizo posible la obra dice que a través de esta “han intentado contribuir a la comprensión tanto de los elementos que son comunes a toda la región como de otros que las han diferenciado. Factores como la esclavitud, el mestizaje, la transculturación, el cultivo del azúcar, la música o la religiosidad han dado lugar a un concepto de Caribe unitario y homogéneo sobre el que se erigen otros Caribes atomizados en diversas culturas y sociedades”.

La obra no solo es inédita por el idioma y la estructura, sino también porque desnacionaliza la historia. “La mejor manera de no tomar los prejuicios nacionales por verdades consiste en hacerse una idea general, conociendo otras experiencias y sometiéndolas a comparación”, vino a decir Gabriel Bonnot, el abbé de Mably, en De la maniére d’écrire l’histoire, de 1796; una máxima que los autores de Historia de las Antillas decidieron honrar. Los textos fueron coordinados por investigadores españoles, pero en ellos participan expertos locales y de otros países.

Estas tierras fueron un trampolín para la conquista del continente americano

En un tiempo en que muchos Gobiernos populistas de América Latina se han dedicado a manipular la historia para justificar sus políticas actuales, el empeño de Chelo Naranjo en involucrar a nacionales y extranjeros tiene más mérito. “Los académicos locales siempre se atribuyen un mayor conocimiento de la historia de su país, pero yo creo que la apertura enriquece los análisis”, relata Naranjo, recordando lo fatigoso que fue luchar contra los prejuicios de muchos académicos. “Cuando los hispanistas franceses e ingleses irrumpieron en nuestra historia, no fueron bien recibidos por muchos estudiosos. Sin embargo, el tiempo demostró que los estudios de esos extranjeros nos enriquecieron a todos. Cuando discutía con alguno de los autores de las Antillas, me espetaban: ‘Lo que tú digas, total, como esto es para españoles…’. Le respondía: ‘Esto se edita en España, pero es para todos…’. ¡Ay!, qué difícil fue luchar contra los patrones nacionalistas y culturales, demostrar que el origen de cada uno no puede sesgar la visión de la historia”, rememora.

En la historiografía sobre las Américas impulsadas desde España, Naranjo observa que las etapas de la historia precolombina y de la colonización y conquista están más que cubiertas y que hay infinidad de buenas investigaciones. Sin embargo, reconoce que sobre el periodo de los últimos 200 años queda mucho por hacer. La etapa que arranca con los procesos de independencia latinoamericanos, que van desde 1808 con la crisis en la península Ibérica y su impacto en las colonias hasta la batalla de Ayacucho de 1824, y que continúa con la formación de las actuales repúblicas con todas sus crisis –el ascenso de los caudillos, enfrentamientos internos, guerras regionales, etcétera–, merece más tinta de los expertos. El modelo seguido en Historia de las Antillas, el de colaboración entre historiadores locales y extranjeros, abre una vía para trabajar de forma más objetiva sobre esta etapa.

Retrato de François Dominique Toussaint-Louverture, relevante dirigente revolucionario haitiano (arriba).
Retrato de François Dominique Toussaint-Louverture, relevante dirigente revolucionario haitiano (arriba).

Los autores de la obra creen que es probable que al seguir las Antillas un camino diferente al de las emancipaciones continentales latinoamericanas, esto influyó en desubicar historiográficamente esta parte estratégica del mundo atlántico. El olvido de este espacio entra dentro de esas jugarretas que muchas veces hace la historia con personas, lugares y eventos que quedan soslayados sin explicación. Esto es lo que le pasó al Caribe a pesar de que “estos territorios se situaron en primer plano como trampolín para la conquista del continente americano, lugar de experimentación de cultivos, establecimiento de modelos de organización social y económica, centro de abastecimiento de la flota y escenario de rivalidades imperiales”, reza la obra.

“A pesar del papel desempeñado por los territorios antillanos, las historias generales de América conceden a este espacio escasa atención. Hasta la publicación de la colección Historia de las Antillas no existían estudios que de manera monográfica ofrecieran una visión amplia de la zona tanto de forma individual como en conjunto de un modo comparado. Era necesario abordar estudios de las Antillas que reflejaran su función en la configuración del sistema atlántico no solo como meros puntos de enclave, distribuidores o productores de mercancías, sino también como sociedades con características propias y diferentes al mundo americano”, dice la académica.

El primero de los libros fue el dedicado a Cuba, país sobre el que Chelo Naranjo es una experta. Fue también el primero porque surgió del congreso internacional celebrado en Aranjuez en abril de 1995, cuyas actas dieron paso a una serie de documentos editados bajo el título de La nación soñada: Cuba, Puerto Rico y Filipinas ante el 98. “El volumen sobre la historia cubana fue el más fácil para mí porque lo coordiné yo y era mi área de especialidad. Además, en España hay grandes especialistas en la materia”, relata. La última parte del libro está dedicada a medio siglo de políticas económico-sociales en la Cuba socialista y su autor es Carmelo Mesa-Lago, “uno de los máximos expertos en el campo de los estudios sobre las políticas económicas del régimen a lo largo de toda su trayectoria”, en opinión de Naranjo, que reconoce que la elección de Mesa-Lago ahuyentó a otros escritores locales de participar en la obra.

Ilustración que representa una plantación de caña.
Ilustración que representa una plantación de caña.W. Clark

Pero ella defendió su elección: “Desde hace 40 años, los análisis de Mesa-Lago han sido un referente insustituible para conocer los que él llama los ciclos de la economía socialista de Cuba, que según sus cálcu­los han sido nueve a lo largo de medio siglo. Lo importante es que Mesa-Lago es capaz siempre de explicar los datos cuantitativos a partir de las decisiones políticas del grupo dirigente y de Fidel Castro en particular. Es notorio que en este campo las decisiones se quedaron siempre en las manos del máximo líder. El enfoque de Mesa-Lago revela, por ejemplo, que medio siglo de experimentos socialistas no cambiaron la dependencia estructural de la isla del sistema internacional”, explica la investigadora.

“El libro sobre Cuba fue prácticamente ignorado en la isla tras su publicación en 2009. Sin embargo, más tarde comenzó a ser citado en libros impresos en la isla y en México. Para entonces ya había tenido una gran acogida en Estados Unidos. Todo esto, en las claves internas de nuestra profesión, es síntoma de aprobación por parte de la comunidad académica. A medida que fue avanzando el deshielo cubano se produjeron otras señales positivas, como la vuelta de Mesa-Lago a la isla, y en 2013 me nombraron académica de la Historia en Cuba”, recuerda Naranjo.

En 2010 le siguió el volumen sobre la República Dominicana. “Fue el territorio fundacional de América, en el que se ensayaron y pusieron en práctica modelos de plantación, se adaptaron instituciones jurídico-religiosas y se sentaron las bases de la cultura criolla oficial con la primera universidad del Nuevo Mundo”, dijo Naranjo cuando presentó la obra en la Casa de América en febrero pasado. El texto fue uno de los que más labor diplomática necesitaron por parte de los académicos españoles a la hora de limar diferencias de criterios entre los autores. La historiadora lo recuerda y sonríe: “Me consuela mucho saber que ya va por su segunda edición en Santo Domingo y que se utiliza en la universidad, esto es un orgullo para un historiador”, comenta.

Mientras habla del libro, reconoce que la estructura inflexible de temas comunes en los volúmenes de las tres grandes Antillas hispanas condicionó la extensión de los capítulos como el de la revolución cubana, que hubiesen merecido un espacio más amplio. “Teníamos que trazar un esquema porque si no el proyecto nos hubiese desbordado… Algunos me preguntaron por qué no incluimos un capítulo sobre la mujer, o los ejércitos…, pero esto hubiese hecho el trabajo infinito, y el objetivo de cualquier proyecto es tener un resultado. Yo estoy contenta con el que hemos logrado”.

Vista de La Habana.
Vista de La Habana.Csic

Uno de esos sucesos históricos que saben a poco en el libro dedicado a la República Dominicana, aunque esté muy bien tratado, es la llamada Revolución de Saint-Domingue o revolución haitiana. Tras ser descuidada por España, que concentró sus atenciones en México, Perú y otros territorios más ricos, la colonia de Santo Domingo empobreció y se despobló paulatinamente. Esa situación fue aprovechada por aventureros franceses para ocupar la parte occidental de la isla en la segunda mitad del siglo XVII. En el siglo siguiente desarrollaron la colonia de plantaciones más rica de las Antillas: Saint-Domingue. De esta colonia surgió Haití, la primera república negra en el mundo, después de una cruenta rebelión de esclavos detonada por la Revolución Francesa. Todo un hito de la historia latinoamericana.

Más tarde, en 2012, llegó el volumen de Puerto Rico, la menor de las Antillas Mayores, que, a diferencia de Cuba y República Dominicana, durante su poco más de cinco siglos de historia siempre ha estado vincu­lada a una metrópoli: primero a España y luego a Estados Unidos. El texto explica con fluidez cómo la isla fue objeto de incesantes intentos de conquista por los enemigos de España dada su posición más oriental. Franceses, ingleses y holandeses la atacaron hasta forzar a la Corona española a construir un complejo de fortificaciones que convertirían a Puerto Rico en una pieza clave del sistema defensivo del Caribe. Esto convirtió a la isla en inexpugnable, pero también fue su perdición porque hizo que la metrópoli no se preocupara por el desarrollo económico. El 25 de julio de 1898, con la invasión del Ejército estadounidense, Puerto Rico entró en contacto con una cultura e idioma diferentes. Ese vínculo perdura hasta hoy con el estatus de Estado Libre Asociado.

Pero si la publicación de los volúmenes de Cuba, República Dominicana y Puerto Rico se propuso llenar un vacío historiográfico no solo en España, sino a escala internacional, el análisis de las Antillas no hispanas jamás había sido acometido de manera coordinada en un único libro. “La estructura de la obra es diferente debido a las características propias que marcaron tanto los procesos de colonización como los de descolonización. Los distintos modelos desarrollados por Francia, Gran Bretaña, Holanda, Dinamarca, Suecia y Alemania determinaron una evolución distinta a la de las Antillas hispanas y generaron sociedades y culturas con estructuras y pautas singulares”, dicen los autores.

Bajo el concepto de Antillas no hispanas (o Menores) se engloban las islas repobladas por europeos procedentes de otras naciones que desde el siglo XVI participaron en la carrera por la hegemonía comercial atlántica compitiendo con el avance hispano. En un principio consideradas islas inútiles, por la ausencia de oro, pronto se caracterizaron por ser centros de contrabando y piratería, pero también núcleos de resistencia a los modelos coloniales. Las islas mayores de este grupo, como la que integraba al territorio francés de Haití o Jamaica, así como otras que fueron importantes almacenes de esclavos y mercancías, como la holandesa Curazao, han compartido más de una historia común.

elpaissemanal@elpais.es

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Sobre la firma

Fernando Gualdoni
Redactor jefe de Suplementos Especiales, ha desarrollado la mayor parte de su carrera en EL PAÍS como redactor de Economía, jefe de sección de Internacional y redactor jefe de Negocios. Es abogado por la Universidad de Buenos Aires, analista de Inteligencia por la UC3M/URJ y cursó el Máster de EL PAÍS y el programa de desarrollo directivo de IESE.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_