El azúcar, la droga de los exadictos
Los programas de desintoxicación comienzan a controlar la dieta de sus pacientes En muchas ocasiones los dulces sustituyen a la sustancia que se intenta dejar
Rodney Zimmers tenía 21 años y pesaba 61 kilos cuando dejó la heroína y la cocaína. Tres años después seguía sin drogarse pero su peso había subido hasta los 113 kilos. Él achaca ese aumento a la comida calórica y azucarada que servían en la clínica de rehabilitación.
“Cuando conseguí desintoxicarme, seguí comiendo todas esas cosas horribles”, comenta Zimmer, que a sus 29 años es el fundador de Blueprints for Recovery, un centro de tratamiento en Arizona. “Aprendí a mantenerme sobrio, pero no a cuidar de mí mismo. No sabía cocinar ni hacer la compra porque nunca lo había hecho”.
Hasta ahora, la mayoría de los programas de rehabilitación no tenían demasiado en cuenta la nutrición, por lo que la historia de Zimmer puede resultar familiar a quienes luchan contra sus adicciones y contra la báscula al mismo tiempo. “Se centraban principalmente en sacar al intoxicado de la droga, y dejaban que el resto se solucionara por sí solo”, comenta Carolyn Coker Ross, especialista en trastornos de la alimentación y medicina de la adicción, y asesora de centros de este tipo.
Aunque durante la desintoxicación se sirven frutas, hortalizas y proteínas, también se les dan azúcares refinados, refrescos, bebidas energéticas y aperitivos azucarados / grasientos / salados (los denominados “hipersabrosos”).
Durante mucho tiempo, el azúcar se ha considerado un sustituto inocuo de las drogas y el alcohol. Alcohólicos Anónimos incluso sugiere a los adictos en proceso de recuperación que tengan caramelos a mano. Pero aunque es posible que los dulces hayan aliviado el síndrome de abstinencia de algunos, muchos acabaron transfiriendo su adicción al azúcar.
“Al dejar las drogas, el cerebro ansía las enormes recompensas de los hípersabrosos”, comenta Pamela Peeke, autora del best-seller The Hunger Fix (La fijación por el hambre). “Así que el paciente acaba sustituyendo una adicción por otra. De la cocaína a los pasteles”.
Varios estudios han descubierto que la comida y las drogas influyen de manera similar en el centro de recompensa del cerebro. Una investigación realizada en 2013 y publicada en la revista The American Journal of Clinical Nutrition informaba de que es el azúcar, y no la grasa, lo que estimula el ansia. Otro estudio realizado con ratones descubrió que las galletas Oreo activan el núcleo accumbens, el centro de placer o recompensa del cerebro, tanto o más que la cocaína y la morfina. Esto influye en la psique y la autoestima del adicto.
“Algunos recaen porque les asquea la subida tan enorme de peso”, explica Marianne Chai, de Center for Living, un centro de recuperación neoyorquino. “No quieren invertir otros cuatro o seis meses a base de dieta estricta y ejercicio. Así que para adelgazar toman cafeína y estimulantes, o a veces cocaína”.
Cada vez más concienciados sobre los efectos que el azúcar provoca en el cerebro, algunos centros de rehabilitación han empezado a renovar sus menús. En el Center for Living, los pacientes cultivan hierbas aromáticas y hortalizas, y no se les permite tomar azúcares procesados, cafeína ni bebidas energéticas.
“La mayoría de los jóvenes no tiene ni idea de qué comida elegir; viven de golosinas y comida rápida”, comenta Chai. Además, esta doctora considera que mantener una dieta adecuada puede desempeñar un papel esencial a la hora de maximizar la capacidad de recuperación de “una manera sostenible y duradera”. Pero no todo el mundo está de acuerdo.
Mark Willenbring, fundador de Alltyr, una clínica de desintoxicación de St. Paul, en el Estado de Minnesota, cree que el proceso de la rehabilitación debe incluir una dieta saludable. “Pero si la pregunta es si la comida va a influir en la recuperación, pienso que no”, añade.
Otros como Chai sostienen en cambio que la nutrición es crucial. Christopher Kennedy Lawford, autor de muchos libros sobre drogas, incluido el reciente What Addicts Know (Lo que los adictos saben), asegura que cuando uno está “acostumbrado a chutarse heroína” o a beberse una botella de vodka, el azúcar le parece absolutamente inocuo.
“Es difícil tomárselo en serio”, opina. Lawford, que lleva 23 años sin drogarse ni beber alcohol, confiesa que su primera adicción fue el azúcar. “Lo que piensas, cómo piensas, cómo te relacionas con los demás, qué te metes en el cuerpo, el ejercicio que haces…todo está relacionado”, dice. “Y necesitamos ser más inteligentes al respecto”.
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