La crisis energética da una peligrosa segunda vida al carbón
La escalada de precios del gas natural provoca un auge del combustible más contaminante, cuya erradicación es vital para evitar el peor escenario del calentamiento global. Es un fenómeno coyuntural, pero preocupante
La crisis energética ha abierto veredas tan inhóspitas como difíciles de digerir. El carbón, llamado desde hace años a desaparecer del mapa para evitar el peor escenario del cambio climático, va camino de cerrar un 2021 récord. El encarecimiento generalizado de todas las fuentes de energía fósil —especialmente del gas, su heredero natural como respaldo de suministro en el sistema eléctrico— ha provocado un brutal aumento en su precio y un interés revivido en varios rincones del planeta. En poco tiempo ha pasado del ostracismo retórico a la primera línea.
La tendencia, a la que también está contribuyendo un inicio de la temporada de frío especialmente gélido en el hemisferio norte, con temperaturas más bajas de lo habitual, tiene alas cortas: el avance de las renovables es imparable, y la obsolescencia del carbón mantiene su vigencia a medio plazo. Pero el auge temporal no podría ser más peligroso e inoportuno, más aún cuando el éxito de la transición energética se medirá, en gran medida, por su capacidad de pasar la página del carbón lo antes posible.
“Está ocupando el hueco que deja el gas natural, tanto para evitar las dificultades de suministro como por su reciente subida de precio”, apunta Samantha Gross, jefa del departamento de Energía y Cambio Climático de la Brookings Institution, uno de los grandes centros de pensamiento estadounidenses. Sin embargo, descarta que esta situación se prolongue en el tiempo. “El suministro de gas y la generación de energía eólica rebotarán, y los precios se normalizarán”, augura. “Es un resurgimiento temporal, no permanente”.
La foto fija de este inesperado resurgimiento del carbón es, en realidad, el compendio de muchas imágenes que separadas dirían poco, pero que sumadas lo dicen todo. Y ninguna de ellas invita a la tranquilidad. Primera estampa: el consumo de carbón aumentará en 2021 en Estados Unidos por primera vez en siete años (+21%) y aportará casi la cuarta parte de la electricidad consumida. Segunda: mientras China se compromete a no financiar más centrales térmicas que quemen este mineral en el exterior, de sus minas brota hoy más carbón que nunca. Tercera: a pesar de que su peso en el mix eléctrico español ya es residual —1,8% este año—, la central de As Pontes (A Coruña), la más contaminante del país, ha vuelto a volcar energía a la red hasta en tres ocasiones este año, un camino para el que también se prepara la central de Los Barrios (Cádiz). Y cuarta: su cotización en los mercados internacionales más que se duplica en lo que va de año, tras marcar máximos históricos en octubre.
Tanto las mineras como los lobbies del carbón se sienten henchidos por los últimos acontecimientos. “Los mercados han hablado: el carbón ruge de nuevo”, decía semanas atrás el presidente de la patronal extractiva estadounidense, Rich Nolan. Sus razones tiene: en cuestión de meses han pasado de estar varios metros en fuera de juego, tratando de buscar soluciones de captura de las ingentes cantidades de dióxido de carbono que emiten, a sacar pecho por este revival.
Por coyuntural que acabe siendo, que lo será, el contraste entre el auge actual y la tendencia que debería seguir para enderezar el rumbo del calentamiento global no podría ser mayor. En el terreno de los hechos, la Agencia Internacional de la Energía proyecta que, tras tocar un máximo histórico de electricidad generada con carbón este año, la demanda del mineral marcará un nuevo pico en 2022. En el de los deseos, el consumo global de carbón debería caer en un 55% de aquí a 2030 y en un 90% de aquí a 2050 para evitar un escenario climático extremo.
“Es la mayor fuente de emisiones de dióxido de carbono, y el nivel históricamente alto de electricidad generada con carbón es una señal preocupante de lo lejos que está el mundo de las cero emisiones”, critica el director del organismo dependiente de la OCDE, Fatih Birol. “Sin una acción contundente e inmediata de los Gobiernos para atajar las emisiones del carbón, las opciones de limitar el calentamiento global a 1,5 grados centígrados serán pequeñas, si es que aún las hay”.
A pesar del aumento exponencial de voces en su contra, el peso de esta energía en la matriz eléctrica mundial permanece en el entorno del 40%, prácticamente en los mismos niveles de, atención, 1973, en plena crisis del petróleo. En buena medida, ese porcentaje responde a su creciente importancia en el Asia emergente, que aglutina a los países más poblados del planeta. China fue la única gran economía mundial en la que el consumo de carbón aumentó incluso en 2020, el año más crudo de la pandemia, y sigue creciendo a un ritmo del 9% este año. Y el caso de India es, si cabe, más preocupante: la Agencia Internacional de la Energía prevé un aumento de la demanda del 12% en 2021.
“Hoy el carbón es el rey, porque es más barato que cualquier otra fuente de energía”, dejó caer a mediados de octubre el primer ejecutivo de la petrolera francesa Total, Patrick Pouyanné, obviando, sin embargo, que la electricidad más barata proviene de la eólica y la solar. “Es cierto que el coste de generación de energía renovable es cero una vez que las placas solares o los molinos eólicos están instaladas, pero sigue siendo mucho más barato construir centrales de carbón. Sobre todo en Asia, que es donde más continúa creciendo la demanda de electricidad”, apunta por correo electrónico Sareena Patel, analista principal para temas de carbón de la consultora IHS Markit. De ahí, dice, que el esquinazo definitivo a este combustible esté siendo mucho más complejo de lo que muchos preveían.
Su pervivencia, sin embargo, es igualmente llamativa en dos de los mayores países europeos. En Alemania, a pesar de que la nueva coalición de Gobierno se ha comprometido a erradicarlo de la matriz energética en 2030, la quema de este mineral ha pasado de suponer el 21% de la electricidad generada en la primera mitad de 2020 al 27% hasta junio pasado, superando a la eólica como la primera fuente. Y en Polonia, por mucho el caso más problemático del Viejo Continente, sigue suponiendo casi las tres cuartas partes del total de electricidad producida. Son los dos grandes lunares en una Europa embarcada en un proceso de descarbonización acelerada.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.