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Atlas de perdedores y ganadores del gran pulso energético

La coyuntura alcista ofrece un alivio puntual a exportadores para los que la transición ecológica es un desafío existencial

OPEP
Una plataforma petrolera flotante, en 2018, en el Atlántico sur.STEPHEN EISENHAMMER (Reuters)

La energía es un factor insoslayable en los equilibrios de poder internacionales desde la revolución industrial. La actual escalada de precios representa la enésima sacudida en un sector agitado recientemente por una fuerte volatilidad coyuntural (primero la depresión de la demanda por la pandemia, ahora un acentuado calentamiento del mercado determinado por múltiples factores); y por una profunda transformación estructural (la transición ecológica). El cuadro actual representa un significativo beneficio para grandes productores y exportadores, como Rusia, y un momento de seria dificultad para importadores como China o la Unión Europea.

Más complejo es el análisis del impacto de la transformación estructural del sector espoleada por el calentamiento global. Hay incógnitas que serán relevantes para trazar el balance —velocidad del cambio, capacidad de reacción de los actores, etcétera—. Pero quedan claros grandes rasgos: el impacto será trascendental, modificando las relaciones internacionales; pondrá en dificultad a los exportadores de combustibles fósiles y otorgará mayor autonomía a otros países ahora muy dependientes; colocará el acento en la tecnología más que en los recursos primarios; en mercados regionales (de energía eléctrica) más que en globales (de petróleo o de gas natural licuado, GNL). Como señala Isidoro Tapia, experto en la materia, en un ensayo incluido en la publicación Energía y Geoestrategia 2020, (Ministerio de Defensa de España, Instituto Español de Estudios Estratégicos), los desafíos se transformarán, pero no necesariamente se simplificarán. Habrá menos dependencia de hidrocarburos, pero más de otros materiales necesarios para las nuevas tecnologías; y menos exposición a problemas en puntos de paso sensibles del transporte marítimo, pero más vulnerabilidad en las redes eléctricas, por ejemplo vía ciberataques.

A continuación, una radiografía sintética de cómo algunas grandes potencias afrontan tanto el reto coyuntural como el estructural:

Rusia. Como primer exportador mundial de gas y segundo de petróleo, Moscú es posiblemente el mayor beneficiario de la actual escalada. El incremento de ingresos es puro oxígeno para un Vladímir Putin que no atraviesa precisamente su momento de mayor popularidad. Algunos actores sospechan que Rusia está evitando aumentar sus suministros de gas a Europa como elemento de presión para obtener una rápida autorización para la puesta en marcha del nuevo gasoducto NordStream 2, ya completado, que la conecta con Alemania puenteando los países del Este. La Agencia Internacional para la Energía ha exhortado a Rusia a suministrar más, y el Gobierno de EE UU ha hecho referencias indirectas a la cuestión. Pero no es evidente que Gazprom esté voluntariamente evitando incrementar los envíos.

Mike Fulwood, experto del Instituto de Oxford para Estudios sobre la Energía, señala por videoconferncia que “la producción rusa está en niveles récord: ha crecido un 12% respecto a 2020 —un año marcado de principio a fin por la pandemia— y un 6% más que en 2019. En cambio, las exportaciones, pese a haber aumentado con respecto a 2020, están debajo de las cifras de dos años atrás. Hay que tener en cuenta que Rusia tuvo un invierno muy frío y están rellenando sus depósitos”, agrega. Fulwood señala que las vías de suministro Nord Stream 1 (hacia Alemania) y Yamal (vía Bielorrusia) se han mantenido hasta ahora en niveles idénticos a los de 2019. Sin embargo, Rusia ha reservado derechos de tránsito de solo un tercio de la capacidad disponible en la vía Yamal para el mes de octubre. En cambio, la vía que atraviesa Ucrania ya ha registrado una contracción en lo que va de año, y la perspectiva es todavía peor. El viernes se ha activado un acuerdo de suministro de gas a Hungría que puentea a Ucrania, que ha pedido a EEUU y Alemania sanciones al Kremlin. El deseo de Moscú de reducir derechos de paso y debilitar a Kiev es evidente en el contexto geopolítico de la anexión de Crimea y la ocupación del Donbás. Por otra parte, desde hace años, Rusia intenta amarrar con China la construcción de un segundo gasoducto que se sume al ya existente entre ambos países. Probablemente espera que las turbulencias actuales puedan animar a Pekín a atarse a un nuevo contrato en ese sentido.

Los beneficios de la actual coyuntura son sustanciales para el Kremlin, pero el reto de largo plazo sigue siendo descomunal. Las rentas del crudo y del gas suponían en 2019 el 12% del PIB del país euroasiático. Es el pilar fundamental de la economía rusa y un progresivo deterioro de la demanda internacional representa un desafío trascendental, considerando que su economía no da síntomas vigorosos de diversificación. Precisamente este viernes el presidente Putin ha dado mandato al Gobierno de reconsiderar los criterios de administración del fondo soberano que sirve como colchón para crisis. Según las reglas actuales, el Ejecutivo puede utilizar el excedente que supera el umbral del 7% del PIB. Putin ha sugerido que se eleve el umbral al 10%, precisamente en previsión de un futuro colapso de ingresos de exportaciones petroleras y gasísticas. El ministerio de Finanzas ha alertado recientemente de que en el plazo de tan solo una década el impacto de esa caída sobre las cuentas rusas será muy duro.

La urgencia rusa se ha trasladado, también, al seno de la OPEP+ (el ente que agrupa a los principales exportadores del mundo), en el que ha abogado repetidamente por levantar más rápido las limitaciones artificiales que los socios llevan años aplicando sobre la producción de crudo para mantener los precios altos. Moscú mantuvo con Riad una brutal guerra de precios en los primeros compases del colapso pandémico. En las actuales circunstancias, su posición adquiere un sentido y una relevancia mayor.

China. El gigante asiático, gran importador de gas y crudo, es uno de los principales protagonistas de la convulsa coyuntura energética. Su hambre de GNL es uno de los factores que ha tensionado el mercado. Según Fulwood, en los primeros ocho meses del año ha comprado un 30% más que en 2019, tanto por un deseo de reducir en lo posible su dependencia del carbón como por el fuerte impulso de recuperación de la economía. Al recibir limitadas cantidades de suministro por gasoducto (Turkmenistán destaca como proveedor), Pekín es muy activa en el mercado GNL, donde empresas australianas y estadounidenses figuran como principales socios (curiosamente, dos de los tres países —junto al Reino Unido— de la flamante alianza Aukus en el Pacífico). Pese al aumento de las importaciones, China está entre los grandes damnificados por la coyuntura actual. Sufre deficiencias de suministro eléctrico que están provocando apagones inusitados y Goldman Sachs ha rebajado cuatro décimas su previsión de crecimiento para este año (del 8,2% al 7,8%).

Las tribulaciones de la actualidad no impiden que Pekín disponga de importantes activos para el futuro. Pekín se sitúa en una posición de liderazgo de tecnologías renovables eléctricas, tanto en términos de capacidad ya operativa como en investigación, patentes y capacidad manufacturera.

Unión Europea. Los Veintisiete son otro de los perdedores de la situación actual en su condición de grandes importadores de gas y crudo. El bloque está teniendo dificultades para reponer las reservas de gas en niveles adecuados tras recurrir con intensidad a ellas en un invierno exigente como el pasado. La dependencia de Rusia, principal suministrador, es objeto de un viejo pulso entre europeos. Alemania ha optado por consolidar ese vínculo con el NordStream 2, pese a la vibrante oposición de los países del Este y de EE UU. La Comisión, que por lo general predica el verbo de la diversificación, no quiso encararse con Berlín. La Administración de Joe Biden, que asumió el poder cuando el proyecto estaba ya muy avanzado, decidió aflojar el pulso, en el marco de su deseo de reiniciar las relaciones con Europa y, en este caso, su principal potencia.

La sacudida en los precios de la electricidad es material especialmente inflamable en el panorama político y social del continente. Varios gobiernos han actuado ya ―entre ellos el español, el francés y el italiano― con medidas nacionales para contener los efectos regresivos de la crisis, que impacta con especial intensidad en los hogares más vulnerables. Sobre la mesa está el debate del papel que las instituciones comunitarias pueden jugar en el mercado de la energía. La idea es interesante, pero el camino para llegar a soluciones reales está repleto de serios obstáculos. Fulwood se manifiesta escéptico sobre la posibilidad de avanzar por ese camino.

En el medio y largo plazo, la UE mantiene su posición de potencia de vanguardia en el camino de la transición ecológica, con objetivos más ambiciosos que sus pares, con una fuerte concienciación social y un cuadro político que asume con creciente determinación la misión. La parte de los fondos de recuperación vinculados a esta materia podrán dar un renovado impulso. Las grandes compañías petroleras muestran, bajo presión social, una creciente sensibilidad verde, que habrá que comprobar, pero que, de entrada, según varios analistas, resulta más intensa que la de sus homólogas en EE UU. El reto, en sociedades que priman la cohesión social como las europeas, es diseñar un camino que permita avanzar paliando de manera eficaz los efectos colaterales regresivos de la revolución verde.

Estados Unidos. La principal potencia mundial es un caso sui generis. No sufre la coyuntura como China y es un destacado productor de crudo y de gas, del que exporta cantidades significativas. Esta situación le resguarda en gran medida del tsunami de precios, aunque no del todo. Precisamente por su papel exportador de GNL, señala Fulwood, tiene una conexión con el mercado global que hace que el suyo no resulte del todo aislado. La crisis pandémica impactó en el sector, sacando del mercado a empresas que extraían gas de esquisto. Pese a la subida de precios, el sector parece permanecer prudente, de momento: a diferencia de en el pasado, esta vez las empresas productoras han optado por preservar su cuenta de resultados en lugar de lanzarse a bombear desaforadamente. Con todo, EE UU ha casi doblado su capacidad de exportación de GNL, según Fulwood, gracias a la mejora de infraestructuras ferroviarias críticas.

En cuanto al crudo, aún tiene una dependencia del resto del mundo, aunque ni mucho menos tan fuerte como la china o la europea: no obstante, el país norteamericano es el mayor productor global de petróleo, a finales de 2015 levantó la prohibición de exportar que puso en marcha en la crisis de 1973 y hace dos años logró el hito de convertirse en exportador neto, algo que no había conseguido en cuatro décadas. Biden, consciente de la importancia de la gasolina para un país en el que las cuatro ruedas son casi un asunto de Estado, ha exhortado a los miembros de la OPEP+ a poner más barriles en el mercado. El cartel ampliado, sin embargo, ha diseñado una hoja de ruta de incremento muy tibia tras el colapso pandémico. La petición de Biden tiene un punto contradictorio con sus políticas de orientación verde y su decisión de no llevar a cabo el oleoducto Keystone XL, que habría aumentado la capacidad de importar de Canadá.

A medio y largo plazo, EE UU dispone de un potencial tecnológico que la hará muy competitiva. Está por ver que en el futuro permanezca la determinación política del apoyo a la transición, a la vista de posiciones escépticas, a veces retrógradas, muy enquistadas en el Partido Republicano. De enorme impacto será la transición en el plano de las relaciones internacionales, donde la cuestión del aprovisionamiento estratégico de hidrocarburos ha sido un factor de máxima relevancia, especialmente hasta la expansión de la producción nacional gracias a las nuevas tecnologías. Los vínculos con ciertos países productores ―véase la estrecha alianza con Arabia Saudí― tendrán cada vez menos sentido.

El mundo musulmán. El arco islámico abarca un número de importantes productores de gas y crudo —el mayor exportador del segundo sigue siendo Arabia Saudí—, que naturalmente cogen aliento en las circunstancias actuales. Destacan algunas cuestiones estratégicas: un alivio generalizado para regímenes autoritarios que dispondrán de útiles ingresos para consolidar sus posiciones; un Irán todavía sometido a sanciones relacionadas al programa nuclear que sufre, por tanto, dificultades para aprovechar el tirón del mercado, y la creciente tensión entre Argelia y Marruecos, que cuestiona la posibilidad de prolongar el uso del gasoducto que, desde el primer país y pasando por el segundo, suministra a España. El ministro de Exteriores, José Manuel Albares, precisamente viajó esta semana a Argel para garantizar ese abastecimiento. El acuerdo caduca a finales de mes. Hay una ruta alternativa directa hasta España, pero un eventual cierre de la otra provocaría una reducción de capacidad y no pueden descartarse complicaciones. De cara al futuro, muchos —especialmente en la península Arábiga— impulsan con intensidad estrategias de diversificación para superar la inexorable caída de ingresos. El tiempo dirá.


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