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Reportaje:

Alerta roja en Buenos Aires

Las autoridades y las organizaciones sociales argentinas, alarmadas por el aumento de acciones antisemitas y el auge de la literatura racista

Jorge Marirrodriga

En las calles de Buenos Aires no es difícil encontrar edificios en cuyas aceras se han instalado pilotes que impiden que los vehículos aparquen frente a ellos. Estos obstáculos son una forma de protección, pero a la vez señalan que muchos de esos inmuebles están relacionados con la comunidad judía. Argentina conmemora hoy el 12º aniversario del peor atentado de su historia: la voladura de la Mutua Judía Argentina (AMIA) que costó la vida a 84 personas. En un país en el que, a pesar de los esfuerzos de las autoridades, los actos racistas aumentan cada año, diversas instituciones -medios de comunicación, escuelas y la Iglesia Católica- han decidido rodearse por un día de esos pilotes y saberse "señalados".

"Uno de los tantos estigmas que ha dejado este terrible hecho ha sido la necesidad de instalar vallas, que con carácter de defensas, podemos encontrar en las entidades de la comunidad judía. En un comienzo, estas construcciones causaron estupor, pero hoy ya no asombran a nadie", explica Mariela Ivanier, responsable de prensa de la AMIA.

Según un informe elaborado por la DAIA, el organismo que representa a la comunidad judía argentina, 2005 fue el año en que se registraron más hechos de antisemitismo de los últimos ocho, produciéndose un notable incremento (casi el doble) respecto a años anteriores. Estos hechos van desde la aparición de pintadas en edificios (del tipo "aquí vive un judío, no lo queremos más en el barrio"), hasta las agresiones físicas. Entre estas últimas destaca la paliza que tres skinheads propinaron a un joven en un céntrico barrio de Buenos Aires. Un juez condenó a los agresores a visitar con sus padres el Museo del Holocausto de la capital argentina. En el otro extremo, tras cuatro años de proceso, un sujeto que golpeó a un anciano superviviente del Holocausto al grito de "habría que matar a unos cuantos judíos más" apenas recibió una condena por lesiones, aunque posteriormente se le añadió la agravante de discriminación racial.

"Se debería contar con una decidida voluntad política que prevea la revisión de los contenidos educativos", subraya Mario Feferbaun, presidente de la Fundación Memoria del Holocausto, partidario de la creación de programas para los educadores en derechos humanos y discriminación. Quiere que "se formulen informes regulares sobre antisemitismo, islamofobia, discriminación a los gitanos, a los aborígenes y a minorías religiosas".

Los ataques racistas no los sufre solamente la comunidad judía -unas 250.000 personas en Buenos Aires-. También otras como la coreana, la china y la gitana. Todo esto en una sociedad compuesta mayoritariamente por descendientes de inmigrantes. Preocupan especialmente afirmaciones como la del líder del poderoso sindicato de camioneros, Hugo Moyano, quien pidió el boicot contra los supermercados propiedad de orientales y, para criticar a estos, cargó contra judíos, gallegos (españoles y sus descendientes) y tanos (italianos y sus descendientes). Tras el revuelo por sus declaraciones, Moyano anunció que se disculparía, pero eso no ocurrió.

Los medios de comunicación argentinos han denunciado un rebrote de la literatura racista y, en especial, la difusión de Mein Kampf, el libro en el que Adolf Hitler, sentó las bases de la ideología nazi. "Es mucho más que un libro, es el soporte del nazismo y su difusión debería estar prohibida", opina Jorge Kirszebaum, presidente de la DAIA.

El Gobierno de Néstor Kirchner ha adoptado tanto medidas concretas como gestos de respaldo para eliminar cualquier mensaje ambiguo respecto al racismo. Entre estos destacan la derogación pública de una directiva secreta de 1938 que costó la vida a miles de judíos argentinos bajo el régimen nazi alemán, la retirada de un monumento a los funcionarios que aplicaron dicha directiva y la presencia repetida de miembros del Gobierno en actos de condena al racismo.

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Sobre la firma

Jorge Marirrodriga
Doctor en Comunicación por la Universidad San Pablo CEU y licenciado en Periodismo por la Universidad de Navarra. Tras ejercer en Italia y Bélgica en 1996 se incorporó a EL PAÍS. Ha sido enviado especial a Kosovo, Gaza, Irak y Afganistán. Entre 2004 y 2008 fue corresponsal en Buenos Aires. Desde 2014 es editorialista especializado internacional.

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