_
_
_
_
Tribuna:
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

¿Qué fue de nosotros?

A finales de los noventa un grupo de profesionales de la comunicación fuimos a visitar al expresidente Adolfo Suárez a su despacho. El motivo del encuentro era presentarle una campaña de publicidad para CEAR (Comisión Española de Ayuda al Refugiado), de la cual Adolfo Suárez era entonces presidente. Una vez acabada la presentación formal, Suárez, inesperadamente, se me acercó y me preguntó por mis padres; quería saber si yo era argentino de primera generación y en qué año ellos habían emigrado. Cuando terminé mi breve relato, comenzó el suyo. "Siendo presidente", dijo Suárez, "visité Argentina durante la dictadura del general Videla y me reuní en el Club Español con los padres españoles de hijos desaparecidos e intenté colaborar con ellos. Todo lo que hice fue poco, pero era mi deber", terminó Suárez, "mi deber ante mi padre ausente que murió creyendo que su hijo era un fascista".

Estamos obligados a olvidarnos de lo que fuimos para poder seguir siendo alguien

Si bien los biógrafos mencionan que los desencuentros marcaron la relación entre Suárez y su padre, Hipólito, la filiación republicana de este explica esa confesión, que legitima Santiago Carrillo al recordar que Suárez es "hijo de los que perdieron la guerra". Pero lo que de verdad importa es la pulsión de Suárez por su identidad política.

El contraste con José María Aznar y Felipe González, los otros dos expresidentes vivos, abocados hoy a tareas privadas que son posibles gracias al ejercicio del poder que han dejado atrás, me ha hecho recordar aquel encuentro. El entramado mediático de Rupert Murdoch y la eléctrica Endesa en el caso de Aznar, y la reciente incorporación de González al Consejo de Gas Natural, hablan de la dispersión profesional, la mutación laboral y la perfecta sintonía de ambos con el tiempo que les toca vivir.

Tanto Richard Sennett como Zigmunt Bauman han descrito el escenario laboral actual. La disolución de las certezas, la pérdida de la estabilidad laboral, la deslocalización, la flexibilidad, en fin, la caducidad de los relatos que configuraban un mundo más o menos estable con reglas acordadas bajo un marco de garantía político, han dado paso a la necesidad de desarrollar una capacidad que nos permita cambiar de tácticas y estilos en un santiamén, para abandonar compromisos y lealtades sin arrepentimientos, y para ir en pos de las oportunidades según la disponibilidad del momento, en vez de seguir las propias preferencias consolidadas.

El trabajo artesanal, bien hecho, que genera no solo el sustento sino la plenitud de alcanzarse a uno mismo, ha muerto; las cualidades personales de un buen trabajador parecen difíciles de definir.

El actor Jorge Sanz y el realizador, guionista y escritor David Trueba parecen haber interpretado perfectamente esta transformación al encarar la producción independiente ¿Qué fue de Jorge Sanz?, producida y emitida por Canal Plus. El argumento es simple: Jorge Sanz, con cuarenta y tantos años y trabajando como actor desde niño, habiendo alcanzado la fama, ganado premios y reconocimiento, no consigue trabajo. Un amigo suyo pasa a engrosar la fila de parados después de trabajar en una distribuidora de quesos y se reconvierte en agente artístico intentando conseguir lo aparentemente imposible: un trabajo digno para Sanz y para sí mismo.

La pirueta genial de la serie televisiva es que parte de un hecho concreto y verificable, la invisibilidad laboral de Sanz, y revierte esa situación al llevar a Sanz a ejercer en público un rol reservado hasta ahora a la esfera privada: el de Jorge Sanz.

Ser alguien, aunque sea otro. Ser el personaje Jorge Sanz, aunque no sea el real, aunque sea un sucedáneo hiperreal que cuenta su peripecia para sobrevivir. Dejar de ser González o Aznar, tal como les conocemos, tal como habían elegido ser, para convertirse en otros, en empresarios de un mundo donde la política ya no es una herramienta que ordena la realidad para el bien común, sino que la adapta al criterio de un modelo excluyente. Berlusconi, en un movimiento contrario, también hace lo propio: es un empresario que mutó en político porque allí encontró un rol afín a su pulsión de poder ilimitado. Con el desparpajo escénico de su lucha contra el peligro comunista en un mundo donde el comunismo desapareció, como apuntaba no hace mucho Umberto Eco.

En una de sus Seis propuestas para el próximo milenio, Italo Calvino hablaba de la posibilidad de crear una obra que nos permitiese salir de la perspectiva limitada de un yo individual, que nos facilitara no solo entrar en otros yoes semejantes al nuestro, sino también hacer hablar a lo que no tiene palabra. Claro, Calvino hablaba de literatura. Pero para ser otro hace falta capacidad creativa, como la que demuestran Sanz y Trueba.

Lamentablemente, parece que una enfermedad irreversible le ha arrebatado la memoria a Adolfo Suárez. Cuando contaba con ella la utilizaba, entre otras cosas, para hacerse preguntas a sí mismo, buscando consolidar su propio yo. Nosotros, también de manera lamentable, parece que estamos obligados a olvidarnos de lo que fuimos para poder seguir siendo alguien. ¿Qué fue, entonces, de nosotros?

Miguel Roig, creativo publicitario y escritor, es autor del libro Belén Esteban y la fábrica de porcelana (2010).

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_