Pelícano en Washington
Como un pelícano más, la presidencia de Barack Obama continúa atrapada en la marea negra que se extiende en el golfo de México. Obama visitó ayer por cuarta vez las zonas afectadas. Hoy se dirigirá a la nación en hora de máxima audiencia televisiva para anunciar nuevas medidas con las que hacer frente a la situación. Mañana se reunirá en el Despacho Oval con los principales ejecutivos de la empresa responsable del vertido, BP. Desde hace un mes, recibe cada día un informe detallado sobre la marcha de la catástrofe, como se hace tradicionalmente con los asuntos que afectan a la seguridad nacional.
Después de encuestas que desaprueban la actuación del presidente en esta crisis con cifras en torno al 65%, los asesores de Obama se esfuerzan estos días por devolverle la iniciativa. Pero, por primera vez desde el comienzo de su mandato, eso se ve ahora misión imposible.
Un éxito histórico como la implantación de un nuevo sistema de salud está ya olvidado. Otros también relevantes, como la firma de un acuerdo de desarme con Rusia o la reciente imposición de sanciones internacionales a Irán, apenas cuentan. Los medios de comunicación, obsesionados con el vertido, no les prestan atención. Y la Casa Blanca carece de energías para venderlos a los ciudadanos. El país es gobernado ritualmente, pero sin pasión. Los grandes asuntos internacionales se despachan rutinariamente, pero no están respaldados con el liderazgo necesario.
El vertido lo tapa todo. El daño sobre el presidente es tan evidente que ni siquiera ha sido necesario un empujón por parte de la oposición para desestabilizarlo. Los republicanos mantienen ahora un astuto silencio.
La izquierda exige al presidente la paralización de todas las plataformas petroleras o la intervención en BP.
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