El ruido de la movida supera el máximo permitido
El estruendo se produce en las colas de los locales de ocio
Mientras un grupo de holandesas gritan y ríen a más de 75 decibelios en la Corredera Alta de San Pablo (Malasaña) a las dos de la mañana, Pepe Verdes, que vive en esa calle atormentado por el ruido, se pregunta: "¿Cómo le dices a un borracho de 20 años que no puede hacer ruido?". Y él mismo se responde: "Es muy difícil, pero hay que hacerlo". Eso mismo piensa el alcalde de Madrid, Alberto Ruiz-Gallardón, que quiere que los bares contraten mediadores para que convenzan a los jóvenes que entran y salen de los locales para que sean más silenciosos.
El jaleo de las holandesas está 20 decibelios por encima de los 55 nocturnos que permite la normativa europea. EL PAÍS ha medido durante una noche de marcha los ruidos que se originan en las calles con más movida. Con un sonómetro que no es profesional y no tiene la precisión de los que utilizan los ingenieros, pero que sí resulta muy orientativo, la primera conclusión es clara: una calle tiene que estar muy tranquila para no llegar a esos niveles y la inmensa mayoría de las vías que albergan locales de ocio nocturno en Huertas, Malasaña, Chueca o la Latina, no están casi nunca tan calmadas.
El runrún es constante y los picos de ruido de risas y gritos son muy altos
Para que el lector se haga una idea de los niveles de ruido, aquí van varias medidas: una calle sin mucho ajetreo ni tráfico por la noche, con gente pasando y hablando a un volumen relativamente bajo o una habitación con dos personas conversando, está a unos 55 decibelios -siempre tomados a pie de calle-; cuando pasa un coche, sube por encima de los 60; si el vehículo es algo más ruidoso, es fácil que alcance los 75; el metro, al llegar a una estación alcanza esos 75 y su maquinaria y los chirridos de los frenos están en ocasiones por encima de los 80; un silbato de un policía municipal alcanza los 90 y una sirena de bomberos puede superar los 100 decibelios. Un poco antes de esa medida, las personas con los oídos más sensibles alcanzan el umbral del dolor.
En las noches de Madrid el dolor de oídos no llega. Pero el ruido de la gente que va de un bar a otro iguala muy a menudo a los coches más estruendosos. Porque son unas 600.000 personas las que cada noche de fin de semana se mueven por la capital, calcula la Plataforma Empresarial por la Calidad del Ocio y el Turismo. Según su presidente, Javier Zamora, "eso se tiene que notar".
Y se nota. Volvemos a la Corredera Alta de San Pablo, en Malasaña, cuyas estrechas calles albergan las noches de los fines de semana a cientos de esas 600.000 personas y a muchas decenas de decibelios. Justo debajo de la casa de Pepe Verdes está el Penta, uno de los bares más míticos de la movida madrileña. Un cartel del propio local les pide a los jóvenes que se diviertan respetando a quienes viven en el barrio. La cola que hay formada para entrar en el bar sobre las 1.30 no es muy ruidosa. A unos metros, el sonómetro capta entre 60 y 65 decibelios. Pero igual que irrumpen las holandesas con 75, también llegan otros grupos de jóvenes que disparan los niveles de ruido. Una asiática pregona que vende cervezas a un volumen parecido, igual que un chaval que promociona un local que "¡abre hasta las seis de la mañana!". Todo esto hace que esa relativa quietud de 60 decibelios se rompa continuamente.
Después de 10 años viviendo en la calle, Pepe Verdes y su mujer están muy hartos: "Cuando vinimos sabíamos que habría ruido. Pero igual que la seguridad ha decrecido, el sonido de la calle no ha hecho más que aumentar". Desde que pusieron doble cristal, la situación ha mejorado mucho, aunque "no tiene nada que ver con las noches en el campo". Puerta con puerta, hay quien no está ta de acuerdo. A los pisos interiores no llega ni medio decibelio de la calle. "Esto está más silencioso que cuando vivía en Arturo Soria", dice Patricia Martín.
En opinión de Verdes "hay que ser drásticos". Gallardón quiere ir poco a poco: poner los mediadores que acallen a la multitud, advertir a los locales que sigan con jaleo alrededor y, en última instancia, expropiarles el negocio y ofrecerles una licencia de otro tipo. Javier Zamora puntualiza: "Tendrá que crear una partida municipal para pagar a los expropiados, porque eso cuesta dinero y, antes, hay que saber objetivamente que el ruido es causado directamente por el local que se quiere cerrar y no por otra cosa".
Porque el ruido no viene de dentro de los bares. La mayoría están perfectamente insonorizados y no dejan escapar sonido a la calle. El estruendo lo hace la gente cuando sale, en las colas, cuando se mueve, cuando le pega una patada a un contenedor. Los mediadores tratarán de convencer a todos de que se comporten. Un joven responde a la una de la madrugada qué piensa: "Es lógico que haya que compatibilizar el descanso con la diversión, supongo que tenemos que intentar hacer menos ruido". Dos horas más tarde, y con unas cuantas copas más en el cuerpo, otro grupo en la Latina da su opinión sobre la medida propuesta por el alcalde: "Uf, difícil lo veo. Porque mi churri va pedo y, con mi churri pedo, hay ruido". Tras la frase, risas y comentarios por encima de 70 decibelios. Un amigo apostilla: "Bueno, si la tía que viene a convencerme de que me calle está buena...". Más risas, más decibelios.
El portero de un bar de la zona explica que siempre tratan de que la gente no sea muy escandalosa y que la mayoría hace caso. "Pero claro, están en la calle y siempre hay un grupito que pasa de todo. Supongo que si se lo dijese la policía serían bastante más obedientes que ante unos mediadores", añade.
Allí, en la Latina, el ruido está muy concentrado y raramente baja de los 70 decibelios. Las placitas de la zona soportan un constante runrún con picos de ruidos muy altos. Virginia Rodríguez, una mujer de 83 años que lleva viviendo toda la vida en el barrio, se resigna. "A todo lo malo se acostumbra uno", dice a pesar de que su insomnio crece cada fin de semana.
Un vecino de Huertas no está dispuesto a resignarse: "Si dentro de los bares no pasa nada, lo malo es que cuando cierran les dan copas en vasos de plástico y se quedan en los portales bebiendo hasta las tantas. Eso es lo que hay que evitar". A partir de las tres de la mañana es fácil ver a chavales en esa situación en cualquiera de los barrios de marcha. Y otra vez con sus 70 o 75 decibelios a cuestas.
El problema, en opinión de Juanma Alonso, dueño del Penta, es precisamente que es obligatorio cerrar temprano: "Antes no pasaba nada de esto. No se formaban colas en los bares, porque la gente tenía margen para ir cuando quisiesen y no todos salían a las 3.00 en avalancha. Cada uno iba a su ritmo y ni se formaban aglomeraciones ni había tanto ruido porque no estaban obligados a concentrar la marcha en dos o tres horas. Además, mucho más jaleo forman al recoger la basura".
Y lleva razón. Los camiones son los reyes del ruido nocturno. Gallardón tendrá que buscar mediadores que convenza a estas máquinas y basureros de no llegar a los 85 decibelios más allá de las tres de la mañana.
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