Bill Bryson: “Desde cualquier punto de vista es increíble que existamos”
El autor de 'Una breve historia de casi todo' y 'En las antípodas' mezcla la inteligencia en sus textos con la empatía, el talento y el sentido del humor. Natural del Medio Oeste americano, es un enamorado de Europa en su conjunto. Curioso por naturaleza, reflexiona sobre el ser humano y las fronteras.
Pocos autores han escrito sobre tantas cosas, tan diferentes, con tanto talento y tanto éxito como Bill Bryson (Des Moines, Iowa, 1951). Es un autor de divertidísimos libros de viajes (Un paseo por el bosque, En las antípodas), de ensayos sobre el inglés, sobre Shakespeare, sobre sus recuerdos en Iowa en los años cincuenta (Aventuras y desventuras del chico centella), de un ensayo de divulgación científica que se ha convertido en un clásico (Una breve historia de casi todo) o de libros de historia (En casa, un relato de cómo hemos ido construyendo los espacios en los que vivimos, o Un verano. América 1927, que saldrá en abril), títulos de los que la editorial RBA acaba de publicar una nueva edición. La primera frase de su primer libro (The lost continent o El continente perdido, sobre la América periférica) le lanzó al estrellato: “Vengo de Des Moines. A alguien le tenía que ocurrir”. Así arranca su ensayo sobre el inglés, Mother tongue: “Más de 300 millones de personas en el mundo hablan inglés y el resto, bueno, parece que lo intenta. Sería caritativo decir que los resultados son a veces irregulares”. Un paseo por el bosque relata su agotador viaje a pie por el sendero más largo del mundo, que recorre los Apalaches en la costa Este de EE UU. Así narra una parada técnica en un pueblo en busca de una cena caliente. “No diré que la comida del Georgia Mountain es de la que anima a la gente a viajar, ni siquiera dentro de Hiawassee”, escribe antes de pasar a describir la tarta que le sirvieron de postre: “Era un monumento a la tecnología alimentaria: tan amarilla como para dar dolor de cabeza y lo suficientemente dulce como para que se te pusieran los ojos en blanco. En suma, todo lo que se puede pedir a una tarta, siempre y cuando el sabor y la calidad no sean parte de los requisitos”.
En las antípodas narra un viaje por Australia, obsesionado siempre por la cantidad de bichos venenosos que pueblan la gigantesca isla, pero también por la inmensidad de este continente. Así cuenta una parada en una localidad en medio de ninguna parte: “No me veía con ánimos de soportar comida de un restaurante chino de pueblo sin el consuelo de una cerveza. He viajado lo suficiente para saber que, en general, un chef no se instala en un lugar como Macksville porque haya deseado compartir las sutilezas de 3.500 años de comida Szechuan con ganaderos”.
La entrevista tuvo lugar en la oficina de su agente en la capital británica. En persona –grande, barbudo, un poco desaliñado, sonriente– es tan simpático y cálido como el personaje que retrata en sus libros.
¿Cree que estamos perdiendo el sentido del humor? ¿Cree que lo políticamente correcto está reduciendo los asuntos de los que podemos reírnos? Creo que sí, hay sin duda una tendencia en ese sentido. Me doy más cuenta de esto cuando vuelvo a Estados Unidos. Creo que los británicos siguen valorando y cultivando el humor en su vida cotidiana. En EE UU está desapareciendo. Cuando era un niño en Iowa, hacer chistes era muy importante y estaba muy valorado. Eso es cada vez menos evidente en la vida americana actual y me temo que lo que pasa allí se transmite al resto del mundo. La gente tiene cada vez menos tiempo: hacer chistes indica que se tiene una actitud relajada hacia la vida. Si estás demasiado ocupado, no hay tiempo para convertir el humor en algo cotidiano.
A alguien tenía que ocurrirle
Bill Bryson se fugó en cuanto pudo de su Des Moines natal (Iowa, 1951) y se instaló en Inglaterra en 1973, donde conoció a su mujer, con la que ha tenido tres hijos. Lleva cuatro décadas yendo y viniendo con su familia de Estados Unidos a Reino Unido. Actualmente vive cerca de Londres, aunque viaja a menudo a Iowa, donde vive su madre. Su relación con Reino Unido es muy profunda (llegó a ser decano de la Universidad de Durham), aunque nunca ha llegado a pedir la nacionalidad. Durante años se dedicó al periodismo, como editor en The Times y como freelance para diferentes publicaciones como National Geographic, hasta que el éxito de sus libros le permitió dedicarse solo a escribir.
La profesora de Cambridge Mary Beard acaba de publicar un libro sobre el humor en la Roma antigua y es curioso porque cosas que a ellos les parecían muy graciosas, nosotros no podemos ni siquiera entenderlas. ¿Cree que el humor define una sociedad? El humor solo funciona si activa un mecanismo y las cosas que hoy son graciosas tal vez no lo sean en el futuro. El humor que siempre he admirado más es el que se escribió hace años y sigue funcionando hoy. Alguien como Mark Twain escribió cosas que eran divertidas entonces y lo son todavía. El humor envejece y es muy difícil escribir chistes que sigan siendo frescos.
¿Es consciente de que ha convertido en un paranoico a cualquiera que visite Australia, que buscará compulsivamente en su habitación arañas venenosas y que no se acercará al mar a menos de diez kilómetros incluso en aquellos lugares donde jamás han visto un cocodrilo de agua salada? Sí. Los australianos me decían que no era tan peligroso y al mismo tiempo en el diario de la mañana aparecía la noticia de que alguien había sido devorado por un tiburón. Existen muchos peligros potenciales: es cierto que casi todo el tiempo estás a salvo, no ocurre a menudo que te ataque algún animal, pero es mucho más peligroso que Inglaterra, donde es casi imposible que te ocurra algo en la naturaleza, no hay serpientes venenosas, no hay insectos letales. Te puede partir un rayo como mucho. Pero Australia está llena de cosas de ese tipo.
Cuando prepara un libro de viajes, ¿se documenta más antes o después? ¿Prefiere viajar fresco o con mucha información? Nunca sé muy bien cuál es la mejor forma de plantear un viaje: si vas sin saber nada es posible que te pierdas cosas importantes, pero al mismo tiempo me gusta ir fresco. La parte más excitante de viajar, ya sea para un libro o por placer, es el sentimiento de que estás descubriendo algo, cuando te topas con algo increíble a la vuelta de la esquina de cuya existencia no tenías ninguna noticia. Si no sabías nada de ello, es mucho mejor. Intento, todo lo que puedo, no leer demasiado al principio, pero lo que ocurre es que luego a veces tengo que volver a algunos sitios.
Una de las ideas más impresionantes de su libro Una breve historia de casi todo es la rapidez con la que los hombres se diseminaron por la tierra desde África, como si el viaje fuese un impulso que nos ha acompañado desde el alba de la humanidad. Explica que hemos llegado a sitios que, en teoría, eran imposibles de alcanzar, como Australia, colonizada en torno al 60.000 a. de C., antes de que los seres humanos pudiesen, en teoría, navegar. ¿Cree que viajar, emigrar, movernos, nos define como especie? No lo sé, nadie lo sabe, pero tiene que haber algo. La humanidad se expandió por la tierra muy rápidamente y se tomó muchas molestias para llegar a lugares como Australia o Indonesia. Los primeros humanos se movieron mucho y no creo que sea solo porque necesitasen nuevas fuentes de alimentación, creo que es un instinto, ir más allá, buscar nuevos lugares, es algo natural. Sospecho que no avanzaron movidos solamente por la presión demográfica o para buscar nuevos territorios de caza. Me parece muy interesante, creo que por encima de todo está la curiosidad.
Como la famosa frase de George Mallory cuando culminó el Everest: “Porque está ahí”. Exacto. Creo que buscar lo que está más allá es lo más natural para los humanos. Me temo que le habrán hecho muchas veces la misma pregunta: ¿cuál es el lugar más extraño en el que ha estado nunca?
El único lugar del que realmente he querido salir corriendo es Hammerfest, en Noruega, más allá del Círculo Polar Ártico. Me quedé sin nada que leer, hacía frío, era de noche 24 horas… Y me da rabia contarlo porque la gente era muy maja, los noruegos son encantadores, y estaba en un hotel estupendo, pero me aburría mucho y no veía la forma de salir de ahí. Me sentía fatal porque incluso me invitaban a cenar a sus casas. En todos los demás lugares donde he estado me lo he pasado bien, incluso en ese pequeño pueblo en la carretera entre Sidney y Brisbane.
Lo más excitante de viajar es sentir que estás descubriendo algo”
En su libro de viajes por Europa, Neither here nor there (Ni aquí ni allí), hace una descripción muy dura (y divertida) de los efectos del turismo masivo sobre Florencia. ¿Cree que ese problema se ha extendido a otras ciudades del mundo como Barcelona, París o Venecia? ¿Piensa que el exceso de turistas puede arruinar los viajes? Estoy de acuerdo, pero tenemos que tener cuidado con no ser demasiado hipócritas: cuando nos quejamos de los turistas no nos incluimos a nosotros mismos; aunque estamos todos en el mismo saco, también somos turistas. Me parece inevitable: la gente seguirá yendo a esos lugares. Pero no es demasiado difícil huir de las masas. Londres está lleno de pequeños museos que son maravillosos y en Barcelona no hace falta ir a la Sagrada Familia y a todos los lugares más turísticos. Una vez que huyes del centro, te puedes escapar. Si quieres tener éxito como turista, te lo tienes que trabajar más y ser más tolerante cuando estás en museos como la Galería de los Uffizi.
Ahora que vive cerca de Londres, ¿ha pensado alguna vez en escribir un libro sobre esta ciudad? Me encanta Londres, me fascina, tal vez porque nací en un lugar pequeño. Me encanta que sea infinita. Viajo a Londres desde hace cuarenta años y todavía puedo leer en el Evening Standard la noticia de un incendio en algún lugar del que nunca he oído hablar. Hay tantos sitios, tantos barrios, tantas pequeñas ciudades dentro de Londres. Me encanta pasear al azar por la ciudad, leer las placas azules que señalan los habitantes ilustres. Para un americano, la cantidad de historia es inconmensurable.
¿Es verdad que está trabajando en un libro sobre Canadá? Estoy pensando seriamente en escribirlo. Me fascinan especialmente las fronteras, los límites. Si estás en España y viajas hacia el norte, en algún momento llegas a Francia, pero la gente que hay al otro lado no puede ser tan diferente. La idea de divisiones arbitrarias entre pueblos y países, entre lenguas, me parece muy interesante. En Norteamérica tenemos la frontera más larga y menos defendida del mundo y desde hace muchos años tengo ganas de recorrerla y describir la vida en los dos lados. Espero encontrar tiempo para hacerlo.
¿En qué medida le ha influido su infancia en Iowa, que describe en El chico centella o que resume con la primera frase de El continente perdido? Me ha marcado mucho. Desde mi perspectiva actual, estoy realmente muy contento de haber crecido allí, creo que es un lugar estupendo para pasar la infancia. Me dio muchas cosas y una de ellas es el deseo de ver el resto del mundo, apreciar lo diferente. Tal vez si hubiese nacido en Chicago, no hubiese acabado viviendo en Reino Unido. Cuando llegué a Europa desde Des Moines, todo me parecía extraordinario. También creo que en el Medio Oeste tienen mucho sentido del humor, y eso es muy importante. Es gente muy decente y positiva, que siempre se van a ayudar entre sí. Esa actitud me gusta mucho.
Se ha pasado la vida viajando entre EE UU e Inglaterra. ¿Está de acuerdo con la famosa frase de que son dos países separados por la misma lengua? Es una exageración, pero es cierto que muchas veces he tenido problemas para entender a la gente y para que me entiendan a mí. Al principio, era muy confuso, sobre todo por la cantidad de acentos diferentes.
¿Ha sido usted capaz de comprender el inglés que se habla en Yorkshire tras vivir allí tanto tiempo? No siempre… El acento del norte de Inglaterra es tan cerrado que a veces es muy difícil de comprender. Sobre todo con la gente del campo, que utiliza palabras totalmente diferentes. Muchas vinieron con los vikingos, sobre todo los términos que describen el paisaje o su profesión.
Ha escrito varios libros sobre el inglés, que es una de sus especialidades. ¿Cree que al convertirse en lengua franca mundial el inglés ha perdido una parte de su esencia? ¿Podríamos decir que hay una cierta mcdonalización del idioma conforme conquista nuevos territorios? El mundo se está haciendo más pequeño y eso también tiene grandes ventajas. Si uno habla inglés es muy cómodo: soy lo bastante mayor para recordar cuando iba a Francia y nadie lo hablaba. Ahora todo el mundo lo habla. Es genial, pero también significa que el mundo es menos exótico, menos misterioso. No es solo la lengua, vivimos en una especie de cultura universal que hace un poco menos interesante viajar. Puedo ir a España mañana y tomar café en un Starbucks, vivir las mismas experiencias que en casa. Cada vez es más difícil encontrar las cosas diferentes. Mucha gente no quiere eso: ¿por qué viajas a otro país y vas al mismo restaurante que tienes al lado de casa? Prefiero un mundo en el que haya diferencias.
En su libro Una breve historia de casi todo describe a muchos científicos que lucharon contra sus propias creencias, contra la lógica y desde luego contra su tiempo. ¿Cree usted que la ciencia es una lucha contra lo imposible? Es muy difícil ser revolucionario en ciencia porque es tirar todo lo que existe hasta entonces por la ventana, y mucha gente no lo consigue. Por eso es tan complicado que se acepten los grandes cambios científicos. Eso es fascinante. Nuestro instinto nos marca quedarnos con lo que tenemos ahora, los científicos están obligados a ofrecer argumentos muy poderosos.
La conclusión más significativa que saca en ese libro es que describe un mundo en el que todo se debe al azar: la vida en la Tierra, la evolución humana o nuestra propia vida podrían ser o no ser. ¿Le parece a usted una idea inquietante o tranquilizadora? Cuanto más estudiamos el universo, más extraordinario me parece que estemos aquí. Para mí es la conclusión más importante: lo inverosímil que es nuestra existencia, desde la individual hasta su sentido más global. Desde cualquier punto de vista es increíble que existamos.
¿Escribió ese libro porque creía que los científicos habían fracasado en la explicación
de su labor? Lo escribí a causa de mi propio fracaso para entender la ciencia. Era muy malo en la escuela. Y tenía la convicción de que se puede conectar con la ciencia sin ser científico. La ciencia es interesante aunque no sepas nada de ecuaciones: estoy interesado en saber quién soy, qué hago aquí, en las cosas que nos convierten en nosotros. Y eso me llevó a contar las historias de los científicos. El libro no ofrece realmente tanta ciencia, más bien cuenta lo que hicieron los científicos y cómo descubrieron sus teorías.
¿Se ha planteado editar una segunda edición con más cambio climático o la partícula de Dios? Espero hacerlo si tengo el tiempo y la energía. Mi editora cree que se pueden llevar a cabo unos cambios simples, con algunos añadidos, pero yo creo que hay mucho trabajo. Me encantaría si vivo lo suficiente. La vida es muy corta.
Al final del libro habla de las extinciones, arrancando con la historia del Dodo, y escribe que el hombre es un peligro para el resto de las especies. ¿Cree que estamos llevando al planeta al límite? Sospecho que conseguiremos salir adelante a pesar de la cantidad de cosas que hacemos. Los humanos somos muy resistentes, pero a la vez tiene que llegar un momento en que no haya vuelta atrás. Sería horrible vivir en un mundo con constantes extinciones, llega un momento en el que estaremos obligados a ser prudentes. Mire lo que estamos haciendo en el océano, imagine un mundo sin atún. Creo que sabremos salir de ello, pero es muy arriesgado. Soy muy pesimista sobre nuestra capacidad como especie para lidiar con los grandes problemas de forma coordinada.
Sospecho que los primeros humanos emigraron por curiosidad”
¿Su sentido del humor le ha costado muchos dolores de cabeza, como las descripciones que hizo en su primer libro de Des Moines? A veces. Uno de los motivos por los que escribí El chico centella es que quería corregir algunas de las cosas que escribí en mi primer libro. Estaba tan obsesionado con hacer chistes que perdí cualquier sentido de la mesura. Creo que lo que dije era cierto, pero tenía que haber ofrecido algún contrapeso, me salté lo bueno. En mis memorias, quise hablar de lo positivo de la gente de Iowa. Creo que desde entonces me han perdonado.
Tiene una obra tan variada que muchas librerías no saben dónde colocarle, en algunos lugares está en humor, otros en viajes, otros en todas partes… ¿Dónde le parece más justo que se coloquen sus libros?
Ese lío es culpa mía por escribir libros tan diversos. Los editores estarían felices si siempre hiciese el mismo tipo de libro. Me di cuenta bastante rápidamente de que no quería pasarme la vida escribiendo obras de viajes, sino que quería hacer otras cosas.
¿Cómo elige los temas? Realmente sorprende a sus lectores con cada nuevo ensayo. Para mí es sencillo. Cuando me planteo escribir un nuevo libro, que me va a ocupar tres, cuatro, cinco años de mi vida, tiene que tener algo que me interese mucho. En los
últimos años he tratado de escribir lo que mi mujer llama “libros de quedarme en casa”. No sabía por ejemplo nada sobre cómo se fueron diseñando las casas en las que vivimos ahora, me apetecía contar la historia del mundo sin salir del hogar, explicar cómo la historia ocurre fuera pero que siempre regresa. En realidad, comemos lo que comemos cada día porque Cristóbal Colón llegó a América. Busco cosas que le gusten a mis editores, pero que también hagan mi vida más interesante.
Pero ¿es consciente de que tiene que seguir escribiendo sobre viajes si no quiere acabar como el protagonista de Misery, con sus fans encerrándole en su casa para que siga haciendo libros de viajes con mucho humor? Soy totalmente consciente. No quiero repetirme, aunque ahora mismo estoy con un libro de viajes. Hace mucho que no escribo chistes y me lo estoy pasando muy bien. Es un trabajo totalmente diferente. Han pasado 20 años desde que publiqué Notas desde una pequeña isla y estoy volviendo a viajar por Reino Unido. Tampoco han cambiado tanto las cosas.
La comida es un poco mejor… Eso es verdad. Pero el que ha cambiado mucho soy yo y también mi perspectiva. He ido a sitios en los que nunca había estado. Después de 40 años, viajando por Inglaterra sigo encontrando cosas apasionantes. Por ejemplo, en Cornualles descubrí la historia del desastre del Penlee. Un barco que naufragó en las costas de Cornualles un poco antes de la Navidad de 1981 y cómo un equipo de rescate de ocho personas salió desde Mousehold con muchísimo valor al mar. Murieron todos y eran voluntarios: estaban en el pub, un viernes por la noche y nunca regresaron. Es muy emocionante. Son historias de ese tipo las que busco.
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