Prohibido para alcaldes
Más que prohibir, sólo pretendo avisar a las primeras autoridades locales con delirios de construcción masiva para que no manden a sus siervos a los quioscos do se expende prensa internacional sofisticada, y que, si lo hacen, impongan a los dichos siervos que eviten por todos los motivos y vías legales que adquieran el Vanity Fair correspondiente al mes de junio. De lo contrario, queridos ciudadanos y ciudadanas todos y todas, dense por perforados, demolidos y socavados aún más de lo que pueden haberlo sido hasta el momento.
En dicho número de la revista se publica un extenso y muy bien ilustrado informe sobre Dubai que, lo advierto, puede chalar al sector urbanístico de los Consistorios, con su alcalde a la chalada cabeza. Eso en el caso de que los dichos estamentos no hayan visitado ya el pequeño y porompompero emirato (me consta que altas gentes de Barcelona ya han estado allí, ay, dios; no quiero ni pensar cuántas veces no habrán ido los de Baleares), siendo víctimas del deseo de emulación y de la ambición sin medida de pretender, también (como Duba-Duba-Dai) para sus ciudades, las más drásticas y espectaculares transformaciones.
No es que no les comprenda. ¿Qué alcalde no desearía extender en el mar -o en la meseta- amplias y nuevas urbanizaciones repletas de lujo y fantasía (en forma de palmera o de archipiélagos, como allí), para dotarse de habilidosas formas de seguir exprimiendo las ubres del construccionismo destructivo? ¿Quién no querría que sus rascacielos fueran los más altos del mundo y sus sótanos los más profundos del universo, y entre cima y sima disponer de no pocas pistas de tenis, campos de golf y discotecas de cuento? ¿Quién no desearía poseer, incluso, piscinas para entrenar a camellos de carreras? Y quien dice camellos dice dromedarios; llegados a ciertos niveles, no vamos a reparar en gastos.
Una de las reveladoras imágenes del reportaje de Vanity Fair es aérea y, aparte de mostrar el curioso perímetro de la urbanización marina Palm Jumeirah, ofrece unos arenales repletos de rascacielos construidos y de otros en construcción que da gloria verlos. Si ustedes, que viven en Madrid o en Barcelona, o en el litoral levantino, o en lo que queda entre la capital del Reino y Segovia, o entre la capital del Reino y Guadalajara; si ustedes, repito, creen haberlo visto todo en cuestión de grúas, permítanme que, VF bajo mis ojos, les decepcione. No hay grúas más grúas que las Ascon que controlan el crecimiento sin pausas de las Marina Towers. Tampoco hay centro histórico más desaparecido que el de Dubai: ha sido arrasado para poder construir uno más histórico, que guste más a los turistas. Con el corazón en la mano, júrenme que no les encantaría destrozar el centro de su ciudad (o permitir que se degrade) para crear otro, flamante y monumental y expresamente pensado para el visitante, en un lugar de la ciudad de cuyo nombre nadie querría seguramente acordarse. Hay quien ya lo ha hecho. Ya lo creo que lo hay.
Pero Dubai es el sueño urbano elevado a condición de pesadilla, elevada a condición de mito. Se edifica allí de día y de noche y la cotización de los trabajadores manuales está por los suelos. Cierto es que Dubai ya abolió la esclavitud (algo tarde: 1963), pero no crean que los indios y paquistaníes que curran bajo la denominación de "trabajador invitado" tienen muchos derechos. El subcontratismo, la retención de pasaportes, el pasarse por el forro el pago de los bajísimos sueldos y otras lindezas están a la orden del día. Ha habido protestas, las hay; pero entonces les quitan el arroz que constituye su pitanza, arroz que les descuentan del sueldo, así como el dormir en campos de trabajo.
La verdad es que dan ganas de ir. No se pagan impuestos, el emirato entero es una zona de libre comercio, la burocracia no molesta al inversor y si a alguien le rebanan el clítoris, ni te enteras. No me extraña que Dubai haya sido invitado por Barcelona a optar a la franquicia Fórum en el futuro. Es un país emergente ideal, modélico para hacer negocios.
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