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Análisis:
Análisis
Exposición didáctica de ideas, conjeturas o hipótesis, a partir de unos hechos de actualidad comprobados —no necesariamente del día— que se reflejan en el propio texto. Excluye los juicios de valor y se aproxima más al género de opinión, pero se diferencia de él en que no juzga ni pronostica, sino que sólo formula hipótesis, ofrece explicaciones argumentadas y pone en relación datos dispersos

El Katrina de Obama

Antonio Caño

Nadie reaccionó a tiempo tras el accidente de la plataforma Deepwater Horizon en abril pasado, ni la compañía propietaria de la prospección, BP, que guardó silencio, ni Barack Obama, que se mantuvo en segundo plano, ni los medios de comunicación, que despreciaron la noticia. Puede parecer lógico, al tratarse de un hecho ocurrido en el mar y a 1.500 metros de profundidad, a donde ningún ser humano puede llegar.

El paso del tiempo ha demostrado, sin embargo, que la tardía reacción no es tan justificable y que el episodio, además de las múltiples consecuencias ecológicas y económicas que se conocen, puede tener efectos políticos letales para el propio Obama, que ayer volvió a visitar la región del golfo de México en un esfuerzo por demostrar una implicación mayor de la que se ha visto hasta la fecha.

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Quizá no llegue a tiempo. Obama celebró el jueves una rueda de prensa para insistir en que el vertido de petróleo es su máxima prioridad y el asunto que más tiempo le ha ocupado desde la decisión de la estrategia en Afganistán. Pero es posible que el daño político ya esté hecho.

Para la oposición conservadora y para algunos analistas independientes, este es el Katrina de Obama. Por muchas diferencias que existan en cuanto a la pérdida de vidas humanas y la magnitud de la incompetencia de los organismos oficiales, hay dos aspectos muy importantes, además de la geografía, en los que el desastre de BP recuerda al mortífero huracán: la imprevisión y la debilidad de la respuesta.

Una empresa que hace perforaciones en el mar a siete kilómetros de profundidad debe de ser consciente de los riesgos que se corren y debería de tener a mano los medios adecuados para hacerles frente. No ha sido así.

Un Gobierno que autoriza esas prospecciones debería exigir las garantías adecuadas antes de aprobar la concesión. No lo ha hecho.

¿Es Obama culpable de esa negligencia? No. ¿Es ahora responsable de lo ocurrido? Sí. Le honra que él mismo lo haya reconocido.

Quizá Obama se dejó engañar por la petrolera británica, como sugieren distintas fuentes de la Casa Blanca para desviar las críticas. Desprovisto el Estado de los recursos técnicos para contener el vertido, Obama se vio en manos de la compañía propietaria de la plataforma, que ocultó deliberadamente la proporción de la tragedia, arrastrando en su ignominia al presidente mismo.

El Katrina fue la tumba de Bush. Ciertamente, el huracán encontró a un presidente en estado maltrecho por la guerra de Irak.

Obama tiene aún tiempo y crédito para superar este fracaso. Pero la verdad es que, hoy por hoy, cuesta imaginar cómo. Carece de instrumentos para actuar -el sellado de la tubería está en manos de los ingenieros de BP-, no tiene más aliados políticos que su propio entorno -la indignación es de la misma intensidad, aunque por distintas razones, en la derecha y en la izquierda- y se enfrenta a un problema -una mancha de petróleo cuyos efectos durarán años- de los que perduran en la mente de los votantes.

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