"La vida es mágica; escribir, también"
La novelista recibe la distinción con un homenaje a sus pasiones lectoras
Definitivamente, Ana María Matute (Barcelona, 1925) es, como su narrativa, mágica: no crece. Por eso, cuando ayer narraba aspectos de su vida tras obtener el Premio Cervantes, modulaba la voz arriba y abajo buscando otras voces, dibujaba figuras con sus manos huesudas, hacía una y dos muecas. "Es lo que ha hecho siempre, desde pequeña, cuando lee cuentos en voz alta", aclaraban ayer los que bien la conocen. Una narradora innata, eterna, pues.
Por lo dicho ayer en Barcelona, parece que esa coherencia vital también ha sido literaria en la que, tras María Zambrano (1988) y Dulce María Loynaz (1992), es ya la tercera mujer en obtener el máximo galardón de las letras castellanas. "Desde mi primer cuento he querido comunicar la misma sensación de desánimo y pérdida; vivir es perder cosas, también", afirma quien sigue escribiendo, si bien "nunca sé qué y cuándo saldrá; no se sabe lo que puede durar un libro; es un misterio; la vida es mágica y esto de escribir, también".
Muy atrás quedaba ayer esa crítica literaria que no supo encajar sus libros, a caballo entre el realismo social y esos mundos infantiles y mágicos que siempre han impregnado su obra. "Y qué quiere: no tenían ni idea de lo que decían; España estaba tan cerrada al mundo... No sabían nada de nada y te juzgaban con unos cánones fijos, estrechos, trillados, estúpidos y con un muchito de mala leche". Pero ayer, tras no dormir "en toda la noche por los nervios", estaba "enormemente feliz; quiero ver este premio como un reconocimiento a que he dado casi toda mi vida a esto que es escribir; el reconocimiento literario, si acaso, lo han de dar los lectores si es que les he abierto o cerrado una puerta con mis libros".
Como cuando hacía con cinco años bajo la cama o encerrada dentro de un armario, Matute sigue leyendo como una posesa: "Más de media vida larga me la he pasado leyendo; es importantísimo; por eso pude escribir Pequeño teatro con 17 años: esos sentimientos los conocía porque los había leído en Dickens y Dostoievski". Los escritores rusos "son lo máximo: mi amor por los cuentos es culpa de Chéjov, cuyos relatos me parecen mejor que su teatro".
Devoradora ahora de una novela negra que ha redescubierto ("con Denis Lehane y Michael Connelly me cae la baba; lástima que no tenga yo capacidad para ese género: ¡ahí cabe todo!"), sigue pensado que su mejor obra es Olvidado rey Gudú, quizá porque salió tras casi 20 años de silencio. "Sufrí mucho; la depresión, sobre todo si no sabes de qué viene, es muy dura; la vida pasa factura, ¿sabes? Pero bueno, quizá de perder todo aquello salió todo esto". Pues bien empleado.
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