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Reportaje:Los frentes del cambio climático (5)

La sangría de la Amazonia

En tres años se han destruido 700.000 kilómetros de selva

Juan Arias

Antes de morir de cáncer de pulmón, el biólogo José Márcio Ayres, creador de la mayor reserva amazónica (Mamirauá), contaba desesperado los trucos en las notarías de las ciudades de los ocho estados de la Amazonia para falsificar documentos y vender a privados territorios inmensos de la selva que son propiedad del Estado. Hubo quién llegó a comprar hasta seis millones de hectáreas de una sola vez. Ayres murió como un quijote luchando contra los molinos a viento, cargado de premios internacionales y de angustia. "No le veo un buen fin al futuro de esta selva maravillosa", decía.

La Amazonia es un mundo. En ese territorio, donde caben diez Españas, hay de todo: planicie, montañas, tierras alargadas, y, sobre todo, cien mil kilómetros de terreno ocupados por numerosos ríos. En ella habitan 23 millones de personas y la mayor biodiversidad del planeta. Es un archipiélago con ocho islas fluviales gigantescas tan biológicamente distintas como todos los países europeos. Posee el 23% de toda el agua potable del planeta y es la mayor selva virgen del mundo.

Sólo en 2007 se han producido 20.000 incendios intencionados
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Sus riquezas siguen siendo descubiertas cada día. Por eso el mundo tiene los ojos puestos en ese gigante, como un vientre no sólo de maderas preciosas sino del mayor conjunto de minerales del mundo en su subsuelo, desde diamantes hasta caolín, la materia prima que sirve para fabricar cerámica, cosméticos y medicamentos.

Pero el pulmón verde también contamina. El 75% del millón y medio de toneladas de dióxido de carbono que Brasil produce es fruto de las quemas de árboles de la Amazonia. Por cada kilómetro cuadrado destruido de selva se producen 22.000 toneladas de CO2. En tres años se han arrasado 60.000 kilómetros cuadrados de selva, lo que ha producido 1.300 millones de toneladas de dióxido de carbono, más que el producido durante 80 años en la gran São Paulo, la ciudad con 20 millones de habitantes. Solo en 2007 han tenido lugar 20.000 incendios intencionados.

Si no se mitiga la deforestación, la Amazonia está llamada a desaparecer. Según el biólogo americano William Laurence, investigador del Smithsonian Tropical Reserche Institute, antes de 20 años, quedará sólo el 28% de los actuales cuatro millones de kilómetros cuadrados de la selva amazónica brasileña.

Los cálculos son fáciles de hacer: en los últimos 30 años la Amazonia ha sido más devastada que en 450 años de colonización. Se han perdido 700.000 kilómetros cuadrados de selva. Los destructores son bien conocidos: el comercio de madera preciosa, la ganadería y la agricultura.

Y el último gran verdugo de la Amazonia está comenzando a rondarla: el plantío de soja. El presidente Luiz Inácio Lula da Silva ha repetido varias veces que no se plantará soja en la Amazonia. Pero todos los expertos apuntan que la planta está ya avanzando sobre la selva. Y señalan, además que lo seguirá haciendo: Brasil se ha convertido en el gran campeón del mundo de la fabricación de biocombustibles alternativos al petróleo.

Aparte de la deforestación, el calentamiento global también puede causar estragos en la región: ambos podrían convertir del 30 al 60 por ciento del bosque tropical del Amazonas en bosque seco de sabana, según una investigación realizada bajo el auspicio del Instituto Nacional de Investigación Espacial de Brasil (INPE). De 1990 a 2000, la temperatura media mensual en todo el noroeste de Sudamérica, incluyendo el Amazonas, ha aumentado unos 0.8 grados centígrados. Si continúa esta progresión, según las organizaciones ecologistas, el proceso de sabanización del Amazonas puede ser irreversible.

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