Ayotzinapa: más acción y menos literatura
La palabra sola se arriesga a convertirse en accesorio y el accesorio a veces es tan cómplice como el silencio
La ejecución de 43 normalistas en Guerrero, México, ha suscitado todo tipo de reacciones escritas; columnas poéticas, reportajes objetivos y un montón de hashtags que atraen más atención al autor tuitero que hacia los hechos. Muchas de estas líneas que se acumulan en la Red y en los periódicos cumplen su cometido informativo y de denuncia desluciendo la gestión de Peña Nieto ante la opinión pública y ante la comunidad internacional. Muchas otras, fallidos experimentos literarios, ni informan, ni denuncian, ni proponen, y en ellos hay más oportunismo que empatía.
La colaboración criminal del narco y del Gobierno, como la que propició la desaparición de los 43 estudiantes, es ya una tradición latinoamericana como la de nombrar en cargos públicos a escritores, sobre todo en embajadas y consulados. Imposible no comparar la masacre de Iguala con la de Tlatelolco y, a su vez, la palabrera reacción de ciertos autores con la de Octavio Paz, quien renunció a su cargo como embajador en India en respuesta al crimen de Estado en 1968.
La masacre de Iguala es un nuevo anzuelo para lectores que pronto se convertirá en otro fenómeno mediático más en el barril de letras sin fondo de nuestra era. Frente a una tragedia como esta, piquito del iceberg de la sangrienta y complicada guerra que se libra en México hace años, la palabra sola se arriesga a convertirse en accesorio y el accesorio a veces es tan cómplice como el silencio.
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