El día de los bastardos malditos
Aseguran que la salud, el esplendor o la estricta supervivencia de los festivales no sólo la legitima la calidad de la Sección Oficial y el interés de las secciones paralelas sino también que las estrellas, esos seres etéreos y con atributos emparejados con la divinidad, desvelen que son humanos prestándose a aparecer en público para saciar la fascinación de la gente. La Mostra, esa inmundicia de programación en los últimos años, salva injustamente los papeles y consigue portadas en los medios de comunicación porque las estrellas del cine norteamericano (o sea, las de verdad) no desdeñan algo tan grato como darse una vuelta por una de las ciudades más hermosas y enigmáticas que existen. Y si les falla alguna luminaria, el magnetismo de ese paisaje puede atraer incluso a Hugo Chávez, ese actor de la política tan poco estético pero irrefutablemente popular, alguien que garantiza el protagonismo en las noticias del día.
Lo que no me atrevo a garantizar es que la película sea una obra maestra
El festival de San Sebastián, consciente de las justificadas acusaciones de ausencia de glamour (que asco le estoy pillando a concepto tan sobado y en boca de tanto hortera con pretensiones de sofisticación) en sus últimas ediciones, se las ha ingeniado este año para empezar a lo grande, con la presencia en vivo y en directo de Quentin Tarantino, topmodel entre los autores cool, algo más que un director de cine, y de ese fulano escandalosamente guapo y molón llamado Brad Pitt. Aunque la caprichosa atmósfera se haya conjurado para deslucir el acontecimiento con inmisericorde lluvia es improbable que decrezca la generalizada expectación del personal por ver y escuchar en vivo y en directo a gente con tanto morbo. Haber logrado que ellos promocionen en San Sebastián Malditos bastardos tiene mucho mérito. Lo que no me atrevo a garantizar es que su película sea una obra maestra. El protagonismo de Brad Pitt es falso, aunque le convenga a la promoción, ya que este aparece en la pantalla alrededor de 30 minutos. Sale afeado (este irregular y a veces excelente actor en ocasiones parece que se sienta culpable de su hermosura, que se imponga la obligación de interpretar a personajes paródicos), con mandíbula anfetamínica, pasado en el gesto y en la voz. El verdadero protagonismo y lo más atractivo de esta película lo ejerce Christoph Waltz, un actor grandioso dando vida a un personaje suculento, a un nazi sinuoso, maquiavélico, falsamente afable, especializado en detectar y cazar judíos. Malditos bastardos es muy osada en su interpretación de la historia, contiene una larga y tensa secuencia en una posada habitada por soldados alemanes y judíos camuflados que revela el enorme talento de Tarantino para los diálogos y para dotar de complejidad, suspense y humor surrealista a una situación de imprevisible desenlace, es memorable el personaje del coronel Landa. Pero también hay bajones narrativos, esperpento gratuito, vanas pretensiones de gracia. Contiene lo mejor y lo peor de alguien con poderosa y original personalidad, enamorado de la subcultura, con tendencia irritante a ir todo el rato de listo y de enrollado. Malditos bastardos es brillante a ratos, pero está lejos de la perfección de Pulp fiction y de Jackie Brown. Tampoco tiene nada que ver con la autosatisfecha idiotez de ese vacuo pasote titulado Death Proof.
Las primeras imágenes de Chloe, con una mujer transparente sensual vistiéndose lentamente con primorosa lencería y su voz en off describiendo sus habilidades eróticas para satisfacer a la clientela, el lenguaje no solo del cuerpo sino también verbal para introducirse en la mente del otro y potenciar su deseo, podrían pertenecer a un porno de lujo. Pero sabes que Chloe está firmada por Atom Egoyan, que el calentón inicial no va a ser gratuito, que la turbación que transmite no va limitarse a ser epidérmica, que ese erotismo es el coherente arranque de otro desasosegante cuento moral.
El retorcido cerebro de Egoyan y su afilada sensibilidad van a desarrollar un juego muy serio alrededor de una mujer que sospecha que su marido la engaña y contrata a una puta para que se disfrace de aventura, le seduzca y le cuente las reacciones del infiel. Esa trama de consecuencias imprevisibles y trágicas le sirve a Egoyan para hablar con profundidad y dolor de los estragos emocionales que provoca el paso del tiempo, del lacerante desgaste de la pasión, del terror al envejecimiento, de la incertidumbre del amor, del veneno que genera la sospecha, de las sorpresas y los problemas que pueden crear las nuevas exploraciones de una sexualidad que creías muerta. Es una película con atmósfera turbia y densidad emocional, con conductas y sentimientos veraces, admirablemente interpretada por Julianne Moore y por la aún más inquietante que sexy Amanda Seyfried. Egoyan sigue buceando con talento expresivo y con su inconfundible lirismo por el lado oscuro y por sentimientos turbadores.Lo que no me atrevo a garantizar es que la película sea una obra maestra
Babelia
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