Todo muy complicado
El señor que se deja abrazar en la foto con renuencia por la señora que se lanza sobre él sin reservas ha contratado a la abrazadora para que limpie de la corrupción el partido. Por JUAN JOSÉ MILLÁS
Hay momentos en los que lo manifiesto se vuelve invisible porque se mimetiza, como el insecto palo, con el ambiente. De ahí la dificultad para señalarlo. Son instantes poéticos que nos ofrece la realidad y que, por su singularidad retórica, nos dejan sin palabras. Ahora es muy frecuente, por ejemplo, que los jefes de personal se estrenen en el cargo despidiendo a la persona que los contrató. Si no estás muy atento, se te escapa la ironía cruel de este tipo de sucesos pequeños, aunque extravagantes, como un camaleón en una rama. Quizá hemos caído ya en una rutina sorda que nos impide apreciar esta nueva fase del mercado libre en la que los verdugos son elegidos por sus víctimas. Viene a ser como si en las marisquerías las langostas vivas pudieran elegir por quién ser comidas, y no al revés.
Estamos hablando de la foto. El señor que se deja abrazar con renuencia por la señora que se lanza sobre él sin reservas, ese señor, decíamos, ha contratado a la abrazadora para que limpie el partido de la corrupción por la que él ha tenido que irse. La señora, en su discurso de investidura, se manifestó contra la delincuencia política con una pasión tal, que parecía que ella venía de otro sitio, es decir, que no había sido elegida por aquellos a los que ahora debería dar el finiquito. Todo muy complicado, porque, si su discurso era sincero, lo primero que debería hacer es expulsar al que abraza. De ahí, quizá, los reparos, tanto de orden físico como mental, con los que él se deja querer. ¿Y si ella llevara un puñal en la mano que le pasa por la espalda?
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