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Meterse en un berenjenal

A medida que se ha ido manipulando, hemos tratado de adecuar la berenjena a nuestro paladar y hacerla bonita

Ana Domínguez

Desde luego, no es lo más agradable que puede pasar en la vida, ya que muchas variedades de berenjenas suelen ser espinosas, y meterse en un berenjenal significa salir con una buena cantidad de raspaduras. De hecho, las variedades silvestres de berenjenas suelen ser mucho más espinosas que las cultivadas, porque una de las cosas que hemos seleccionado es que no pincharan para favorecer su cultivo.

Conocer el antepasado silvestre de una planta puede ser muy útil, ya que nos permite ampliar el fondo genético de las que se utilizan en agricultura. Si obtenemos especies emparentadas, podemos hibridarlas con las cultivadas y aportar características como resistencia a una plaga o tolerancia al frío.

El primer científico que estudió de forma sistemática el origen de domesticación de las siembras y el establecimiento de bancos de semillas que permitieran almacenar esta riqueza genética fue el soviético Nikolái Vavílov, que en sus expediciones por todo el mundo llegó a acumular cientos de miles de variedades de plantas silvestres y cultivadas. A él le debemos los principios que guían el estudio de la ­domesticación de un ­cultivo, como que “una planta que se trabaja desde más antiguo tiene más usos”. O que “en los lugares donde se domesticó una especie sigue existiendo más diversidad genética de ella”, o que han servido para determinar que la mayoría de especies destinadas a agricultura proceden de cinco zonas situadas entre los trópicos.

Si se come una berenjena poco hecha o que no ha remojado en agua, notará un cosquilleo; es debido a la nicotina

Ahora que está tan de moda lo de las variedades locales, conviene recordar que cualquiera de ellas en su momento fue una especie foránea a la que no le aplicaron la ley de extranjería.

En el caso de la berenjena, a medida que se ha ido manipulando la hemos tratado de adecuar a nuestro paladar y hacerla bonita. A pesar de que existen berenjenas de color blanco, verde, amarillo o púrpura, la más popular es la black beauty, de color azul oscuro casi negro, como la película. La pulpa también nos gusta que sea blanca, por eso hemos dejado de sembrar las variedades que tenían la carne de color oscuro o con muchas pepitas. También hemos descartado las variedades que al cortarlas se oscurecían enseguida, aunque eso fuera debido a la acción de enzimas antioxidantes que luego adquirimos en farmacia en forma de suplemento.

Y, ya puestos, hemos elegido que no sea tóxica… o no del todo. Si se come una berenjena poco hecha o que no ha remojado en agua, notará un cosquilleo en la punta de la lengua; eso es debido a la nicotina.

Toda esta evolución dirigida se ha conseguido sin saber exacta­mente dónde empezó a cultivarse esta planta. El origen puede estar en India, China, Birmania o Tailandia, o en varios de estos lugares a la vez, porque parece que se domesticó varias veces independientemente. Y si alguna vez ve uno de estos frutos en una ­película de romanos, saque al guionista del berenjenal. A Euro­pa no llegaron hasta la Edad Media.

J. M. Mulet (Denia, 1973) es profesor de Biotecnología en la Universidad Politécnica de Valencia.

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