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Reportaje:

La ONU de la pintura

Sanket sujeta su mosca azul, grande y gorda, de papel maché, y Punam se esconde tras un escarabajo amarillo mientras la pequeña Nithi agarra por detrás de su cabeza las alas del pájaro de colores, que abulta más que ella. Todos sonríen: abiertamente unos, mostrando los dientes blancos que destacan en su rostro moreno; otros, sólo con los ojos, con timidez. Son niños del orfanato de Matruchhaya, en la ciudad de Nadiad, en la región india de Gujarat, que participan en el proyecto de cooperación al desarrollo impulsado por José Luis Gutiérrez (Madrid, 1963), profesor de escultura de la Facultad de Bellas Artes de la Universidad Complutense de Madrid. Mucho antes de que los rostros de estos niños pudieran sonreír a la cámara, antes de que aprendieran a modelar y a pintar con colores, dos niñas huérfanas, Chandrika y Roshní, habían marcado para siempre el destino de aquel joven escultor madrileño que trabajaba la piedra, el hierro, el bronce y la madera creando formas bellas, volúmenes rotundos, geométricos y abstractos.

"Queríamos que se vieran representados en las paredes; algunos incluso escribieron su nombre junto a su silueta"
"Los niños viven una situación tan dura que se han resignado. El dar color al patio de su orfanato les ayuda a soñar"

"Soy escultor, aunque ya no estoy seguro de ello; tal vez debería limitarme a decir que soy profesor de escultura. Durante muchos años he vivido absolutamente volcado en el ámbito de la creación. He estado metido de lleno en una vorágine creativa que me encerraba en mi pequeño taller. Allí me sentía fuerte y seguro, gobernado por unas reglas de la creación que yo mismo inventaba. Hasta que un acontecimiento se interpuso en mi carrera, obligándome a replantearme todo cuanto hasta ese momento había considerado incuestionable: en junio de 1998 me diagnosticaron esclerosis múltiple, una enfermedad neurológica, crónica y degenerativa".

José Luis Gutiérrez cuenta la ruptura de su vida con distancia, empleando las palabras precisas. Los estragos de la enfermedad sólo se aprecian al verle andar. Camina con dificultad, apoyado en dos muletas que le dan seguridad. Unos años antes de aquel mazazo, José Luis y su mujer, Aurora, habían decidido adoptar un niño y eligieron la India: "Era el país con el que siempre habíamos soñado. Nos fascinaba su cultura y su gente". Su expediente fue enviado a la agencia central de adopción en Delhi. La espera se hizo eterna, tanto que, a la manera de Pierre y Géraldine, los protagonistas de la película de Bertrand Tavernier La pequeña Lola en su aventura para adoptar a una niña en Camboya, ellos también decidieron viajar a la India a explorar en directo el país de su futuro hijo. En aquella primera gira de reconocimiento visitaron el orfanato de Shishu Bhavan, el que fundó la madre Teresa de Calcuta, y se quedaron enganchados a aquellas caritas morenas y desvalidas. Pasó el tiempo, y en 1997 les asignaron en su expediente de adopción un orfanato en la zona de Gujarat. Decidieron viajar inmediatamente allí, y, en las navidades de 1998, el centro de Matruchhaya les abrió las puertas. "Todos los bebés estaban en cunas y la monja nos iba contando la historia de cada pequeño", recuerda José Luis. "En el pasillo, una niña de unos ocho años me agarró del brazo y me dijo: 'Tú, mi papá'. Yo me quedé parado. Acudí a la hermana y se lo expliqué: 'Ah, no, ésa es la Chacu, Chandrika; son dos hermanas, y muy mayores para vosotros', me dijo". Chandrika y Roshní, las dos pequeñas huérfanas de Matruchhaya, se esforzaron en conquistarlos. Marcaron el terreno con los otros niños, desplegaron todos sus encantos ante la pareja de españoles. Fueron ellas quienes les adoptaron. "Antes de que nos despertáramos, cada mañana ya estaban llamando a nuestra ventana?". Año y medio después de aquel primer encuentro consiguieron llevarse a las pequeñas.

Ahora, Roshní, la mayor, ha cumplido 20 años, y Chandrika, 18. Se integraron perfectamente en la vida española y son unas jóvenes juiciosas y responsables. Chandrika aprende cocina y su sueño es abrir un restaurante indio. Roshní estudió fotografía, aunque su meta es ser guía turística de españoles que viajen a la India. "Las dos son muy valientes", afirma con orgullo su padre.

Pero pocos meses antes de que las dos pequeñas llegaran a España, José Luis Gutiérrez había recibido una terrible noticia. Aquellas molestias que sentía al caminar desde hacía cierto tiempo no eran un simple dolor muscular. El médico fue categórico en su diagnóstico: esclerosis múltiple. Su mundo se tambaleó. "Me quedé totalmente hundido y quise desertar de todo, pero de la adopción no me sentía capaz. Había ilusionado a dos niñas a las que no podía defraudar".

Pasado el primer choque, José Luis Gutiérrez aprendió a convivir con su esclerosis. Ha tenido que renunciar a muchas cosas. La más dolorosa, la escultura, "porque me faltan fuerzas, y no únicamente en los brazos; no tengo destreza, he perdido la habilidad que tenía. Hay veces que me cuesta incluso tomar la sopa. Empiezo a tomarla con la mano derecha y tengo que cambiar a la izquierda porque me canso".

Pintar también le fatiga. "La esclerosis múltiple lleva asociados muchos problemas. No es sólo el cansancio o la torpeza; también aparecen de forma esporádica problemas de visión".

Buscando otras formas de expresión artística, Gutiérrez encontró la literatura. Ha empezado a escribir, tiene terminada una novela y ya ha iniciado la segunda: "Escribiendo experimenté sensaciones muy similares a las que sentía en mi taller de escultura. Picos tan agudos de euforia y depresión sólo me los da la creación artística".

José Luis Gutiérrez se refugió en la enseñanza, en su trabajo como profesor de escultura en Bellas Artes. En la Universidad Complutense le hablaron de un concurso de proyectos de cooperación al desarrollo. "Surgió en un momento de crisis en que veía que era imposible continuar con mi actividad y pensé en participar con un proyecto para el orfanato de mis hijas". Formó con siete alumnos de Bellas Artes dos equipos para trabajar en los dos orfanatos de la India que conocía. Cuatro de ellos irían a Shishu Bhavan, el centro que fundó la madre Teresa de Calcuta, y tres de ellos, al de Matruchhaya, en el extremo occidental de la India, cerca de la frontera con Pakistán. En un principio, José Luis Gutiérrez iba a dirigirlos desde Madrid. No quería volver a pisar la India porque, como él dice, "también mentalmente tenía esclerosis". Su proyecto de Bellas Artes salió elegido, y el profesor de escultura tuvo que coger fuerzas, alejar los temores y ponerse al frente. No se arrepiente.

El día en que los miembros de la expedición artística llegaron al orfanato de Shishu Bhavan, en enero de 2004, en pleno Diwaly, la fiesta de la luz, el nuevo año hindú, armados de pintura y lápices de colores, hicieron salir al patio a todos los niños mayores de tres años. Siluetearon con tiza las figuras de los niños y les enseñaron a pintarlas.

Los pequeños observaban todo con los ojos como platos, perplejos ante el dispositivo desplegado en su patio. Transformaron aquel recinto sin personalidad. Lo llenaron de color. "Queríamos que los niños se identificaran, que se vieran representados allí. Muchos incluso dibujaron luego su nombre de manera que cuando lo vieran en la pared pudieran reconocerse inmediatamente".

En el orfanato de Matruchhaya, una institución alejada de todo y raramente visitada por europeos, repitieron la jugada. Allí, medio centenar de niñas pintaron su retrato en la pared. La experiencia fue tan maravillosa que Gutiérrez, a su regreso a España, se implicó a fondo en conseguir colaboración para su proyecto de devolver la sonrisa a los niños con la pintura. Hace unos meses, el equipo de Bellas Artes ha vuelto a Matruchhaya. "Son niños que aunque parezcan muy alegres, tienen un pasado terrible, y la pintura produce beneficios en ellos porque les alegra. Más que el frío o el hambre, el problema es que viven una situación tan dura durante tanto tiempo que se han resignado a ello. El dar color a ese sitio y transformar su patio de recreo es un estímulo y puede hacerles soñar en que entre todos podemos cambiar la realidad".

De momento, José Luis Gutiérrez sí ha cambiado su vida. Pintar con los niños de la India ha sido la mejor terapia contra la esclerosis. No descansa en idear otras formas de alegrar con la pintura a los niños. Sus proyectos de cooperación se amplían a Ecuador para trabajar con los niños de un orfanato de Quito en julio de 2007. "No quiero dramatizar, pero mi enfermedad va agravándose. Cada vez camino peor, siento más efectos secundarios y esto me empuja a implicarme más para no pensar en lo mío". Lo ha conseguido.

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