Lecciones aprendidas
Entre 1980 y 2003, la región sufrió 38 crisis económicas
Si alguien sabe de crisis financieras es Latinoamérica. Entre los años 1980 y 2003, la región sufrió 38 crisis económicas, aunque la peor, sin duda, fue la crisis de la deuda externa que estalló en 1982 y que provocó la denominada década perdida de la región. Eso provocó que en lo más crudo de la crisis, entre 1980 y 1985, el PIB apenas creciera un 2,3% en toda la región, aunque en términos per capita en realidad cayera un 9%. Las Bolsas perdieron entre un 65% y un 85% de su valor, según Goldman Sachs; los salarios en zonas urbanas se redujeron entre un 20% y un 40% en los 10 años siguientes al estallido de la crisis, y durante ese tiempo la inversión externa que entraba a la región se destinaba casi en exclusiva al pago de la deuda. Unos parámetros que ya no resultan desconocidos en el continente europeo y que exigen revisar las lecciones que Europa puede aprender de Latinoamérica, de sus aciertos y de sus errores.
Es verdad que las crisis siempre invitan a las comparaciones, pero en este caso son muchas las similitudes que pueden establecerse. “En ambos casos comparten una financiación barata y abundante, unas expectativas de crecimiento futuro fuerte y sostenido, una notable exposición de los bancos de los países acreedores, una deuda dominada en una divisa que no se controla y un detonante macroeconómico de la crisis”, recuerda Álex Ruiz, del departamento de economía europea del área de estudios y análisis económicos de La Caixa.
No fue hasta 1989 cuando el Plan Brady permitió a los Gobiernos de la región utilizar la ayuda financiera internacional para reducir la deuda
Pero no fue fácil establecer un diagnóstico tan claro de los problemas de la región. Ni entonces ni ahora. Hasta que Nicholas Brady no se hace cargo de la secretaría del Tesoro de Estados Unidos no se diseñó un plan que atacó la verdadera raíz del problema de la crisis latinoamericana: la falta de solvencia y no meras dificultades de liquidez. No fue hasta 1989 cuando el Plan Brady permitió a los Gobiernos de la región utilizar la ayuda financiera internacional para reducir la deuda y proceder a un canje de deuda soberana, con una quita del valor de la misma, del orden del 30% de media. La participación de las autoridades y la banca de EE UU en el plan resultaba decisiva para su éxito, dado que los ocho principales bancos estadounidenses mantenían aproximadamente el 23% del crédito en la región.
Europa siempre ha pensado que su crisis no se podía comparar a la de los países emergentes, que esta vez era diferente, como reza el título del libro de los economistas Carmen Reinhart y Kenneth Rogoff. Lo contaba Moisés Naím en uno de sus artículos, cuando se encontró en Bruselas con antiguos colegas y todos casi unánimemente insistían en que “Europa es diferente. Tenemos el euro, nuestras economías y sistemas financieros son diferentes, así como nuestras instituciones y cultura”.
Esas diferencias esgrimidas por los diplomáticos europeos no han evitado el rescate y la posterior reestructuración de la deuda de Grecia, un paso fundamental también en la resolución de las crisis latinoamericanas. De hecho, el último de esos episodios fue el de Uruguay en 2003, que llevó a cabo una exitosa reestructuración de la deuda y que le permitió en pocos años retomar el crecimiento. En el caso de Grecia, el acuerdo entre los inversores privados y las autoridades helenas conllevaba una quita del 53%, aunque no hay perspectivas de crecimiento en el horizonte. De hecho, no son pocos los expertos que auguran nuevas quitas en Grecia dado que la rentabilidad de la deuda le impide volver al mercado —el bono a 10 años cotiza por encima del 25%— y el programa de ajuste no hace sino profundizar en su recesión económica. “No hay razón por la que esta experiencia no pudiera servir para la periferia europea hoy. Los países deudores podrían ofrecer un menú de nuevos bonos. El dinero del Fondo Monetario Internacional y de la Unión Europea podría servir como endulzante de la situación y bastaría una quita del 35% para restaurar la solvencia de estas economías. Y así se evitaría una década perdida”, defendía poco antes del rescate a Grecia, en mayo de 2010, el economista de Berkeley Barry Eichengreen.
La solución a la crisis europea pasa por una combinación de reducción de la deuda y una fuerte recuperación del crecimiento
Porque, como recuerda Álex Ruiz, la solución de una crisis de deuda requiere paciencia, ya que los plazos de resolución de una crisis de deuda son prolongados. “Encontrar una solución requiere tiempo, como también exigen tiempo las negociaciones entre los actores afectados. En el caso latinoamericano, la quita de la deuda no fue posible hasta que el sistema bancario internacional estuvo suficientemente reforzado para asumirla”.
No han sido pocos los economistas, como el gurú de la crisis Nouriel Roubini, que han recomendado a los países rescatados, e incluso a España, que abandonaran el euro y volvieran a sus antiguas divisas nacionales, siguiendo el ejemplo de Argentina en 2001. El exministro de Economía de aquel país Domingo Cavallo, el responsable de instaurar el corralito financiero que provocaría la caída de su Gobierno, advertía que “si Grecia siguiera ese camino, los mercados anticiparían que Portugal, Irlanda e incluso Italia y España se verían obligadas a hacer lo mismo, y Europa se encontraría en una situación como la de América Latina en 1982, cuando el incumplimiento de la deuda mexicana provocó grandes devaluaciones y la morosidad de varios países de América Latina”, apuntaba el año pasado en un encuentro organizado por el premio Nobel y padre del euro Robert Mundell en su casa de Siena. Lo que siguió a aquella situación es bien conocido: estanflación, hiperinflación y años de bajo crecimiento, con el consiguiente impacto sobre la población.
De ahí que la solución a la crisis europea, como en el caso de Latinoamérica, según recuerda Ruiz, pase por una combinación de reducción de la deuda y una fuerte recuperación del crecimiento sin olvidar que “en la solución final, el papel público tiene una función fundamental como asegurador del riesgo del sector privado”, subraya. Solo que las propuestas planteadas por las autoridades europeas hasta el momento para hacer frente al problema del crecimiento están lejos de devolver a los países más golpeados del continente a los números positivos. “La solución debe pasar por un ajuste que no ahogue el crecimiento y mucha paciencia”, remata Álex Ruiz.
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