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Bacterias en el cuerpo: razones para amarlas

'Domesticar' microorganismos era una tarea pendiente de la medicina. Probióticos y preobióticos han contribuido al logro

Carolina García

¿Quién no ha oído hablar de la importancia de consumir alimentos prebióticos y probióticos? O lo que es lo mismo, ¿de tomar yogures activos, leches fermentadas y quesos enriquecidos? ¿A quién no le suena la existencia de nuevos productos en este campo? No nos podemos escapar: estos nutrientes están de moda, pero, además, cuentan con el aval de la ciencia. Y es que la nutrición ha evolucionado gracias a la investigación constante y según un informe de la Universidad de Buenos Aires, “ahora, el foco de interés no está tanto en lo que comemos como en la prevención de enfermedades crónicas”. Los prebióticos y probióticos son lo que los expertos denominan alimentos funcionales, que actúan de “forma específica y positiva, promoviendo un efecto fisiológico y psicológico más allá de su valor nutritivo ya conocido”. En el cajón de los alimentos funcionales, también se encuentra la fibra. Como dato de interés, la Organización Mundial de la Salud (OMS) recomienda la ingesta de 27 a 40 gramos al día de fibra dietética, mientras que la Agencia de Control de Alimentos y Medicamentos de EE. UU. (FDA) propone que los adultos ingieran 25 gramos de fibra cada 2.000 kcal. consumidas.

Al grano: ¿cuál es la diferencia entre prebióticos y probióticos?

Los probióticos son seres vivos –microorganismos (bacterias y levaduras)– que permanecen activos en el intestino ejerciendo importantes efectos fisiológicos y que están presentes en alimentos como los yogures frescos, las leches fermentadas o el kéfir, entre otros. "Cuando se consumen en cantidades adecuadas tienen unos efectos positivos sobre nuestra salud y organismo (sobre todo, en el intestino)”, explicó el doctor Francesc Guarner, presidente de la Sociedad Española de Probióticos y Prebióticos (SEPyP) y jefe del Servicio de Aparato Digestivo del Hospital Vall d´Hebron de Barcelona, el pasado julio, en el marco del Curso de la Escuela de Nutrición Instituto Danone–Francisco Grande Covián, que cada verano se organiza en la Universidad Menéndez Pelayo de Santander. “Esta es la definición científica. La que proponen la FAO y la OMS”, añade el experto. Efectivamente, la FAO asevera: “Los probióticos desempeñan una importante acción en las funciones inmunológica, digestiva y respiratoria, y podrían tener un efecto significativo en el alivio de las enfermedades infecciosas de los niños y de otros grupos en alto riesgo (embarazadas y personas mayores). En 1965, Lilly y Stillwell acuñaron el término”.

Por su parte, los prebióticos, según Guarner, son ingredientes que comemos pero que no nos alimentan directamente. "Dan de comer a las bacterias que habitan en nosotros y saben dirigirse hacia las más beneficiosas. La mayoría de los prebióticos hacen que aumente la cantidad de las bifidobacterias en nuestro organismo, que son aquellas que degradan los hidratos de carbono [en su versión no digerible, como la fibra, una vez en el colon, son parcialmente degradados por enzimas de la flora bacteriana]", apunta el experto.

Quédese con sus nombres

Bifidobacterium. Bifidobacterium animalis subespecie lactis DN – 173 010. Se ha demostrado clínicamente que el consumo diario de este probiótico mejora el tránsito intestinal lento, especialmente en mujeres y en personas de edad avanzada.

Lactobacillus. Lactobacillus de la especie casei, cepa DN-114 001. Otro probiótico beneficioso: en este caso, para potenciar la acción de las defensas.

Referencia: Organización Mundial de Gastroenterología

“Los prebióticos se encuentran en las alcachofas, los plátanos o las endivias –primer producto en el que se descubrieron–, entre otros alimentos, y hay que consumirlos de forma constante y regular, ya que su ingesta rutinaria mejora la eficiencia de nuestras bacterias. El consejo es comer pocas cantidades de verdura o leguminosas todos los días y con mucha diversidad”, añade. Los dos prebióticos más estudiados son los fructooligosacáridos y FOS, conocidos como oligofructosa e inulina. Si se analizan los hábitos de alimentación de la población general, se consumen unos 800 miligramos al día, cuando los expertos dicen que hay ingerir en 2.000 y 6.000. También hay productos que tienen probióticos y prebióticos: se llaman simbióticos.

La evolución de la ciencia

“Hace 10.000 o 20.000 años el hombre descubrió que tenía que domesticar a los animales para sobrevivir. Y fue consciente de a cuáles podía domesticar y a cuáles no. No es lo mismo un perro que un león”, continúa Guarner. “En cuanto a la importancia de domesticar a los microorganismos, es algo de lo que nos estamos dando cuenta ahora, en estos últimos años, y gracias a la investigación, ahora sabemos que hay algunas bacterias malas, pero que hay otras que no solo no son peligrosas, sino todo lo contrario”, agrega. “Y esta mentalidad ha tardado mucho en entrar en la medicina, aunque no ha sido así en el mundo de la industria, que usan desde hace años bacterias para hacer el vino, la cerveza, los quesos o los yogures, entre otros. Gracias a su importancia y al estudio, sabemos, por ejemplo, que los microorganismos del tubo de digestivo ayudan a que este funcione bien, e igual ocurre en otras partes del cuerpo humano. Por ello es fundamental que cuidemos de nuestras bacterias”.

La mentalidad sobre la importancia de las bacterias ha tardado mucho en entrar en la medicina, aunque no ha sido así en el mundo de la industria, que las usa desde hace años para hacer vino, cerveza, quesos o yogures”

Como explica el experto, cuando la ciencia de la bioquímica descubrió las proteínas, los hidratos de carbono o los aminoácidos, creó una dieta basada en alimentar al organismo anfitrión y se olvidó de las bacterias. "Y esto no puede ser", apostilla: "Si cada organismo cuenta con un lugar para alojarlas (en nuestro caso, en su mayoría, en el colón, aunque también en el intestino delgado) es porque son importantes para nuestra supervivencia y calidad de vida. Comer para alimentar a estos inquilinos es fundamental. Lo mejor son las verduras –las aceitunas son excepcionales– y los productos fermentados como los yogures y los quesos”, prosigue Guarner. Además, gracias a que hoy tenemos los instrumentos adecuados, los científicos se han dado cuenta de muchas más cosas.

“Somos capaces de saber que cuando se aplica un antibiótico a un paciente, de hecho, no disminuye el número total de bacterias, sino que una población disminuye y otra aumenta. Matan al patógeno y a las bacterias beneficiosas, lo que lleva de nuevo al desequilibrio de la flora intestinal y, más preocupante, a la aparición de resistencia, una de las cuestiones que más preocupa en términos de salud pública”, aclaró el doctor.

¿Qué significa esta resistencia?

Lavar los alimentos ha provocado que tengamos en nuestro organismo microorganismos mucho más resistentes y que se alejan de las bacterias ancestrales"

“Lavar los alimentos ha provocado que tengamos en nuestro organismo microorganismos mucho más resistentes y que se alejan de las bacterias ancestrales”, cuenta el especialista. Esta resistencia, propia de los países desarrollados, permite superar muy bien las enfermedades infecciosas, "pero, a la vez, nos hace más débiles ante enfermedades inflamatorias del sistema inmune, como las alergias, la enfermedad de Crohn o la celiaquía, entre otras, en las que se ha visto un aumento de la incidencia en los últimos años”. En las personas aquejadas de estas dolencias es frecuente observar una drástica reducción (de hasta el 50%) del número de especies de bacterias que habitan en el intestino, según el experto. “Antes se pensaba que el sistema inmune reaccionaba ante lo malo y lo demás lo ignoraba. Pero ahora sabemos que lo que hace es diferenciar entre amigos y enemigos –un mecanismo que elabora gracias a los linfocitos T–. Si perdemos el contacto con las bacterias, con esas células T reguladoras, tendremos menos tolerancia a ciertos alimentos”. En la dieta cuenta con su aliado para que esto no ocurra, porque aunque patógenos externos o una toma excesiva de antibióticos puedan romper el equilibrio de la microbiótica, "elegir cómo alimentarse desempeña un papel fundamental", concluye Francesc Guarner.

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Sobre la firma

Carolina García
La coordinadora y redactora de Mamas & Papas está especializada en temas de crianza, salud y psicología, y ha desarrollado la mayor parte de su carrera en EL PAÍS. Es autora de 'Más amor y menos química' (Aguilar) y 'Sesenta y tantos' (Ediciones CEAC). Es licenciada en Psicología, Máster en Psicooncología y Máster en Periodismo de EL PAÍS.

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