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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Relaciones a medio gas

La empresa pública argelina Sonatrach ha decidido rescindir el contrato que mantenía desde 2004 con Repsol y Gas Natural para el proyecto integrado de Gassi Tuil. Se trata de un duro golpe para ambas empresas españolas, que consideraban este contrato como su más importante apuesta en el Magreb. La parte argelina ha alegado incumplimientos en los plazos por sus socios y manifestado su intención de controlar todos sus recursos energéticos. Se trata de argumentos inconciliables, en la medida en que, si existe la voluntad política de recuperar el dominio sobre la totalidad del ciclo de la explotación del gas por parte de Argel, los incumplimientos de Repsol y Gas Natural resultan secundarios. Sobre todo cuando esos incumplimientos no afectan a hitos decisivos de un proyecto que debía desarrollarse durante 30 años.

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Argelia decidió abrir las puertas a la inversión extranjera en unos momentos en los que el precio del gas no le permitía abordar en solitario la explotación de este recurso. Las cosas son ahora diferentes debido al alza del gas y a los movimientos de los principales productores mundiales, que confían en establecer un cartel semejante al que opera en el mercado del petróleo. El ministro argelino de Energía, Chakib Jelil, ha afirmado que las empresas españolas estaban obligadas por contrato. Es lo que cabría recordarle a la parte argelina: cuando se asume un compromiso estratégico, no se puede vincular a la evolución de los precios y de las posibilidades de explotación en solitario que abren los ingresos sobrevenidos.

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El Magreb es una región prioritaria para España, y el Gobierno no parece haber estado atento a la complejidad de los equilibrios en el interior. Durante los últimos tiempos, Argelia ha dado suficientes muestras de recelo hacia algunas iniciativas de la diplomacia española, como las idas y venidas en torno al Sáhara. Conociendo sus singulares pautas de comportamiento internacional, era de prever que Argel mezclase los planos político y económico de su relación con España. Ése era el riesgo que se tenía que haber previsto, y tratado de conjurar. Ni en el fondo ni en la forma se puede dar la impresión de que nuestro país apuesta por una de las dos potencias del Magreb, Marruecos y Argelia, como hacía la diplomacia africanista. La principal dificultad a la que se enfrenta la política española en la región es hacer compatible el estrecho margen de maniobra con sus vecinos del Sur, derivado sobre todo de situaciones históricas, y la extraordinaria importancia para sus intereses de las relaciones con ellos.

Uno de los grandes logros de la diplomacia de la transición fue conseguir la compatibilidad entre esos dos requerimientos. Los Gobiernos del PP la deterioraron por su enfrentamiento con Marruecos y, ahora, el Ejecutivo socialista no logra recomponer aquellos platos rotos, y ha dado la impresión, tal vez involuntaria, de inclinarse en la dirección opuesta. El ministro Moratinos afirmó ayer que las relaciones con Argelia son excelentes en todos los niveles. De ser cierto, la ruptura del contrato con Repsol y Gas Natural no se habría producido.

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