_
_
_
_

La voz de la dignidad

Treinta años exiliada por el 'apartheid'. Se ha relacionado con presidentes y reyes. Cantó para Kennedy. A sus 74 años, la cantante surafricana Miriam Makeba, conocida como 'Mamá África', se despide con una gira que recala en el festival murciano La Mar de Músicas

Un símbolo de África, uno de sus personajes más queridos y admirados, se retira. Miriam Makeba quiere despedirse con una gira de 14 meses. "Tengo 74 años y ya me resulta difícil viajar y moverme. Llega un momento en el que una tiene que decir 'gracias'. Es hora de irse. No estoy diciendo que deje de cantar porque mientras tenga mi voz voy a hacerlo, pero me he pasado la vida de un lado para otro y me gustaría tener tiempo para descansar en casa y poder estar con mis dos bisnietos". Se apoya en un bastón tras un pequeño accidente en la rodilla izquierda. "No es por la edad", explica con una suave sonrisa. Habla bajito. Recuerda lo que le dijo Stevie Wonder: "La edad sólo es un número". "Si cuando uno se va haciendo mayor se pone a pensar '¡qué viejo soy!', envejece. Muchas mujeres no quieren hablar de su edad. ¿Por qué no? Hay que envejecer con elegancia".

Más información
Suráfrica busca a sus desaparecidos

El 11 de junio de 1990 regresó a Suráfrica después de treinta años de exilio. Con pasaporte francés. "Cuando viajo en avión me duermo siempre antes incluso de despegar. Pues no pude pegar ojo desde que salimos de Bruselas. No podía creer que volvía. Tenía miedo. Pero estaba muy contenta de regresar a casa. Y seguía siendo la misma aunque no lo creyeran. Mucha gente, después de pasar un año o dos en otro país, vuelve con un acento diferente. El mío nunca cambió. En treinta años. ¿Sabe por qué? Porque estaba lejos físicamente, pero, mental y sentimentalmente, siempre estuve en Johanesburgo". Una joven funcionaria del aeropuerto se acercó a pedirle el pasaporte. "Pensé: '¿Negra?, vaya, las cosas han cambiado'. Mandela había salido de la cárcel sólo unos meses antes y me asusté. Me rogó que la siguiera y yo sospeché… 'Todos los demás pasajeros van por otro lado…'. De repente, las puertas se abrieron y había cámaras, mucha gente, mi hermano. Y Brenda Fassie empezó a cantar Nkosi Sisekele [el himno del Congreso Nacional Africano (ANC), el partido de Nelson Mandela, y hoy himno oficial de la República de Suráfrica]. La gente lloraba y yo lloraba. Y me tocaban y abrazaban. Era temprano por la mañana. Un lunes. Fue uno de los momentos más conmovedores y maravillosos de mi vida". Se emociona. "Dejé las maletas en casa de mi hermano y fui al cementerio. Sentada sobre la tumba de mi madre me sentí como un bebé que duerme en el regazo materno. Le pedí perdón por no haberla podido acompañar". No la dejaron. En 1960, Makeba había participado en un documental crítico con el régimen racista y, al ir al consulado de su país en Nueva York, le estamparon en el pasaporte "cancelado". Tanto ella como sus discos quedaban prohibidos.

El 16 de junio de 1976, durante una revuelta, unos estudiantes mueren por disparos de la policía en Soweto, al suroeste de la ciudad de Johanesburgo. "Yo sufría sabiendo que la gente estaba muriendo allí". Soweto era el resultado de la ideología del Partido Nacional Afrikaner, llegado al poder en 1948: el odioso apartheid, una palabra afrikaans que quiere decir aparte, y que definía la política de segregación racial del régimen de Pretoria. Educación diferenciada, imposibilidad de acceder a la propiedad privada para los negros, prohibición de matrimonios mixtos y de relaciones sexuales entre personas de diferente raza… Ya en 1960, en Sharpeville, una marcha pacífica para protestar contra la ley de los pases -que restringía los movimientos a los negros- había terminado en carnicería. Aunque los manifestantes no llevaban armas, el ejército abrió fuego. Murieron 69 personas -entre ellas, dos tíos de Makeba.

Miriam Makeba nació el 4 de marzo de 1932. Con 18 meses estaba en la cárcel con su madre. ¿El crimen? Elaborar cerveza -se llama umqombothi y se pronuncia con el característico chasquido de la lengua del idioma xhosa- y venderla para mantener a la familia. "A los africanos no se les permitía beber, y mi madre acabó en la cárcel por no poder pagar la multa. Eran 15 libras o seis meses. Hoy, las fábricas surafricanas de cerveza la fabrican para vendérnosla a nosotros, que somos la mayoría de la población. Se apropiaron de la receta de nuestras abuelas y no les dieron un centavo a cambio".

Su primera casa, una vivienda prefabricada, la alquiló cuando ya estaba cantando con los Manhattan Brothers, grupo que dejaría para unirse a las Skylarks. Al llegar a Londres, en 1959, no se atrevía a entrar en los restaurantes porque veía a blancos en las mesas. Y comer con ellos era impensable en Suráfrica. En el vuelo de South African Airways que la había llevado a Europa viajó con tres asientos para ella porque nadie quiso sentarse a su lado: era la única pasajera negra. Tampoco era fácil la vida para un negro en el sur de Estados Unidos. "En un restaurante de Atlanta no nos dejaron cenar", recuerda. El maître alegó que no aceptaban a "gente de color". Y fueron los primeros negros en poder alojarse en un gran hotel de la capital de Georgia. "Vaya", pensé, "algunas cosas aquí se parecen a lo que ocurre allí de donde yo vengo", dice riendo. Por entonces andaba con Harry Belafonte, al que en sus memorias llama Big Brother (Gran Hermano). "Con él aprendí a estar en el escenario. La disciplina. Me enseñó que si respetas al público, éste a su vez te va a respetar".

Se ha relacionado con hombres poderosos. "He conocido a reyes y presidentes, pero no me siento especial por eso. Hasta conocí al emperador Haile Selassie, que me pidió que acudiera a Addis Abeba para cantar en el establecimiento de la Organización para la Unidad Africana". Allí estaban figuras históricas como Nasser, Ben Bella, Bourguiba, Sedar Senghor… Makeba fue testigo del nacimiento de un continente. En Kenia, junto al presidente Jomo Kenyatta, asistió a la ceremonia en la que la Union Jack fue arriada y dejó su lugar a la bandera nacional. Julius Nyerere, primer presidente de Tanzania, le regaló la piel de un leopardo, y Sekou Touré la acogió en Guinea-Conakry en 1968, cuando su estancia en Estados Unidos se tornó problemática: Makeba había anunciado en marzo su boda con Stokely Carmichael, líder de los Panteras Negras, y empezaron a cancelarle actuaciones. En abril moría asesinado Martin Luther King. Crecía la oposición a la guerra de Vietnam, arreciaban las reivindicaciones de los afroamericanos y el FBI no perdía de vista a Carmichael. "No me importa si eres un revolucionario o no, tienes que vestir correctamente', le dije. Ahora hay quien compra tejanos y los rasga. Es como si se estuvieran burlando de la gente pobre. Cuando crecimos éramos pobres, pero nos sentíamos orgullosos de nuestro aspecto. La gente sin dinero para comprar ropa intenta coser y zurcir la que tiene".

Makeba cantó en aquella famosa velada del Madison Square Garden en la que Marilyn Monroe felicitó el cumpleaños a Kennedy. Tenía fiebre y se sentía mal, así que se retiró pronto. "Mandaron una limusina a mi casa porque el presidente preguntaba dónde estaba la joven cantante surafricana. Al final fui a la recepción y estreché su mano. Cuando volvía a casa pensé: 'Yo, la pequeña Makeba, desde el anonimato de Suráfrica, y un presidente quiere agradecerme haber cantado para él". De manos del rey de Suecia recibió en 2002 el Premio Polar -especie de Nobel de la Música otorgado a Rostropovitch, Bob Dylan o Isaac Stern-. También posee el Dag Hammarskjöld por su labor humanitaria o, igual que Gorbachov y Simon Wiesenthal, la Medalla de la Paz de la Sociedad Alemana para la ONU.

En 1976, declarado "Año contra el apartheid" por las Naciones Unidas, Miriam Makeba lee un discurso ante la Asamblea General. Esta mujer, que superó un cáncer y estuvo casada con el trompetista Hugh Masekela, cuenta en sus memorias que Marlon Brando fue a verla a un café de Melrose, en Los Ángeles, y que la invitó luego a su casa. Conoció a cantantes de jazz como Sarah Vaughan, Carmen McRae o Dinah Washington. Y se hizo muy amiga de Nina Simone, que estaba en el Village Vanguard de Nueva York, con Duke Ellington, Miles Davis y Sidney Poitier, invitados por Belafonte, la noche de su estreno.

No hay modo de terminar un concierto sin cantar, una vez más, y por imperativo popular, Pata pata. Se lleva la mano a los ojos. "Es una de las canciones más insignificantes de todo mi repertorio. Toca toca es el nombre de un baile que estaba de moda en los cincuenta", cuenta mientras va tocando con sus manos rodillas, codos, antebrazos… "Cuando la gente oye las primeras notas [ella la canturrea] se pone de pie y comienza a dar palmas. Así que debería estar agradecida", dice con sonrisa resignada. "También está Click song [así titulada porque a los ingleses les resultaba impronunciable el nombre original en xhosa de Quongqothwane]".

Sus discos se etiquetan ahora como world music. "¿De dónde vienen las otras músicas? ¿De Marte? Vaya estupidez. Si alguien me dice que es world, le doy las gracias por reconocer que nosotros también somos de este mundo. Y añado: 'Sé que está siendo cortés, porque lo que realmente está queriendo decir es que nuestra música es del Tercer Mundo, igual que nuestro continente. Así que, por favor, no nos insulte'. Tengo 74 años y todavía me solicitan de muchos países. Sin tener una canción de éxito ni vender millones. La gente quiere verme y oírme".

En abril actuó en Ciudad del Cabo ante más de 10.000 personas. Muchas lloraron al escucharla cantar Africa is where I belong… "Si lo hicieron, me siento feliz porque significa que he llegado profundamente a sus corazones. África es el lugar al que pertenezco. Toda mi vida he dicho que soy hija de África. Y me siento muy triste cada vez que veo todos los problemas que hay. Es un continente muy rico que fue colonizado por naciones que se limitaron a coger y llevarse de la tierra. Y no dejaron nada para la gente. Tampoco podemos continuar reprochándoselo porque hace muchísimos años que los países de África son libres, y de haber tenido buenos gobernantes, estaríamos mucho mejor. Desgraciadamente, estamos casi igual. Y no podemos echárselo en cara a los colonizadores, sino a nosotros mismos. Tenemos que mirar y preguntarnos: '¿Qué hemos hecho?".

Es sorprendente que muchas de aquellas familias blancas acudieran a niñeras negras para cuidar a sus retoños. "Yo me ocupé de bebés blancos. Los criamos, pero cuando crecieron les enseñaron a odiarnos y a no respetarnos. Sólo tenemos 12 años de edad. Hay democracias viejas de doscientos años y también hay racismo".

"La gente se piensa que me paso el día con Mandela. Y no. Yo cantaba con los Manhattan Brothers, que eran muy populares y cultos. Yo era joven y estúpida, pero cantaba muy bien. En los años cincuenta solíamos actuar con el fin de obtener fondos para el ANC. Ellos hablaban con personas como Baba -padre, en zulú- Mandela y yo las conocía". El sufrimiento que causó el apartheid podría haber provocado un baño de sangre. Algunos piensan que es un milagro que haya paz y democracia en la nueva Suráfrica. "Desde que estábamos colonizados hay gente que trabajó duro para lograrlo. Hubo mucho dolor y muchos murieron, pero no somos un pueblo que no pueda perdonar", asegura. "Nuestros líderes nos enseñaron la paciencia y el perdón. No hemos olvidado, pero hemos sido capaces de perdonar. Nuestra gente es generosa y me siento orgullosa de ello".

Miriam Zenzile Makeba vive en Johanesburgo y no recuerda quién la bautizó como Mamá África. "Viene de gente que me quiere. Es una manera que tienen de expresarme su afecto. La primera vez que la oí dije: '¿Por qué me llamáis así? África es un continente enorme y colocáis una gran responsabilidad sobre mis espaldas". Sus nietos y bisnietos la llaman Ma Ze -se pronuncia masi-: por madre y por Zenzile -que significa "tú te lo buscaste" ("a mi madre le dijeron que no tuviera más hijos, y cuando llegué yo, mi abuela se lo espetó")-. La madre de Miriam Makeba era una sangoma, una sanadora. De ella aprendió canciones tradicionales y muchas cosas sobre su cultura.

Los nombres de sus dos nietos salen en la conversación: "Lumumba ha producido mi último disco, Reflections, y Makeba forever, el próximo. Zenzi abrió el Africa Festival de Würzburg a finales de mayo, y yo, al lado, feliz y llorando de alegría. Su madre murió. Mi hija, mi única hija, murió sin poder ver de lo que sus hijos eran capaces. Y eso me causa mucho dolor. Aunque creo que, allá donde esté, lo ve y lo sabe".

Bongi falleció hace 20 años. Cuando Miriam Makeba participaba en la gira Graceland, de Paul Simon. "Mi única hija", repite. "Si para las personas que tienen varios hijos es duro perder a uno, cuando sólo tienes uno y se va, creo que resulta más doloroso aún. Un padre siente que será enterrado por sus hijos y no cree que tendrá que enterrarlos. La hija de mi nieto, que tiene dos años, se llama Bongi por ella".

En Suráfrica mantiene un hogar de acogida para niñas abandonadas o maltratadas. "Siempre quise ayudar a las jóvenes. Desde 1997 estuve organizando una campaña con otras mujeres para comprar esa casa". El centro acoge a 18 de entre 10 y 17 años. "Tenemos que construir más refugios. Y nos falta dinero para poder tener una escuela con profesores, pero la tendremos". Hay un dicho: "Educa a una mujer y educas a una nación". "La razón por la que abrí el centro es porque siento que las mujeres son las que sostienen", dice mostrando con el dedo una columna. "Nosotras embarazamos, parimos y educamos a los hijos. Los padres se han ido y las madres están ahí. Si dejamos a nuestras niñas en la calle, ¿qué país vamos a tener?". Nelson Mandela se lo habría confesado un día a Winnie: "Cuando vi a aquella jovencita supe que iba a ser alguien".

Miriam Makeba inaugura en Cartagena el 30 de junio el Festival La Mar de Músicas (www.lamardemusicas.com), dedicado este año a Suráfrica.

Miradas en La Mar de Músicas

Por Amelia Castilla

La valentía se mide en las dificultades. Las fotos de Peter Magubane (1930, Johanesburgo) sobre las revueltas de Soweto del 16 de junio de 1976 no sólo dieron la vuelta al mundo como denuncia del apartheid, sino que también le convirtieron en uno de los maestros del foto-periodismo. Con todo, Magubane tardaría en conocer la gloria. Tras publicarse las fotos fue detenido y torturado por la policía. No era la primera vez que pisaba la cárcel. Creció en un suburbio de Johanesburgo bajo unas leyes que institucionalizaban la discriminación racial, pero no estaba dispuesto a callar. Sabía que su cámara era un arma. Trabajaba en el Rand Daily Mail cuando fue detenido por primera vez en 1967 por fotografiar una manifestación ante la cárcel donde estaba Winnie Mandela. Tras su liberación le prohibieron realizar fotos durante cinco años. Acababa de salir de la terrible prohibición cuando estallaron los disturbios raciales de Soweto, y había que contar cómo mataban a su gente en la calle.

Johanesburgo sigue siendo una de las ciudades más peligrosas del mundo y no parece recomendable para los turistas, pero negros y blancos tienen los mismos derechos. Magubane vive dedicado a explorar las nuevas tecnologías y la riqueza de la impresión digital en blanco y negro. En julio desembarcará en Cartagena para presentar su exposición La revuelta de Soweto dentro del Festival La Mar de Músicas, que tiene a Suráfrica como país invitado. No será la suya la única mirada de ese país. Músicos, cineastas, escritores y artistas plásticos tomarán la ciudad mediterránea durante cerca de treinta días para mostrar las últimas tendencias culturales directamente vinculadas a la democratización del país.

La música, la base del festival, incluye, además de a Miriam Makeba, a Hugh Masekela, trompetista de jazz, o Johnny Clegg, el "zulú blanco". Tampoco faltará el cine, asegura Joaquín Cánovas, coordinador de las jornadas y profesor de cine de la Universidad de Murcia. Si en los primeros momentos, dada la ausencia de industria, e incluso de tradición de cine, sólo personalidades destacadas pudieron realizar las primeras películas, ahora llega el recambio, jóvenes cineastas que exploran nuevas vías. Además de Tsotsi, Oscar a la mejor película de habla no inglesa, se proyectarán algunos de los trabajos del denominado Project 10, una serie de 13 filmes en los que los realizadores jóvenes reflexionan sobre los primeros diez años de libertad y de elecciones democráticas. El ciclo se completa con una muestra retrospectiva de Dumisani Phakathi, uno de los más activos y valiosos cineastas surafricanos del posapartheid.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_