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Una escritora en la cumbre de las letras

El día en que el Cervantes fue mujer

Nervios, emoción, fiesta, fervor mediático: así transcurrió la jornada de Ana María Matute, tercera autora en 35 años que gana el gran premio de la literatura en español

Candidata y finalista varias veces, Ana María Matute olía que este año sí, este año había posibilidades de ganar el Premio Cervantes. Pasó una noche de mil demonios, sin dormir, inquieta, entre la ilusión y el temor al desengaño. Se despertó pronto. Pronto para ella son las diez de la mañana. "Todo lo que sea antes de las 12 me parece la madrugada".

Ella y los suyos, y su editorial (Destino) estaban convencidos de que el premio se daría a conocer a partir de las cuatro o las cinco de la tarde. Por lo que pudiera pasar, la Matute, como la llama todo el mundo, se fue a la peluquería a las 11.30. "Por si cae". Juan Pablo, su hijo; Marisol, su nuera, y Pilar Lucas, de Destino, empezaron a recibir llamadas desde primeras horas de la mañana. "No se sabe nada todavía".

"Mentiría si dijera que no lo estaba esperando", dijo a la ministra de Cultura
"¿A casa?" "¡Ni hablar, quiero ir a cenar por ahí, para celebrarlo!"
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Ana María Matute estaba tan nerviosa que ni pudo comer. A las 13.45 llamó la ministra de Cultura, Ángeles González-Sinde. "Felicidades. Señora Matute, ha ganado usted el Premio Cervantes".

Ni siquiera se acordó de los 125.000 euros. Estallido de alegría. "Mentiría si no dijera que lo estaba esperando".

Apenas tuvo tiempo de digerir la noticia. Las teles ya estaban allí, en el sobreático de la avenida Mare de Déu de Montserrat, atiborrado de libros, en el suelo, en estanterías, en la mesa. "Son de mi hijo".

Tiene 85 años y un enorme sentido de responsabilidad profesional. A las 16.30 llegó al Palace, antiguo hotel Ritz. Cuántos recuerdos. Ahí recibió el Premio Nadal en 1959 con Primera memoria. Acompañada, entre otros, por Juan Pablo y Marisol, por su gran amiga María Paz Ortuño, editora de La puerta de la luna (Destino), cuentos escritos entre 1947 y 1998, que acaba de publicar.

Una doble batería de cámaras, a modo de pasillo, la esperaban a la entrada. "Gracias, amado pueblo", dijo con voz inaudible.

Ana María iba de tiros largos, hecha un pincel. Traje chaqueta de color morado jaspeado a juego con un jersey de color lila. Zapatos tipo princesa, de medio tacón. El conjunto se lo compró hace poco. También por si caía el Cervantes.

Entre tantos cámaras y fotógrafos parecía frágil y pequeñita, pero qué fuerte, qué mente tan lúcida. Posó y atendió pacientemente. Cuando acabó el turno de las televisiones, se tomó un breve descanso, un café y unos sorbos de un gin-tonic.

Llegó la familia. Sus sobrinas Verónica y Sapo y el marido de esta, Fran. "Soy feliz, soy feliz, soy feliz", les dijo emocionada. Se fundieron en un abrazo, y con ellos Juan Pablo y Marisol.

Los periodistas de radio y televisión querían declaraciones exclusivas. Se la vio por pasillos y rincones, atendiendo a todos. Luego, el encuentro con la prensa escrita. Junto a ella, Emili Rosales, director editorial de Destino, y Silvia Sesé, editora, que le contaba al oído lo que preguntaban los periodistas. "Estoy sorda". Teatrera, siempre lo ha sido, sus manos volaban en uno y mil movimientos.

A las siete de la tarde, Ana María y sus hijos parecían reventados. Ella, afónica. No le importaba. "Soy feliz, enormemente feliz", no dejaba de repetir.

A partir de las nueve, estaba prevista una entrada en directo con el telediario de TVE-1. Prepararon un plan: Ana María Matute se iba a casa, se quitaba los zapatos, comía algo -"lleva todo el día sin comer", protestó María Paz-, descansaba y a esperar a los de la tele.

Perfecto, pero la nueva Cervantes descolocó a todos. "¿A casa?". "¡Ni hablar, quiero ir a cenar por ahí, para celebrarlo!". A sus órdenes. Si ella aguanta con 85 años y sus zapatos de medio tacón, los demás también. Todos rumbo al restaurante Alfonso. "Haremos una merienda cena como las de antes", propuso Silvia Sesé. "¿Pisto?, ¿hay pisto?". La premio Cervantes 2010 tuvo otro estallido de felicidad. "No lo comía desde que salí de casa de mis padres". Una copa de vino para brindar. Croquetas de bacalao y de espinacas, jamón, pan con tomate, morcilla, alcachofas fritas.

Pero no había sosiego. La llamaron del programa El ojo crítico, de RNE. Esta vez, escuchó la pregunta María Paz Ortuño y se la contó a la escritora. "Soy feliz, soy feliz", dijo de nuevo Ana María. No pudo responder más. "Estoy sorda", repitió.

Al fin llegó la calma, pero surgió un nuevo dilema. "¿Tendré que leer un discurso?", se espantó la Matute. "Cuando entré en la Academia [1998] lo pasé fatal, más que fatal, fue horroroso". Exagera, leyó entonces un texto fantástico sobre el bosque, uno de sus temas preferidos. "¿Sabéis que haré? Llamaré a Marsé, él sabe de qué va eso, para que me aconseje". Juan Marsé ganó el Premio Cervantes en 2008. "Pero en cualquier caso será corto, por consideración y respeto a los asistentes".

Después de TVE-1, a casa, quitarse los zapatos y el traje, y al sobre. Hoy será también un día duro. "De madrugada, a las 11.30, me vienen a recoger los de TV-3". "Pero estoy tan feliz, tan feliz, que haré lo que sea".

Ana María Matute (derecha) celebró así el premio con Silvia Sesé, de  Destino (izquierda), y María Paz Ortuño, estudiosa de su obra.
Ana María Matute (derecha) celebró así el premio con Silvia Sesé, de Destino (izquierda), y María Paz Ortuño, estudiosa de su obra.MARCEL·LÍ SÀENZ

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