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Reportaje:

Fe y designios revolucionarios

Dos libros del periodista Luis Báez recorren la trayectoria de los cubanos Roberto Fernández Retamar y Pablo Armando Fernández

Juan Jesús Aznárez

El dogmatismo ideológico de la revolución cubana es incompatible con la libertad creadora, según los intelectuales que abandonaron sus filas. Pero incluso los que se mantienen en ellas, Roberto Fernández Retamar y Pablo Armando Fernández, entre otros, reconocen que el sectarismo de los sesenta y setenta, y de rebrotes posteriores, causó mucho daño.

Los pensadores y homosexuales encerrados en las eufemísticamente llamadas Unidades Militares de Ayuda a la Producción (UMAP) lo atestiguan. "Quiero pensar que se trata de algo ya superado", subraya el escritor Roberto Fernández Retamar, presidente de la Casa de las América.

Dos libros del periodista Luis Báez, publicados en La Habana, abordan la trayectoria de Retamar, de 75 años (Más esperanza que fe) y del poeta Pablo Armando Fernández (Junto a las voces del designio), de 77 años, los dos militantes de la revolución, que también sufrieron censura.

Una parte de los escritores reclama más espacio para crear y escribir sin temores

El primero fue cesado de un puesto diplomático en París; el segundo, de la Embajada en Londres. No pudo publicar desde 1968 a 1982. Se le acusaba de frecuentar al consejero cultural de la embajada de EEUU en Londres, a escritores norteamericanos, y a un profesor inglés, trotskista. Pablo Armando Fernández atribuye su caída a "funcionarios dentro del aparato estatal", no a Castro, a quien organizó, en su casa, su 70º cumpleaños. Aquél llegó con Gabriel García Márquez. "Tengo una fe absoluta en Fidel", dijo el primero.

No todos la profesan. Una parte de los intelectuales y escritores reclama más espacio para crear y escribir sin temores, para viajar y criticar; quisieran un volantazo e, incluso, poder ir contra la revolución. El estrechamiento ideológico de los setenta arrasó: funcionarios del Ministerio del Interior (MININT) llegaron a adivinar en el cuento Caballo, de Onelio Jorge Cardoso, una alegoría que deseaba la muerte de Castro. El líder cubano ordenó después que se publicara. Y desde el departamento ideológico del Partido Comunista Cubano (PCC), dirigido por Antonio Pérez Herrero, se pidió que no se exhibiera la película ¡Tora! Tora! Tora! porque supuestamente era demasiado benigna con la conducta de Estados Unidos en Pearl Harbor.

Contrariamente a la creencia de que los hermanos Castro lo controlan todo, el sociólogo e historiador Domingo Amuchástegui, residente en Miami, afirma que la realidad es más compleja, en un artículo sobre la diversidad de propuestas dentro de la revolución, que circula por los correos electrónicos. "El poder estalinista (en la URSS) se conducía como un bloque monolítico, constante y aplastante". En el caso cubano, agrega, "el poder no es nada lineal, es contradictorio, con diversas posiciones y actuaciones, tanto públicas como privadas, y con frecuentes desenlaces que nada tienen que ver con la brutalidad cavernaria del estalinismo". Quienes embistieron contra el pensamiento crítico fueron, en numerosas ocasiones, frecuentemente, gente del departamento ideológico del PCC, prosoviéticos, o personas que "buscaban congraciarse con el poder y procurar su beneplácito y favores". Las cosas van cambiando: hay autores que efectúan declaraciones o publican argumentos contra el sistema, antes imposibles.

La relación con los que se fueron también cambió. Fernández Retamar, miembro del Consejo de Estado, le dice a Luis Báez que "debemos distinguir entre quiénes son y no son enemigos de la revolución". Para Pablo Armando Fernández, "resulta vergonzante ver que quienes en la década de los setenta (cuando fue defenestrado) ni siquiera nos dirigían la palabra, hoy nos condenan por creernos como ellos eran entonces".

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