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Reportaje:ESPECIAL CÓCTELES

Mi vida es un combinado

Boris Izaguirre

No soy un hombre de cócteles, aunque la única bebida que ingiero sea uno: el gin-tonic. Con la edad me aconsejan que es preferible abandonarlo, porque las resacas de ginebra son terribles superados los 34 años.

Entró en mi vida acompañado por la reedición de varias canciones de Peggy Lee, grandes éxitos de los años cincuenta. Peggy Lee fue también alcohólica, seguramente lo era para ese año 1982 en que yo la descubría a ella y al cóctel más célebre del mundo, tanto que no siempre se le incluye en la lista de ellos. Esta bebida, siempre refrescante y de aparente optimismo, surgió en Ginebra, a manos de un caballero de apellido Schweppe. Sí, seguro que le resulta inverosímil que dos nombres tan profundamente arraigados con la bebida en efecto fueran sus fundadores. Schweppe era de profesión joyero y alemán y prefería Suiza ya en 1783 para afincarse. Consiguió, una tarde tonta, introducir burbujas de anhídrido carbónico en el agua embotellada. Así nació la soda y una prodigiosa empresa farmacéutica, J Schweppe & Co, que en 1870 incluyó quinina en la soda carbonada de naranja y produjo el agua tónica. El refrescante medicamento combatía el paludismo. Entonces, celebrando las sucesivas victorias británicas en la India, un alto oficial añadió la ginebra, y nunca quedó claro si lo hacía como un homenaje a la ciudad donde residió el joyero o si en realidad se ajustaba a las propiedades medicinales atribuidas al blanco licor.

"Mi atormentada adolescencia en Caracas estuvo marcada por las tremendas borracheras de la caipiriña brasileña"
"El 'long island tea' es otra de esas bebidas femeninas que tienen, curiosamente, un alto nivel alcohólico"
"El 'martini' puede compararsea una gran jugada de ajedrez:es limpio, exacto en sus medidas, su sabor, y absolutamente letal"

De toda la historia de esta bebida me encanta su mundanidad: el joyero residía en Ginebra, la empresa se estableció en Londres, el triunfo imperial en la inmensa India terminó por darle un toque histórico a la bebida. Sin embargo, en el cine no ha sido muy favorecida. He intentado recordar diálogos que la mencionen y sólo puedo salir con ese momento inmenso de Blanca Portillo en Los abrazos rotos, que tras confesar toda su verdad, va hacia la barra y pide otro gin-tonic, sólo que deja de lado la tónica y se traga la ginebra a pelo.

El 'martini' ha vivido amplia exhibición cinematográfica. Y literaria. Los amigos de Dorothy Parker eran también amigos del martini. ¿Qué más se puede decir de James Bond y su bebida emblemática? Según una de las secuencias de Casino Royale, el martini llegó a Bond cuando éste empezó a "civilizarse". Antes era un brutote que prefería el scotch a los destilados blancos, que, todo hay que admitirlo, son de aspecto más mariquita. Pero muchas veces la elegancia del gran caballero está enraizada con lo mariquita. Por ahora reconozcámosle al martini que puede compararse a una gran jugada de ajedrez. Es limpio como el acero, exacto en su sabor, sus medidas, su paseo por la garganta y absolutamente letal.

Como rey de los cócteles, tiene múltiples leyendas. Unas dicen que debe su nombre al vermut italiano nacido en Turín a mediados del siglo XIX. Otros, los más puristas, que es preferible mezclar la ginebra o el vodka con el martini francés, que es mas blanco que el italiano. El éxito de la bebida la propulsaron los publicistas tipo Mad men del Manhattan de finales de los cincuenta y principios de los sesenta. El culto al cuerpo acabó con los llamados "almuerzos de tres martinis" que alcoholizaron una generación entera de hombres de negocios.

Si Bond es el gran agitador, el adorable y perezoso personaje de Nick Charles, creado por William Powell en las películas de la serie de El hombre delgado, recomendaba batirlo "a ritmo de vals". Truman Capote era un gran defensor y las mejores confesiones de sus personajes en La côte basque, un cuento corto incluido en Plegarias atendidas, surgen gracias a la profusión de ellos. Terenci Moix, adoraba combinarlo con percebes y, en su defecto, steak tartar. Siempre advertía que no podían beberse más de tres, pero al segundo era difícil sostener cualquier conversación. Leopoldo Rodes, el máximo caballero vivo en España, prepara los mejores del siglo XXI. Su secreto es mantener la ginebra o el vodka (se pueden hacer martinis con ambas, nunca mezcladas) "muy fríos".

El martini y la copa de cóctel llevan años de matrimonio. El margarita, que es un buen chorro de tequila con limón y hielo granizado, ha conseguido estatus de amante. En España y el resto de Europa es difícil conseguir que lo sirvan bañando una gruesa capa de hielo. Europa, bien se sabe, no entiende el hielo, es un concepto demasiado americano. Cuando se pide un hielo en nuestros países, se trata de eso, un hielo. Para el margarita hacen faltan capas de hielo triturado. Es cierto que los americanos lo acompañan con sombreritos, sombrillas, algún periquito, pero la cursilería del combinado no ha impedido que sea una bebida de mujeres latinas felices de vivir en Los Ángeles, llámese Raquel Welch o Penélope Cruz, que estaba precisamente tomando unos margaritas con unas amigas cuando Ashton Kucshner la obligó a participar en una guarrada televisiva que le dio la vuelta al mundo. Penélope bajaba al baño y lo encontraba atascado por papel higiénico.

El mejor margarita que he visto en el cine es uno que toman Pamela Sue Martin, la mítica Fallon de Dinastía, y un niño prodigio que hace de su hermano en La aventura del Poseidón. Ella tiene apenas edad para beber legalmente y el hermano la recrimina. No bien empieza a probarlo, la ola terrible vuelca el transatlántico. Nunca un mensaje antialcohol encontró mejor ubicación.

Drácula le ofrece vino a Jonathan Harker antes de encontrar el éxtasis en el aullido de los lobos vecinos. "Hijos de la noche, escúchelos…", le dice al asustadísimo invitado. No sé si la sangría se entiende como cóctel, pero es cierto que en todas las películas Landa siempre aparece una jarra, una señal de identidad española irrefutable. La sangría y el mantel a cuadros y Alfredo Landa. Pero así como Drácula y el vino y Landa y la sangría son pareja de hecho, el scotch es el gran amante en la pantalla grande. Una de las razones es que es muy fácil camuflarlo por té.

En Buscando a Mr Goodbar, la pobre Diane Keaton interpreta un adalid del posfeminismo que termina estrangulada por un incipiente Richard Gere, por mezclar demasiados manhattan con su afición a la promiscuidad. El manhattan es un cóctel de alta graduación, 32 grados de alcohol, favorecido por las señoras. De hecho se asegura que lo inventó la madre de Winston Churchill, mezclando bourbon canadiense con martini rosso y amargo de angostura. Jennie Jerome, o Lady Randolph Churchill, nació en Brooklyn, se casó tres veces, se convirtió en la personalidad más influyente en la vida de su hijo, Winston, y murió después de caerse por una escalera a causa de vestir tacones de imposible altura. La leyenda indica que bautizó la bebida en celebración de la elección de un gobernador de Nueva York, pero muchos historiadores de su hijo la ubican en Escocia durante la efeméride de la bebida. Es una mujer pocas veces estudiada, pese a haber creado un estadista legendario y un cóctel inmortal.

El long island tea es otra de esas bebidas femeninas que, curiosamente, tienen un alto nivel alcohólico. En una reciente cena con Eva Mendes en Madrid, mientras la actriz se ajustaba el incómodo palabra de honor que permitía ver mucho de sus maravillosos senos, algunas damas presentes cuchicheaban sobre los episodios de rehabilitación de la estrella. "Si no bebe alcohol, entonces, ¿qué le sirven en la copa?". Té, respondió alguien. Y una de esas damas perfectamente vestidas y maquilladas, espetó: "¡Será long island tea!". El bartender Robert Buttu inventó la bebida en el Oak Beach Inn en Babilonia, Long Island, al este de Manhattan, mezclando ron, tostado o blanco, Cointreau, vodka, ginebra y tequila con refresco de cola y azúcar. Al diluirse el refresco con el alcohol, adquiere una tonalidad similar al té. Solamente al final de la década de la liberación sexual, el triunfo de la generación Yo y la transformación social que significaría el glamour de Studio 54, podía confeccionarse una bebida que te permitía emborracharte sin pedir perdón.

La serie Sexo en Nueva York catapultó el cosmopolitan al mundo entero. Es un cóctel ridículo, quizás de las peores invenciones de una serie donde las mujeres pensaban como gays y se vestían como trituradoras de moda. La serie ha marcado historia, el cosmopolitan permitió que la mezcla de zumo de arándanos con vodka no fuera exclusividad de intelectuales neoyorquinos. La diferencia está en agregarle Cointreau, lo que al mismo tiempo lo aleja del paladar de cualquier bebedor serio.

El mundo del cóctel ha vivido desiertos, periodos en los que nadie se acercaba a ellos y los veía como algo de la generación de los cincuenta, una relamida forma de aproximarse al alcohol. A partir de finales de los noventa han iniciado una siempre tímida vuelta. Es probable que no despierten fascinación entre los jóvenes, porque se les asocia a sitios demasiado discretos, masculinos, atrapados en su propia historia. Javier de las Muelas ha escrito un maravilloso libro sobre el cóctel y su reconocido bar, Dry Martini, en la calle de Córcega en Barcelona. El lugar tiene asientos de cuero color ginebra Tankeray y una atmósfera entre James Bond de la etapa Connery con Vázquez Montalbán. La misma peculiar atmósfera se encuentra tanto en el Del Diego como en el Cock en Madrid, propiciando esta vinculación del cóctel con un glamour enrarecido, más próximo al pasado idealizado que al futuro conspirador. La solución es agitar de nuevo el sentido de combinado para aunar charlas, besos, incluso peligros.

Mi amigo Rosaura Varo, un sevillano que apenas roza los 30 años, me adentró en el Tom Collins, después de que el verano pasado lo probara en un restaurante en la biblioteca Morgan en Nueva York. Se trata de un granizado de gin-tonic apropiadísimo para las altas temperaturas, porque engaña el alcohol, tiene aires de caipiriña, con menos azúcar y esa nobleza asociada a la ginebra. El nombre se lo debe a un barman, John Collins, que fue de los primeros en adquirir estrellato con esta profesión. Mezclaba la ginebra de marca Tom con el hielo, el limón y las cucharadas de azúcar, en un vaso alto y de boca ancha que desde entonces se conocen como vasos Collins. Dicen que recitaba un verso mientras lo agitaba, por eso la bebida es tan propicia para intelectuales encerrados en ciudades durante el estío.

La caipiriña es otro cóctel de origen latinoamericano. La brasileña cachaza, el ron de caña blanca, se le agrega vodka y mucho, mucho limón y azúcar, y se sirve en grandes jarras. Se bebe en vaso corto y eso le hace aparecer menos peligrosa de lo que es. Mi atormentada adolescencia en Caracas estuvo marcada por las tremendas borracheras de esta bebida.

Latinoamérica y los cócteles han tenido sus más y sus menos. Por ejemplo el pisco sour, que nunca podrá demostrarse si es chileno o peruano. Descifrar el origen es un conflicto diplomático, teniendo en cuenta que son dos países que han vivido guerras entre ellos. A los chilenos les gusta decir que un barco británico fondeado en sus aguas tenía en su tripulación a un marinero, Elliott Stubb, aficionado al whisky sour, otro cóctel que agita bourbon con un limón especial y de allí el amargo, traducción castellana de sour, de su sabor. Stubb tenía en su poder un poco de limón de pica y el famoso brandy del Altiplano conocido por pisco. Stubb hizo la mezcla, añadió azúcar y declaró: "Será mi trago de batalla y lo bautizaré pisco sour", en aguas chilenas, creando el ahora célebre conflicto sobre su origen. Porque los peruanos aceptan que los chilenos sean uno de los principales consumidores del cóctel, pero no que se apropien de su originalidad.

El tema llega al punto que se ha declarado Patrimonio Cultural a la bebida en Perú y en algunas partes de Lima se colocan placas que explican como en el bar Morris, en la calle de Boza 847, los muy peruanos Alfonso Bregoye, Graciano Cabrera y Alberto Mezarina cambiaron el escocés por el pisco en la segunda mitad de los años veinte del siglo XX. Usted, de visita en Lima, recuerde siempre agregar la palabra peruano cada vez que pida el pisco sour y en Chile aceptarlo prácticamente como un gesto de cordialidad en todas las comidas, recordando llevar pastillas antiacidez. Me permito confesar que el mejor pisco del mundo no está ni en Santiago ni en Lima, sino en Madrid en la casa de Carmen Posadas, extraordinaria escritora y mujer, cuyos pisco sours han traspasado la barrera de lo legendario.

El mojito es una invención cubana como la telenovela y la revolución de Fidel Castro. Hemingway lo adoraba, siempre se ha dicho. Es curioso, es uno de los cócteles más complicados de elaborar, por el tiempo que lleva machacar las hojas de hierbabuena que desprenden ese delicioso juguito, conocido como mojito, que transforma el ron. Muchos cubanos le dirán que esto no es verdad, pero lo es. Pruebe a pedirlo en una fiesta de verano abarrotada de gente que quiere tomar mojito. El tiempo medio de espera es de 14 a 20 minutos por copa.

Luis Miguel Dominguín, era un gran deudor del bullshot, curiosa bebida que mezcla la palabra toro con trago, en la acepción más coloquial de la palabra shot, también disparo en inglés. La bebida contiene consomé de carne y whisky y es célebre entre los bebedores porque de un solo trago despeja la más ruin de las resacas y su contenido proteínico permite emplearla tanto en el desayuno como en el almuerzo. Ha de servirse en vaso corto, el caldo caliente deslizándose sobre el whisky ya nadando en hielo. Desde luego que es una bebida esencial a partir de los 50 años, mientras tanto se puede uno refugiar en el bloody mary que los gays americanos pre sida siempre vincularon al brunch, ese desayuno resacoso que se sirve entre las doce y tres de la tarde de cualquier domingo feliz. David Niven, heterosexual aunque molestado por curas en su infancia, es quizás el máximo embajador del bloody mary. Los amigos de Sinatra y los Kennedy también fueron muy asiduos. Y hasta Ingrid Bergman, que los tomaba ya en Estocolmo, donde el vodka sería ruso, ¿y los tomates? El potasio del vegetal unido al vodka siempre ha funcionado como despertador. En Jamaica, uno de los primeros magnates de la televisión, Bill Paley, agregaba un combinado de mariscos, conocidos como clamato, que juega con la definición de almeja y tomate en inglés, convirtiendo la bebida en alternativa para combatir la omnipresente resaca.

Pero puestos a pensar en luminarias asociadas al cóctel, nadie como Ava Gardner, que según una historia de otra actriz que la conoció muy bien, reunía en su mesa de estar varios chupitos, "de vodka, de brandy, de whisky, de ron, de tequila y siempre al final de menta, y se los iba bebiendo de uno en uno hasta alcanzar el punto ese de simpática borrachera que la hacía más bella e inolvidable". 

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