_
_
_
_
CORREO
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

El negocio del reciclaje

Si las basuras generan riqueza y los ciudadanos colaboramos en la separación, ¿por qué además pagamos para que las retiren?

Leo el artículo sobre el reciclaje del 6 de julio y me gustaría añadir algunas consideraciones como ciudadano de a pie. Comparto el titular de que La basura es una mina y añado que el reciclaje es un negocio injusto y una explotación de los ciudadanos tal como está montado. Si las basuras generan riqueza y los ciudadanos colaboramos en la separación, ¿por qué además pagamos porque nos las retiren y nuestros barrios están llenos de inmundicia? De niño he vendido papel y chatarra para sacarme unas pesetillas (los vidrios se retornaban en la tienda); en la chatarrería de mi barrio (Tetuán, en Madrid), decenas de personas ganan unos euros todos los días, y en el mundo viven miles alrededor de los basureros de grandes ciudades. Los Ayuntamientos y mancomunidades de más de 10.000 habitantes deben plantearse vender sus basuras y eliminar la tasa que cobran a los vecinos, y éstos colaborarán con agrado en la separación de residuos. Posiblemente mejoraría también la limpieza en las ciudades. Las macroempresas que tienen estas concesiones se enriquecen a nuestra costa, se anuncian en los medios de comunicación, a quienes pagan, como es normal, y entre unos y otros nos regalan los oídos con lo bien que lo hacemos y lo que podemos seguir mejorando. Efectivamente, este negocio interesa a todos. A unos, por razones ambientales, y a otros, por negocio desmesurado.

El Pisha ha roto molde

Carmen Villar. (Barcelona)

Sus golpes magistrales, su simpatía arrolladora y ese fair play que lo distingue han magnificado el mundo del golf: su mundo. A ese malagueño de pro, en cuya personalidad se ha buceado en el genial reportaje La leyenda del ‘Pisha’ (13-7-2014), nada le ha sido regalado. Luchador infatigable, su condición humilde le obligó desde temprana edad a aportar sus primeros jornales a su extensa familia. Sin embargo, a Miguel Ángel Jiménez el destino le deparaba gratas sorpresas. Un golpe de suerte y ya estaba ahí, caminando por los campos de golf, conduciendo –como caddie– la pesada bolsa de palos de su primer cliente. El flechazo fue inminente. Al Pisha –como cariñosamente se le apoda– se le quiere a rabiar; por su talento, casi tanto como por su talante… Golfista incombustible y entusiasta, son múltiples las copas en su haber: el Open de España 2014, cuatro Ryder Cup, un sinfín de títulos del circuito profesional y el ganador más veterano en el circuito europeo. Y cuya humanidad y sencillez le permiten –momentáneamente– aparcar la rivalidad y, en un derroche de cercanía y afecto, distender los músculos y la mente de esos contrincantes suyos sumamente jóvenes.

Esencias

José E. Perdomo García. (Alcorcón)

Juan José Millás y el fotógrafo Will Oliver, excepcionales en La Imagen (13-7-2014) una vez más. Desde esos “cuatro mil años” de separación entre dos seres que, bajo mi percepción, no hablan, ni siquiera se miran; pero quizá sí se trasmiten muchas vivencias. Primero me referiré al esqueleto en posición fetal; su postura sorprende ante la muerte, salvo que hubiera sido de una mujer, pues entendería que se protegiera de la lapidación a que la estaban sometiendo. En ese caso, la mujer del collar con chaqueta roja no se sentiría tan lejana, ya que desgraciadamente esto sigue ocurriendo, y su unión quedaría latente en esa mirada pensativa, pero llena de indignación.

Segundo, la mujer parece asomarse a las ruinas de Pompeya y adivinar en este esqueleto que este hombre estaba durmiendo cuando el volcán le sorprendió en plenos sueños de retorno a la infancia querida, a juzgar por su postura.

En cualquiera de los casos, el sello de una y otra civilización queda plasmado, es el ser humano en esencia. Y nos empeñamos en destruirlo con guerras, religiones y políticas lejanas del alma humana.

Variedad creativa

Alberto Fernandez Manso. Marbella (Málaga)

Muy interesante, como siempre, el artículo de Javier Marías En favor de la ocultación natural (13-7-2014), y me gustaría hacer un par de reflexiones sobre el mismo. Por una parte, entiendo y comparto la reticencia y hasta el rechazo de Marías a que en una película en cuyos títulos de crédito figura que está basada en un cuento, o una novela, de su autoría aparezcan escenas y situaciones que el autor no solo no ha escrito, sino que, por lo que dice Marías en el artículo, jamás escribiría.

La advertencia que realiza al final, en el sentido de desmarcarse de cualquier escena que implique que los amantes, por mucho que se quieran y compartan experiencias sin restricciones, puedan defecar habitualmente el uno en presencia del otro, entra dentro de la libertad del autor para proteger su obra como crea conveniente.

Por otra parte, constato que otros autores no tienen inconveniente en mostrar o describir en sus obras esas actividades fisiológicas sin el menor pudor y las incorporan como una parte, más o menos, importante de la historia que están contando. Se me ocurre, a bote pronto, cómo en El amor en los tiempos del cólera, Fermina Daza escuchaba cómo su esposo, el doctor Juvenal Urbino, orinaba y el ruido del chorro cayendo en la taza del urinario le confirmaba su potencia y la consiguiente reflexión: “Todo está bien”. Otra historia, en este caso buñuelesca, se produce en la película El fantasma de la libertad, de Buñuel, en la cual un grupo de matrimonios burgueses defecan alrededor de una mesa, en la que las sillas son tazas de váter, mientras mantienen sofisticadas y animadas conversaciones. Recuerdo la sorpresa y los murmullos del público al principio de la escena.

En cualquier caso, esta aparente discrepancia nos ilustra sobre la variedad que la creación es capaz de albergar. ¡Que se mantenga!

Cuestión de sensibilidad

Vanessa Centeno. (Correo electrónico)

Soy una lectora asidua de los artículos de Javier Marías y me parece que la mayoría de ellos están bien formulados, con opiniones muy razonables sobre el estado actual de la sociedad. Sin embargo, tras leer El mundo hiere (6-7-2014) me sentí profundamente decepcionada. En él, el señor Marías describe, sin referirse a ellos por su nombre, lo que los blogueros actuales llaman content notes (notas de contenido o CN). Se queja de la hipersensibilidad de algunas personas que necesitan los CN para no revivir episodios traumáticos de sus vidas tras leer ciertas cosas (racismo, antisemitismo, violencia o abuso sexual).

Señor Marías, es mi turno de llamar su atención hacia su privilegio de ser hombre y blanco. Usted probablemente nunca ha tenido la mala fortuna de tropezarse con alguien que se empeña en tocarle sin permiso esa zona donde la espalda pierde su nombre; probablemente tampoco ha tenido nunca miedo de verse forzado sexualmente… Así que disculpe si no siento simpatía por su queja de hipersensibilidad hacia víctimas de violencia sexual.

Hace tiempo leí el relato de una mujer que había sido víctima de violencia sexual y que sufrió un síndrome de estrés postraumático en el aeropuerto, cuando la cachearon a pesar de haber solicitado un examen a través de rayos X y detector de metal. Los recuerdos de su violación la golpearon. Tal vez su problema es que era hipersensible, ¿no, señor Marías? Algunas personas han sufrido y su sufrimiento es muy real. Los CN ayudan a víctimas de trauma a no serlo otra vez. El mundo hiere, sí. A lo mejor la solución no es aceptarlo sin más, sino hacerle la vida más fácil a una víctima con un CN.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_