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Estocolmo, olimpo de ciencia y cultura

La entrega de los premios Nobel convierte la capital sueca por un día en centro de todas las miradas - La gala reunió, entre otros, a Le Clézio, Krugman y Montaigner

Javier Rodríguez Marcos

Las cabezas más excelsas del Olimpo cultural y científico pusieron ayer los pies en la tierra. Sin renunciar al boato que se le supone a los galardones más prestigiosos del mundo (dotados con 10 millones de coronas, algo menos de un millón de euros), la ceremonia de entrega de los Premio Nobel, celebrada ayer en Estocolmo, tuvo siempre un ojo en la prosaica vida cotidiana.

Ni los cero grados de temperatura que vivió la capital sueca a la hora en que los cinco miembros de la familia real pisaban solemnemente la moqueta azul del escenario (las 16.30, noche cerrada ya), ni el calor de los 1.500 invitados, ni el olor de las 20.000 rosas y crisantemos enviados por la provincia italiana de San Remo -donde murió Alfred Nobel el 10 de diciembre de 1896-, ni siquiera un protocolo establecido con metrónomo impidieron que en el Auditorio de Estocolmo se colaran ayer el recuerdo de la inmigración, la crisis de la educación, la recesión económica, el cáncer y el sida.

Entre acordes de Rossini y Mozart se habló de cultura, medicina... y crisis
El secretario de la Academia Sueca llamó a Le Clézio "nómada del mundo"

Jean-Marie Gustave Le Clézio, premio Nobel de Literatura, había caldeado el ambiente el domingo pasado con su discurso en la Academia Sueca, dedicado a Elvira, una contadora de cuentos ("habladora" la llamaría Vargas Llosa) a la que el escritor francés conoció durante los tres años que pasó en Panamá estudiando la cultura oral del pueblo embera. Bajo el título de En la selva de las paradojas, el autor de El atestado empezó recordando cómo, en los años de "hambre, miedo y frío" de la II Guerra Mundial, su primer cuaderno de escritura había sido una cartilla de racionamiento en la que garabateaba con un lápiz de carpintero. Con seis años escribió su primer libro: la biografía de un rey imaginario. "¿El de Suecia?", se preguntaba él mismo.

Después de repasar una vida que le llevó a Nigeria, Isla Mauricio (cuya nacionalidad conserva junto a la francesa) y México (donde su premio ha sido recibido con más orgullo que en la propia Francia) antes de desembarcar como profesor en Albuquerque (Estados Unidos), Le Clézio reconoció que los escritores ya no tienen "la arrogancia de creer que van a cambiar el mundo". "Se creen testigos cuando, la mayoría de las veces, no son más que voyeurs", dijo.

Ésa es la paradoja que -reveló el nuevo Nobel- había encontrado en un ensayo del sueco Stig Dagerman la misma mañana en que recibió la noticia del premio: los novelistas escriben sobre los parias de la tierra en libros que leen los amos del mundo. Tras recordar que el éxito económico no implica superioridad cultural, el autor de El africano terminó subrayando que la humanidad tiene dos retos pendientes muy relacionados entre sí: "Erradicar el hambre y el analfabetismo".

Pero en la tarde de ayer, los premios no tomaron la palabra más que para dar las gracias tras el banquete en el Ayuntamiento de Estocolmo. En el Auditorio, la voz no fue para los elegidos sino para los electores. En su discurso de apertura, el presidente de la Fundación Nobel, Marcus Storch, mantuvo el tono reivindicativo recordando el papel fundamental de la Universidad como generadora de conocimiento, al tiempo que expresaba su temor de que una investigación dependiente de la demanda de las empresas privadas terminara volviéndose contra el progreso humano.

Los 10 premiados de 2008 (el físico japonés Yoichiro Nambu estuvo ausente por motivos de salud) escucharon el elogio de los portavoces de las respectivas academias, que en su honor saltaron del sueco y el inglés oficiales al alemán, el francés y el japonés (los quimonos menudeaban en el patio de butacas). Un fragmento leído en ese idioma en el discurso previo a la entrega del Nobel de Química a Osamu Shimomura, Martin Chalfie y Roger Y. Tsien fue, de hecho, uno de los momentos distendidos de la velada: el propio académico encargado de la laudatio terminó riéndose de sus dificultades con el japonés.

Entre acordes de Mozart y Rossini, Makoto Kobayashi y Toshihide Maskawa recogieron el galardón de Física. El de Economía fue para Paul Krugman, algo más que un experto en comercio internacional que, en su llegada a Estocolmo, se mostró "preocupado" por la rapidez de una crisis que corre el riesgo de dejar obsoletas las medidas de rescate antes de que entren en funcionamiento.

El Nobel de Medicina fue a las manos del alemán Harald zur Hausen por sus estudios sobre el cáncer cervical y para los dos franceses que hace 25 años descubrieron el VIH: Luc Montagnier y Françoise Barré-Sinoussi, la única mujer en las cinco categorías (el Premio de la Paz sería la sexta). Ni en eso se alteró el guión: entre los 809 galardonados en la historia del Nobel sólo hay 35 mujeres...

La Nobel de Medicina Barré-Sinoussi fue una de las más aplaudidas. El otro fue su compatriota J. M. G. Le Clézio, al que Horace Engdahl calificó de "nómada del mundo". Después de escuchar al secretario de la Academia Sueca, Le Clézio recogió la medalla y el diploma, y miró a Jemia, su mujer. Luego volvió a su sitio entre la medicina y la economía. Al momento sonaron los acordes de Nino Rota para la película de Fellini Ocho y medio.

Jean-Marie Le Clézio (izquierda) recoge el Nobel de Literatura de manos del rey Carlos Gustavo.
Jean-Marie Le Clézio (izquierda) recoge el Nobel de Literatura de manos del rey Carlos Gustavo.AFP
Oslo ha celebrado la entrega del Premio Nobel de la Paz que en esta edición ha recaído en el ex presidente de Finlandia, Martti Ahtisaari, por sus esfuerzos durante más de tres décadas para llevar la paz al mundo. En su discurso, Ahtisaari ha pedido al recién elegido presidente de los EEUU, Barack Obama, a que dé una prioridad "alta" al conflicto de Oriente Medio. El ex presidente finlandés ha recibido el premio, dotado con casi un millón de euros en el Ayuntamiento de Oslo y en presencia de la familia real noruega.Vídeo: VNEWS

Un niño de la guerra

Tres horas antes de que comenzara la ceremonia de Estocolmo, Martti Ahtisaari, presidente de Finlandia entre 1994 y 2000, recibía en Oslo el Premio Nobel de la Paz por su labor mediadora en los conflictos de Namibia, Indonesia y Kosovo. Durante el sobrio acto (apenas 70 minutos) celebrado en el Ayuntamiento de la capital noruega, Ahtisaari recordó que su vocación pacificadora está ligada a su infancia. Como Le Clézio, él fue un niño de la guerra. Cuando el pacto Hitler-Stalin provocó que su ciudad natal, Viipuri, pasara a territorio soviético, se vio, recordó, "convertido en un refugiado dentro de mi propio país".

Lejos, no obstante, de dejarse llevar por la nostalgia, el galardonado levantó el tono de voz durante su discurso para hablar del futuro: "Hay que resolver el conflicto de Oriente Medio. La credibilidad de la comunidad internacional está en juego". Ahtisaari hizo un llamamiento a Obama para que coloque ese conflicto entre las prioridades de su recién estrenada agenda. "La paz", subrayó, "es una cuestión de voluntad". Para él "no hay conflicto irresoluble", ni siquiera los envenenados por el choque entre religiones. Los actos del Nobel en Oslo concluyen hoy con menos solemnidad. Diana Ross, Il Divo y Julieta Venegas participarán en un concierto presentando por Michael Caine y Scarlett Johansson.

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Javier Rodríguez Marcos
Es subdirector de Opinión. Fue jefe de sección de 'Babelia', suplemento cultural de EL PAÍS. Antes trabajó en 'ABC'. Licenciado en Filología, es autor de la crónica 'Un torpe en un terremoto' y premio Ojo Crítico de Poesía por el libro 'Frágil'. También comisarió para el Museo Reina Sofía la exposición 'Minimalismos: un signo de los tiempos'.

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