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Navegar al desvío
Columna
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Disculpen las molestias, nos están matando

#Ni una menos, la protesta contra la violencia que sufren las mujeres en Argentina

Manuel Rivas

Ese día me acerqué al mar a ver qué había en la línea del horizonte. A veces hay suerte, y pasan recuerdos, viñetas, hologramas y aves emigrantes. El pasado 3 de junio eran todas mujeres haciendo equilibrio, caminando en la punta de los pies como eternas aprendices de ballet, y con los brazos en cruz, para no precipitarse a lo invisible. Más o menos lejanas en el tiempo, históricas o imaginadas, pero cada vez más reales. Por la misma línea de horizonte, desde Sherezade hasta la sufragista Emmeline, desde Antígona hasta Concepción Arenal, vestida de hombre para poder asistir a la Facultad de Derecho. Pero, por alguna razón, la imagen que me quedó grabada fue la de la Abuela, el personaje de un cuento de Flannery O’Connor, el titulado Un hombre bueno es difícil de encontrar.

La escritora sureña Flannery O’Connor (1925-1964), afectada por una enfermedad que la obligaba a andar en muletas, pasó gran parte de su vida en la granja familiar de Milledgeville, dedicada a escribir y a criar pavos reales. Católica y demócrata, a la hora de escribir saltó con sus muletas todas las castidades, setos y vallas del Sur, incluidos los límites del condado de Faulkner. Es pura perturbación.

Si hay alguien que no debería morir de esa manera, asesinada por ser mujer, es la abuela del relato de O’Connor. Pero la matan de tres disparos.

Dice el asesino: “Habría sido una buena mujer si hubiera tenido a alguien cerca que le disparara cada minuto de su vida”.

Esto, el disparar cada minuto, es un promedio que está ocurriendo con la mujeres en el mundo.

Reconocer la realidad es imprescindible. La agresividad destructiva es, en muy gran parte, un asunto de hombres

“Disculpen las molestias, pero nos están matando”. Esa era la leyenda que llevaba estampada en una remera en una manifestación que quedará en el calendario de la memoria de los rescates de la humanidad. La que se convocó en Argentina y otros países latinoamericanos contra el femicidio con el lema #Ni una menos. La chica de la remera estaba en Buenos Aires, el 3 de junio, con cientos de miles de manifestantes. ¿Disculpen las molestias? Y lo explicaba así al cronista de Página 12: “Ya estoy podrida de que reclamen en cada corte (de tráfico) que hacemos por una que nos matan, nos violan o nos pegan. Y después un energúmeno corta la calle por un partido de fútbol y todo está bien”.

La unanimidad informativa puede ser inquietante, tanto como el silencio unánime. En este caso es casi un milagro. Medios tan diferentes como Clarín, La Nación y Página 12 destacaron en primera plana una movilización que sí puede significar un giro copernicano, cansados como estamos de giros copernicanos que no giran nada. El #Ni una menos tiene que abrir paso a otra cultura, a otro sentido común. Hay juristas, políticos o periodistas que cuestionan el término femicidio (o feminicidio) para definir este estado de terror contra las mujeres. Se dice: “Nadie sale a matar una mujer por ser mujer…”. En realidad, hay lugares, esos “malditos sitios tristes” del Infierno de Dante, donde la mujer ya no puede salir. Y muchas veces está en peligro en la calle y en casa. Cada 30 horas se produce un feminicidio en Argentina. En España, en el último año, y según cifras oficiales, fueron condenados en firme 16.207 hombres por delitos de maltrato a mujeres.

Hay muchas cosas que cambiar, pero reconocer la realidad es imprescindible. La agresividad destructiva es, en muy gran parte, un asunto de hombres. Esa es la conclusión a la que se llega en Una historia de la violencia, de Robert Muchembled, una monografía rigurosa que abarca desde la Edad Media hasta nuestros días (edición en castellano de Paidós, 2010).

Las explicaciones relacionadas con las hormonas masculinas particularmente activadas por el calor no resultan muy convincentes, como tampoco la apelación a la genética del cazador macho. “Sería tentador”, escribe Robert Muchembled, “relacionar estos hechos con invariantes de la naturaleza humana”. Pero él mismo da una respuesta a este engaño establecido como convención general: “Para el historiador, lo esencial se halla en la construcción del ser humano por su cultura. El lazo primordial no se establece entre la violencia y la mascu­linidad, pues esta es un dato biológico”. ¿Cuál es, entonces, el lazo primordial de esta violencia? “Se establece con la virilidad”.

Esa virilidad tóxica va asociada a un poder chulo, huevón, que sólo sabe dominar. No se le espera en la línea del horizonte. Algo más que el silencio se acaba de mover en Buenos Aires.

elpaissemanal@elpais.es

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