Anglosajones: la amenaza de recesión
Europa, amenazada por el 'Brexit' y el 'trumpazo', proteccionismos para "empobrecer al vecino"
Los anglosajones abandonan las playas de Normandía. El Brexit, primero; y el trumpazo, ahora, son dos tramontanas de proteccionismo nacionalista, inauditas en países de raigambre liberal.
Ambas amenazan con deteriorar el crecimiento mundial provocando una recesión, que arruinaría las previsiones económicas europeas aireadas este miércoles. Para España, los vientos de cola exterior se tornarían vendaval frontal. Ahuyentaría un crecimiento espectacular. Y desarbolaría los compromisos de reducción del déficit desde hoy hasta el final de 2018 (del 4,6% al 2,2% del PIB).
El Brexit de Theresa May implica primar el control restrictivo doméstico sobre la inmigración por encima del acceso a la cuádruple libertad de circulación (personas, mercancías, servicios, capitales) encarnada en el mercado interior europeo.
Supone la renuncia al libre comercio en su funcionamiento actual, acompañada de otros intervencionismos más corporativistas. Perjudicará al Reino Unido. Pero también a Europa y a todo el mundo, como denuncian los organismos internacionales, al retraer el crecimiento y la inversión. Y dejaría en riesgo el superávit comercial bilateral español (1,1% del PIB), remesas turísticas, e inversiones británicas, aquí, de 30.000 millones de euros (por 48.000 millones a la inversa).
Anoten bien esas cifras concretas no los críticos del libre comercio por incompleto, sino sus detractores antisistema de los dos polos.
De las locas propuestas del trumpazo, la que más detalló en campaña —persecución xenófoba aparte—, fue la de denunciar, cancelar o reformular los Tratados comerciales: NAFTA (EE UU/Canadá/México); TTP (transpacífico); TTIP (con Europa, en ciernes), y la amenaza de subir drásticamente aranceles (sobre todo a China). Amén del ataque a la OMC (Organización Mundial del Comercio), al funcionamiento de la OTAN (Defensa) y al Acuerdo de París contra el cambio climático.
Su prometida revisión nacionalista, por el país más poderoso del globo, no debe tomarse a broma. Implicaría la vuelta a la política de “empobrecer al vecino” (beggar-thy-neighbour) que ya denunció Adam Smith y que agravó hasta la exasperación la terrible Gran Depresión de los años 30. Ese proteccionismo persigue exportar los problemas propios, anulando la importación de productos (o servicios) extranjeros para sustituirlos por nacionales (más caros), mediante aranceles o devaluaciones monetarias competitivas. Aquella guerra comercial redujo un 19% el comercio mundial, y junto con otros factores, hasta el 30%. Nutrió los fascismos y derivó en Guerra: con mayúscula.
El intercambio global se ha multiplicado desde entonces. Las exportaciones representan el 30% del tamaño de la economía mundial. Las cadenas de valor industrial en las manufacturas (una pieza en Eslovaquia, otra de Marruecos, el montaje en Valencia) se ramifican. Un efecto como aquél sería ahora más grave, aunque lo compensasen los (tambaleantes) colchones sociales de bienestar, el (vulnerable) multilateralismo de la UE y el (zigzagueante) protagonismo de los emergentes.
La UE es la primera potencia comercial del mundo. Como socia de los EE UU —entre ambos bloques suman un tercio del comercio global y la mitad del PIB mundial—, sufriría tanto o más que los otros la destrucción del orden internacional liberal organizado desde 1945 y explorado desde 1933 con la presidencia de Franklin Roosevelt. España, comarca europea, no se escaparía.
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