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Un voto de confianza para volver a soñar con el futuro: “Sentía que nadie creía en mí, excepto yo”

La Fundación Tomillo acompaña desde hace 40 años a personas de entre 12 y 35 años en situación de vulnerabilidad con formación gratuita, orientación laboral, intervención familiar, refuerzo educativo y apoyo psicológico

Fundacion Tomillo
De izquierda a derecha, Cristina Domínguez, de 32 años, y Fátima El Mazoughi, de 21, en la sede de la Fundación Tomillo el 17 de julio.César Vallejo Rodríguez
Sara Castro

Fátima El Mazoughi tiene 21 años, nació en un pueblo de Nador (Marruecos) y vive en Madrid desde hace dos décadas, cuando se instaló en el barrio de Vista Alegre, al sur de la capital, con sus padres y sus cuatro hermanos mayores, que por aquel entonces solo hablaban rifeño. Pero en la preadolescencia empezó a sentirse extranjera en su propia casa. “Eran muy estrictos con la religión y la cultura musulmana. Además, pensaban que sin un hombre al lado nunca llegaría a nada y yo quería ser una mujer libre”, explica tras contar que su progenitor nunca la apoyó en su sueño de ser enfermera, aunque su madre sí. Las deudas en el colegio concertado se acumulaban y al terminar la educación obligatoria empezó a trabajar. La Fundación Tomillo, que desde los nueve años la acompañó con refuerzo escolar gratuito, le ofreció la oportunidad de combinar la vida laboral con una formación. “No recuerdo haber recibido por parte de mi padre un abrazo o un ‘estoy orgulloso de ti’. Ahí me sacaron adelante, fueron la familia que necesitaba y no tuve”, cuenta ya independizada.

Esta entidad acaba de cumplir 40 años y su presidenta, Carmen García de Andrés, asegura que han ayudado a más de 200.000 personas, de entre 12 y 35 años, en situación de vulnerabilidad. Solo en 2023 acompañaron a 3.613 ciudadanos, la mayoría procedentes de Usera, Villaverde, Carabanchel y La Latina, en la zona sur de la capital, con una tasa de abandono escolar y desempleo que duplica a la de otros distritos de la ciudad.

El Mazoughi, a su corta edad, ya ha sido teleoperadora, cocinera, camarera, dependienta y moza de almacén. Las clases de Formación Profesional (FP) de su grado medio en Gestión Administrativa, que terminó en 2023, empezaban a las 8.00 y terminaban a las 14.30, cuando comía y empezaba a trabajar hasta la madrugada. Estudiaba en los trayectos al centro educativo, a la empresa y a casa. Se graduó con un buen expediente y pudo, posteriormente, cumplir el sueño de matricularse en el curso superior de Auxiliar de Enfermería.

La Fundación Tomillo cuenta con un centro de FP Básica y Grado Medio, pero también ofrece programas de emprendimiento y liderazgo, orientación sociolaboral, refuerzo educativo, apoyo psicológico, programas de intervención familiar y espacios de ocio. Toda su oferta es gratuita. La fundación recibe tanto financiación pública como colaboraciones privadas. “El fracaso escolar tiene una cara social y no hay nada más reconfortante que permitirle soñar a una persona con su futuro cuando, por su contexto, le resultaba difícil hacerlo”, dice García de Andrés. El porcentaje de abandono educativo en las familias con menor poder adquisitivo es de un 20,6% frente al 3.5% en las que tienen rentas altas.

Lo que más valora El Mazoughi es haber asistido a la fundación en su niñez, derivada por su centro educativo para recibir refuerzo escolar porque tenía algunas dificultades en Lengua y Matemáticas: “Gracias a Tomillo fui por primera vez a la piscina con 10 años, nunca había podido mostrar la piel y una compañera me prestó un bañador. Me sentí libre y supe lo que era una infancia feliz”. Tenía que vestir con ropa ancha, larga y holgada, algo que le incomodaba.

La tasa de abandono escolar se ha reducido en la fundación: de un 17% a un 14,65% en el último año. La media española de esta deserción educativa se sitúa en el 13,6%, frente al 9,6% en Europa. “Hay que tratar de entender todo el entorno que rodea al joven para desarrollar un itinerario personal que mejore su trayectoria, trabajando la autoconfianza, el espíritu crítico y el esfuerzo”, explica García de Andrés.

Considera esencial tener en su equipo a orientadores, trabajadores sociales y psicólogos, que también han trabajado con El Mazoughi: “Sentía que el mundo me decía que no merecía nada de lo que conseguía, pero gracias a Tomillo he salido adelante. Ahora miro el pasado con orgullo y pienso: qué fuerte fuiste para ser tan pequeña y para haber pasado tanto tan sola”.

Fátima El Mazoughi en la sede de la Fundación Tomillo el 17 de julio.
Fátima El Mazoughi en la sede de la Fundación Tomillo el 17 de julio.César Vallejo Rodríguez

La joven llegó a repetir un curso en secundaria: “Por primera vez en mi vida la negatividad me superó, pero después recuperé el aliento para dar lo mejor de mí”. Asegura haber sufrido acoso escolar durante años motivado por el racismo, que también padeció en el vecindario. Su felpudo apareció en varias ocasiones lleno de huevos rotos y basura tras los atentados de París de 2015.

Cree que en este aspecto no recibió apoyo por parte del colegio. Además, sostiene que la invitaron a optar por FP sin terminar la educación obligatoria, pero se negó: “En el primer examen de Física y Química, la profesora se acercó para decirme que si no sabía hacerlo, lo dejase en blanco. Saqué un 8. Sentía que nadie creía en mí, excepto yo misma. Si no confiaba, ¿quién lo iba a hacer?”.

Ella tenía claro que quería ser sanitaria, pero muchos jóvenes no terminan la ESO porque pierden la ilusión por aprender y Tomillo trabaja en devolvérsela. Por ello, García de Andrés celebra que la nueva ley de FP, aprobada en 2022, ponga el foco en las escuelas de segunda oportunidad, con especial atención a las competencias socioemocionales. “Trabajamos para que los chicos no abandonen, pero si no lo conseguimos, los recogemos y los acompañamos con otros programas”, insiste.

Cristina Domínguez tiene 32 años y si no fuese por el apoyo de sus padres, quizá hoy no tendría un grado universitario. Nació en Benavente (Zamora) y su vida está marcada por el trastorno por déficit de atención e hiperactividad, sin diagnosticar hasta los 16 años. “Fue duro porque los profesores pensaban que era vaga, que siempre estaba en las nubes y que no me esforzaba lo suficiente”, explica. Le resultaba difícil seguir el ritmo de la clase. Sus progenitores pidieron ayuda al centro escolar para realizar la valoración médica pertinente, sin éxito.

Cristina Domínguez, de 32 años, en la sede de la Fundación Tomillo.
Cristina Domínguez, de 32 años, en la sede de la Fundación Tomillo. César Vallejo Rodríguez

En busca de respuestas, recurrieron a una psicóloga clínica: “Con psiquiatría y medicación mejoré. Nadie daba un duro por mí, los tutores le decían a mi padre que había trabajos muy dignos que no requerían estudios”, cuenta, tras explicar que terminó realizando el grado universitario de Educación Social y, además, un máster. Iba a estudiar Musicología, pero a raíz de esta vivencia personal cambió de opción. No quiere que “otro niño se vuelva a sentir así”.

Después de una larga trayectoria profesional, contactó con los responsables de Tomillo, a los que conocía a través de las redes sociales, para ser alumna del Programa Intensivo de Emprendimiento. Gracias a los conocimientos adquiridos pudo “bajar la idea a tierra”. Ha diseñado un centro psicopedagógico para menores con dificultades de aprendizaje y conducta, que se llama Edusonora, y cuenta con terapias artísticas y creativas como la musicoterapia: “A mi yo del pasado le diría que crea en sí misma, porque la neurodiversidad existe y el problema lo tiene el que no lo comprende”.

Olga Plaza, de 18 años, descubrió a través de su hermano la fundación en su nuevo barrio, San Fermín-Orcasur, y ella siguió sus pasos para realizar una FP de grado medio en Gestión Administrativa. Reside allí tras conseguir una vivienda social. “Mi madre, mi hermano y yo nos mudábamos mucho de casa porque si subía el alquiler o no llegábamos con las facturas nos echaban”, cuenta tras agradecer la ayuda que siempre le brindaron sus abuelos. Su progenitora estudió Farmacia, pero al tener una familia monoparental tuvo grandes dificultades para desarrollar su carrera profesional.

Olga Plaza, de 18 años, a las puertas de la Fundación Tomillo, el 17 de julio.
Olga Plaza, de 18 años, a las puertas de la Fundación Tomillo, el 17 de julio.César Vallejo Rodríguez

Gracias a las prácticas obligatorias, Olga salió por primera vez de España, estuvo becada en Sintra (Portugal). En septiembre comenzará un ciclo superior de Marketing y Publicidad. “Me siento muy reforzada y mis notas han repuntado al estar en un entorno comprensivo que siempre te hace creer que puedes llegar a lo que te propongas”, cuenta motivada. Confiesa que a su hermano le ha pasado lo mismo: “Antes no quería ni estudiar y ahora hasta piensa en hacer una carrera universitaria”.

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