El héroe de la gran depresión
El primer cómic se editó en junio de 1938 y llegó al cine por primera vez con Christopher Reeve
Sales del baño, te pones una toalla sobre los hombros y corres por el pasillo. En tu cabeza, vuelas de verdad. La toalla cumple su función y eres un superhéroe. No, no uno cualquiera. Eres Superman. En alguna ocasión, todos nosotros, de niños, hemos soñado con tener poderes. Tenemos asumido que el personaje existe y se mantiene vivo a través de sus aventuras en cómic o las adaptaciones que surgen cada poco, como El hombre de acero. Nos resulta imposible concebir un mundo sin superhéroes, un mundo sin Superman.
Pero ese mundo existió. Antes de ser un icono cultural, de protagonizar películas multimillonarias y de ser el símbolo superheroico más reconocido sobre la faz de la Tierra, Superman solo era una idea en la cabeza de un veinteañero que vivía en Cleveland en los años treinta. En una calurosa noche de insomnio de 1934, Jerry Siegel creó el que sería conocido como el hombre de acero. El primer cómic se editó en junio de 1938. Junto a su amigo y dibujante Joe Shuster, le dieron a su creación una capa roja, un atuendo azul y poderes sobrehumanos. La combinación no solo creó al primer superhéroe reconocido de la historia, sino un género en sí mismo. Los superhéroes nacieron en ese preciso instante; poco sabían sus creadores que su personaje sería modelo de inspiración para millones de personas.
Siegel y Shuster dieron luz a su personaje y lo acompañaron durante su primera década de vida, viéndolo crecer y salir de las páginas de cómic para abarcar prensa, radio, cine y televisión. Ninguna acción de marketing hoy día sería capaz de emular el éxito espontáneo, absoluto e inmediato que supuso Superman en los años treinta y cuarenta. Muchos quisieron seguir su estela, y algunos como Batman lo consiguieron, pero ninguno se ha mantenido como Superman, gracias al optimismo y la esperanza del héroe. Durante esos primeros años, Siegel y Shuster trataron temas sociales: el maltrato a la mujer, la explotación laboral o la corrupción política. El hombre de acero hacía frente a estos conflictos como un campeón de los oprimidos. Eran los años más duros de la Gran Depresión.
Los siguientes autores, y ya con los creadores lejos del control del personaje, amplificaron el aspecto más cercano a la ciencia ficción, con viajes espaciales y un aumento considerable de sus poderes y de enemigos de otros mundos. Superman dejaba de lado la causa social para integrarse en la carrera espacial, otra de las obsesiones de la época, con EE UU y Rusia compitiendo por un hueco en el espacio. Los niños seguían poniéndose toallas sobre los hombros, pero ahora, en lugar de imaginarse como unos campeones de los oprimidos se creían unos auténticos hombres del mañana.
Para que el personaje adoptara una vertiente más cercana solo hicieron falta dos palabras: “Un amigo”. Así se presentaba el Superman de Christopher Reeve en 1978. Los cambios en aquel filme se desviaban de algunos aspectos canónicos, mostrando a un superhéroe más humano; una mezcla de las décadas pasadas. Los cómics no tardaron en asimilar en los ochenta esta versión, obteniendo así un juego intertextual en el que una adaptación influye a la obra en la que se basa, provocando que el cómic adapte su película. El juego ha seguido a lo largo de las últimas décadas, con enfoques tan dispares como Lois y Clark o Smallville.
Superman, como icono cultural, se adapta a los tiempos. Su evolución es sinónimo de lo vivo del personaje. Todos los autores que han trabajado con él en los últimos 75 años, así como los realizadores, guionistas y animadores que le han insuflado vida, han influido en la percepción del superhéroe, y nuestra percepción también ha ido moldeándolo a él. Hoy sigue habiendo niños que con una toalla creen que sus sueños pueden hacerse realidad. Hace 75 años, Siegel y Shuster vieron cumplirse el suyo, y gracias a ellos, Superman sigue sobrevolándonos a todos los que estamos aquí y sobrevolará a los que vengan después.
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