'Pero soy turco'

Vino a Madrid en 2002 y sus editores de Alfaguara le procuraron una ronda de conversaciones con periodistas. Agotado de hablar de su novela La vida nueva, y de política, pidió reposo, y le instalaron en una habitación enmoquetada. Tomó unos cojines, buscó un rincón, y desapareció un buen rato. Vestido con un polo gris cerrado, ensombrecido por las preguntas que le provocaron más la reflexión política que el sentimiento literario, el ganador del Nobel escogió la postura fetal para entregarse al sueño. Se había comportado como el autor que sabe que los escritores, además de publicar, han de explicar lo que han dicho, y en todo momento había sido en eso preciso, profesional. Cuando se echó a dormir eligió el suelo, como un turco. "Pero es que yo soy turco".
En una cena en la que volvió a encontrarse con gente que le quiso recordar la situación de su país, pasó del jamón y el pescado, que también comió con gusto, a las reflexiones políticas. Sabía que para su país era fundamental entrar en la comunidad europea; parecía decir, nos recordaba ayer José Manuel Calvo, entonces responsable de Internacional en EL PAÍS: "Aquí me veis, culto, occidental. Pero también soy turco. Y Turquía es lo que soy". Y se entregó a un análisis detenido: su país era lo que él representaba y también la intransigencia que le perseguía; el entendimiento de que eso era así podía ser la salvaguarda para que nadie más fuera perseguido en su tierra por deplorar las brutalidades que él mismo denunciaba. Mucho más cerca de esa fecha, el mes pasado, le dijo a Riccardo Cavallero, de Mondadori, donde ahora publica Estambul. Ciudad y recuerdos, ante la muerte de Oriana Fallaci que con tanta saña opuso Roma al islam: "Estoy en desacuerdo con lo que dice. Pero peor es cómo lo dice". "Cuando no hablo", explicaba, "es para que no me tergiversen". Pesa las palabras para que pesen.
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