“Yo era un niño normal al que le gustaba la ciencia-ficción”
Ignacio Cirac se ha convertido en una referencia mundial en el campo de la física cuántica, el mundo de lo infinitamente pequeño Español afincado en Alemania, dirige el Departamento de Teoría del Instituto Max-Planck, uno de los buques insignia de la investigación europea
Ignacio Cirac iba para arquitecto, pero la ciencia puede estar agradecida: sus escasas dotes para el dibujo a mano alzada le hicieron desistir. La física terminó por seducirle y, con tan solo 25 años, se encontró en el laboratorio de astrofísica de la Universidad de Colorado (Estados Unidos) rodeado de sus mitos y de tres premios Nobel. Hoy, 24 años más tarde, él es uno de esos nombres que se barajan para el premio que concede la Academia sueca. Concede la entrevista en uno de sus puntuales pasos por España, en casa de sus padres, en Madrid. La fascinación que profesa por su profesión le condujo a especializarse en física cuántica, una teoría que describe el mundo microscópico. A sus 49 años, investiga en un revolucionario ordenador capaz de realizar un número gigantesco de operaciones. Espera abrir así nuevas fronteras al conocimiento científico.
El 13 de septiembre de 2013, en un congreso científico en San Sebastián, el catedrático de Física Pedro Miguel Etxenike dijo que es usted el Messi de la física en España. ¿Cuando escucha menciones como esta, qué piensa? Yo creo que lo dice porque hice una carrera muy temprana, comparado con otros científicos. A Pedro le aprecio muchísimo, lo dice con cariño. Yo tuve la suerte de ir a Estados Unidos enseguida; de sacar una plaza fuera de España, en Innsbruck y ser el profesor más joven de Física en Austria.
Previo paso por Colorado, ¿no? ¿Qué recuerda de aquellos días en Estados Unidos? Recuerdo que viajaba en el avión, sabía que iba a un sitio excelente, pero pensaba que igual no podría dar la talla. Iba preocupado: Me decía: “Voy a trabajar duro, pero, claro, están todos esos americanos tan importantes, los gurús de mi campo de investigación”. Tenía que intentarlo. Era mi oportunidad.
En realidad, ¿cuándo se dio usted cuenta de que quería ser físico? ¿Ya de pequeño era usted un niño curioso que se hacía muchas preguntas? Yo era un niño normal al que le llamaba la atención la ciencia-ficción, pero nada más. Hasta los veinte años no me tomé en serio lo de ser científico.
¿Y qué es lo que le atrajo de la física cuántica? Es una teoría muy original, que te choca mucho al principio, requiere saber más matemáticas de lo normal, y muchas veces raya con la filosofía; aparecen cosas extrañas, muy sorprendentes, como que una partícula puede pasar por dos sitios a la vez o que puede atravesar paredes, desaparecer de un sitio y aparecer en otro…
Eso es lo que le sedujo. Eso es lo que más me sedujo, acompañado por el hecho de que tiene muchas aplicaciones. Los ordenadores, las centrales eléctricas, prácticamente todo lo que tiene que ver con la electrónica, la energía… Todo eso está basado en ella. La revolución científica de la física cuántica ha dado lugar a la revolución informática, tecnológica del siglo XX.
Es una teoría que describe un mundo microscópico, gobernado por leyes extraordinarias. Es como una realidad paralela del mundo de lo infinitamente pequeño. Sí, describe el mundo microscópico de lo que es infinitamente pequeño, de las partículas. Si nos empiezan a desmenuzar aparecen las moléculas, los átomos, los electrones, los núcleos y cuando llegamos a ese nivel, en lo tan tan tan pequeño, empieza otro mundo distinto en el que las leyes de la física se modifican. Pasa lo mismo cuando nos vamos al otro extremo, a las cosas grandes, a las galaxias.
Cuando llegamos al nivel de lo tan tan tan pequeño, empieza otro mundo distinto en el que las leyes de la física se modifican”
El físico Niels Bohr dijo: “Todo lo que decimos que es real está hecho de cosas que no se pueden ver como reales”. Usted contó que le atraía la física por su carácter fronterizo con la filosofía. ¿Eso le lleva a usted a estudiar a los filósofos? Para mí eso es, más bien, un hobby. Hay un científico muy famoso, que pasará a las historia del siglo XX, que es el señor [John Stewart] Bell. Era un hombre que también pensaba en los aspectos filosóficos de la física cuántica. Tiene una frase muy conocida que es: “Yo de lunes a sábados soy un ingeniero cuántico. Y los domingos tengo mis principios”. Él empezó a pensar en las repercusiones filosóficas de lo que hacemos. A mí, en cierta forma, me pasa lo mismo. Trabajo con la física cuántica, queremos hacer cosas con ella, cosas útiles, pero también me interesa la parte más filosófica.
O sea que los domingos salta a la filosofía. No descansa. No, yo no tengo mucho descanso.
¿Le cuesta desconectar? Yo trabajo mucho, también los fines de semana. Eso no quita para que me guste aprovecharlos para irme con mi familia. Me encanta trabajar en mis cosas. Para mí es un placer levantarme un domingo, desayunar tranquilamente y tener en mente: “Hoy quiero estudiar esto”. Es como el que tiene el hobby de hacer barcos pequeños para meterlos en una botella.
Usted está trabajando en el ordenador del futuro, una computadora inusualmente potente, capaz de hacer cálculos hasta ahora inimaginables. La idea fundamental es poder utilizar esos aspectos extraordinarios de la física cuántica para algo que tenga que ver con la información. Para procesarla, para comunicarla, para extraerla, para hacer medidas de precisión, para ver las cosas mejor. Con el ordenador cuántico se trata de construir una computadora que haga tareas que son imposibles para los ordenadores usuales. Hay cálculos complicados que las personas no necesitan en su vida cotidiana, pero que utilizamos para generar nuevos fármacos, para diseñar nuevos materiales, para la biología. Ahí es donde estos ordenadores pueden tener un impacto muy grande.
La creación de esa computadora es una revolución, dice usted. ¿Por qué? Porque nos permitirá hacer cálculos que, si no, no serían posibles. Cuando quieres diseñar un compuesto químico, para curar una enfermedad, tienes que estudiar cómo se produce la reacción química. Estos ordenadores nos permitirán predecirla, estudiar si ese producto es útil.
Se dice que pueden llegar a ser un cambio equiparable al que desencadenaron los primeros ordenadores en los años cuarenta, ¿qué tipo de revolución puede originar este superordenador? Cuando se descubrieron las ondas electromagnéticas, hace 200 años, se preguntaban para qué servirían. Algo que emitía una onda y que se recibía en otro sitio que estaba a cinco centímetros. Por aquel entonces, pensaron que eso podía ser una revolución. Pero nadie se imaginó que sería la base de la televisión, de que nos puedan enviar señales, del teléfono móvil. ¿Qué fue eso? Un nuevo descubrimiento que nos permitió cruzar otra frontera. Siempre que pasamos una distinta tenemos en nuestras manos nuevas leyes, nuevas posibilidades, surgen nuevas aplicaciones en las que la gente no había pensado anteriormente y que desencadenan las mayores revoluciones de la ciencia y la tecnología.
De hecho, ocurre con muchas innovaciones tecnológicas: alguien las diseña para un uso y luego los usuarios las trasforman. Exacto. Hemos dado un paso para dominar el mundo microscópico y somos capaces de alcanzar leyes extraordinarias. Tenemos en las manos algo nuevo que nos va a permitir hacer cosas distintas. Y vuelvo a la pregunta. ¿Qué? Sabemos que tendríamos ordenadores que serían mucho más eficientes que los actuales. Que obtendríamos además una repercusión colateral: los ordenadores cuánticos serían capaces de descifrar cualquier código secreto que estamos utilizando hoy día.
Ignacio Cirac
Cuenta que la ciencia se ha vuelto muy colaborativa. Nació en Manresa el 11 de octubre de 1965, y vivió en Cataluña hasta los 10 años (en la imagen, en su época estudiantil). Se graduó en Física Teórica en 1988, en la Universidad Complutense de Madrid. Tras licenciarse (hizo una tentativa de convertirse en ingeniero aeronáutico, pero pronto abandonó: no le gustaba que le preguntaran tanto por los resultados y poco por el proceso), en 1991, obtuvo el título de doctor. Compaginó su plaza en la Universidad de Castilla-La Mancha con la investigación en el laboratorio de astrofísica de la Universidad de Colorado. Así despegó su brillante carrera internacional.
Criptografía… Los ordenadores cuánticos harían que los métodos de comunicación secreta dejasen de ser seguros. Sabemos que la teoría cuántica nos permitirá encontrar relojes mucho más precisos, con los que miraremos mejor a las estrellas, sincronizaremos los mensajes, la corriente eléctrica… Hay aplicaciones que hoy día son una posibilidad, pero no van a suceder hasta que no desarrollemos la física cuántica. Lo más importante está por venir. Y este es el campo en el que trabajo yo y en el que trabajamos muchos de nosotros: no en producir algo que sea útil para la sociedad actualmente; estamos trabajando en empujar una frontera. Para que, luego, cuando la franqueemos, otra gente venga con sus ideas y vea para qué la puede utilizar.
Se supone que con los ordenadores cuánticos vamos a poder enviar información de manera más segura y más eficiente. Hoy las comunicaciones no son seguras entre el emisor y el receptor porque alguien que esté en medio puede acceder a la información y, si la descodifica, la lee. La física cuántica te permite enviar mensajes de manera que nadie los pueda leer: si una persona lo intenta, alguien entremedias los destruye antes de que puedan ser leídos.
¿Y ese primer ordenador cuántico podría descifrar todas nuestras comunicaciones? Exacto.
Con lo cual es una máquina tremendamente poderosa para el primero que la tenga. Los mensajes que hoy nos enviamos están siendo almacenados; por las agencias de seguridad o por quien sea. Si dentro de 20 o 30 años tenemos un ordenador cuántico, podrá leer todo lo que se haya escrito hasta entonces, porque esos datos se van archivando. Si se empieza a publicar información que estaba codificada, a lo mejor resulta embarazoso para algún Gobierno…
El ordenador cuántico, como gran máquina de la transparencia… Pues sí, sí. Por eso hay agencias de seguridad que están, no solo preocupadas por construirlo ellas mismas, sino también interesadas en saber cuándo lo van a hacer los demás.
¿Se da, por tanto, una gran competencia entre agencias de seguridad por conseguir ese ordenador? Las agencias de seguridad europeas, no; pero las de países como Estados Unidos han tenido mucho interés desde el principio. Allí la financiación de la investigación es en gran parte militar. En Europa, afortunadamente, no. En Estados Unidos siempre han estado muy interesados en saber cómo van los estudios en el campo de la computación cuántica; ellos mismos tienen científicos trabajando en esto: es investigación clasificada.
Está usted trabajando en Alemania, un país con una cultura científica profunda, ¿cómo ve el trato que recibe la ciencia en España? No hace falta saber mucho para decir que España no tiene la historia ni la cultura científica que tienen otros países. La ciencia no ha formado parte de la cultura española por mucho tiempo, ni en el sistema educativo ni en cuanto a financiación. Durante los últimos treinta años se tomaron las cosas más en serio y eso hizo que España pasase de ser un país tercermundista dentro del campo de la ciencia a ser uno de los de delante. Yo soy un producto de las medidas que se tomaron en los ochenta, me fui al extranjero con una beca.
Pero luego han venido los recortes. Muchos científicos se han quejado de que se han interrumpido importantes líneas de investigación. ¿Usted lo ha podido comprobar? Sí. Si eso fuese coyuntural no pasaría nada. Pero el problema es que no lo es y tiene una repercusión a largo plazo. Cuando uno deja de regar un árbol, el árbol se muere y hay que empezar desde cero.
La ciencia no ha formado parte de la cultura española por mucho tiempo”
El corto plazo de la política se lleva mal con el largo plazo que requiere la ciencia. Sí, se lleva muy mal. El futuro de las economías punteras es una basada en el conocimiento, y para eso hace falta invertir en educación, en investigación y en tecnología.
¿Y eso en España se está haciendo mal? Yo creo que sí. Lo veo desde fuera, sé que los políticos tienen las manos atadas; deben atender sus problemas; pero en lo que se refiere a la educación y a la ciencia, hay que ir por otros derroteros.
¿Y, en otro orden de cosas, cómo se ve desde fuera esta oleada de casos de corrupción que está sacudiendo este país en estos días? Realmente, es angustioso. Incluso visto desde fuera. Y el problema es que no se ve una solución clara. Parece que la gente ha perdido hasta la esperanza. Lo peor es la situación de desesperación de la sociedad, que por un lado observa que tiene que vivir en peores condiciones o en muy malas condiciones y, a la vez, salen todas estas noticias que escandalizan a cualquiera. Es una situación terrible. Yo soy siempre muy optimista, pero en este caso me cuesta.
¿Adónde diría que nos conducen las nuevas tecnologías? Lo más interesante es que es difícil de predecir. Hay muchas previsiones de científicos que anunciaron cuáles iban a ser las revoluciones en los próximos veinte años, y fallaron todas. Bohr hizo cinco o diez predicciones, y una de ellas ha sido correcta, pero no mencionó el láser, Internet, los transistores, los ordenadores.
Einstein desempeñó un papel importante en el campo de la física cuántica. ¿Quién le inspiró como científico? Muchos. Einstein tuvo un papel muy importante; pero también están Heisenberg, Schrödinger, Bell. No creo en los superhombres ni en los supercientíficos. Hay gente que ha hecho un trabajo muy bueno, que ha cambiado las cosas, pero cuando uno estudia con detalle cómo sucedió todo, ve que, entre los llamados genios, hubo cantidad de factores a su alrededor que les ayudaron a alcanzar las ideas que tuvieron.
Usted ha recibido multitud de premios y hace tiempo que se dice que podría optar al Nobel. ¿El hecho de que en 2012 dos personas que han contribuido de forma importante a la computación cuántica, como Serge Haroche y David J. Wineland, se lo llevaran, le resta a usted opciones de conseguirlo en un futuro? Pienso que en el campo de la computación cuántica, en el futuro, habrá un premio Nobel. Y hay mucha gente que lo puede obtener, quince o veinte personas, al menos. Si se construye un ordenador cuántico, habrá premio Nobel; o algún otro premio.
Ese podría ser el momento de un Nobel para usted. Y para mucha gente.
El Premio Wolf que usted consiguió el año pasado está considerado como la antesala del Nobel. Es un premio muy importante y que dentro de la comunidad científica es muy respetado. Me siento incluso abrumado por tanto galardón. Cuando me fui a Estados Unidos, en ese avión en el que iba pensando: ¿daré la talla rodeado de todos estos genios? Que ahora me pueda comunicar con ellos y charlar, que me tengan respeto y que atiendan lo que yo digo, y poder escuchar lo que ellos dicen me hace sentir mejor aún que con un premio.
Muchos científicos de su campo acaban en grandes empresas privadas, BMW, Siemens… ¿A usted le tienta esa posibilidad? Nada. No tengo ningún interés. Ninguno. Quiero dedicarme a la investigación en ciencia básica, financiada por la sociedad, sin objetivo comercial.
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