_
_
_
_
Reportaje:GRANDES REPORTAJES

El ADN de Cristóbal Colón

Un equipo de la Universidad de Granada ha certificado que los restos de Colón son auténticos, pero esta identificación no aclara todos los misterios. Queda conocer dónde nació, sus orígenes y por qué eligió Palos para iniciar la travesía. El enigma continúa a los 500 años de su muerte

Historia y mito se confunden en nuestra percepción sobre Cristóbal Colón. Ahora que, coincidiendo con el quinto centenario de su muerte, un equipo de la Universidad de Granada ha determinado que los restos guardados en la catedral de Sevilla serían auténticos, parece desvelado el último enigma colombino, ese misterio cuyo colmo fue la peregrinación del cadáver del descubridor con peripecias de nomadismo tan azarosas que cinco ciudades -Sevilla, Santo Domingo, La Habana, Génova y el Vaticano- proclaman custodiar los restos genuinos. Restos que fueron escondidos veces incontables para salvarlos de las garras de Drake y otros bucaneros, de la ambición de Napoleón y de las vicisitudes del imperio español. Aclarado que la porción de esqueleto que reposa en Sevilla puede pertenecer a Colón, quedan todavía demasiadas preguntas sin respuesta.

Existen incógnitas nunca despejadas. ¿Por qué ocultó Colon todos los datos de su nacimiento y de su pasado?
Naufragó más de una vez, y dicen que al navegar observaba el cielo y el mar con ojos alucinados en busca de una señal
El descubrimiento de América fue posible gracias a dos onubenses, Alonso Pinzón y Alonso Sánchez

Se sabe muy poco del personaje que a principios de 1492 comenzó a cosechar los frutos de su tesón frente a las barreras que llevaba años encontrando en los dominios de los Reyes Católicos. Cuando lograron el 2 de enero de 1492 el que había sido objetivo prioritario de Isabel y Fernando, la conquista del reino de Granada, se despejó el camino para el sueño de un hombre enigmático, envuelto en tinieblas, que, a pesar de todas las improbabilidades, gozaba del patrocinio de tres poderes fácticos: la Iglesia, la nobleza y la banca. Persistían las reticencias científicas en los cenáculos salmantinos, pero ya habían dejado de ser un obstáculo determinante.

En enero de 1492, ese personaje oscuro, de pasado turbulento y acaso escabroso, contaba, asombrosamente, con las bendiciones franciscanas y el favor de un converso valenciano, Luis de Santángel, que dirigía la economía de Aragón. En los tres meses siguientes, y en consonancia con los ritmos de la naturaleza, el proyecto de Cristóbal Colón alcanzó su primavera para madurar entre la exuberancia frutal del verano. Con la firma de las Capitulaciones de Santa Fe, una inesperada primavera había llegado el 19 de abril para quien tanto esperó, superando arduas pruebas de paciencia, que no era una de sus virtudes. Pero…

¿Qué renglones de su currículo ocultó? ¿Por qué un temor tan patente a que conocieran su pasado? Fue Colón deliberadamente impreciso por razones que ningún historiador ha desentrañado. Innumerables conjeturas tratan de explicar el misterio; tantas como historiadores y comentaristas, incluida la versión de su propio hijo Hernando. E innumerables son las manipulaciones y retoques de la imagen que de él legaron a la posteridad, como si hubiese un acuerdo tácito o una voluntad superior que les condicionaba.

El personaje que estudiamos en la escuela oscila entre la solemnidad y la piedad, la circunspección y el hieratismo; porta devotamente estandartes y cruces, y le muestran dotado del ascetismo y la iluminación espiritual de un profeta. Pero en cuanto se bucea en los comentarios de sus coetáneos emerge un hombre sensual, venal, temperamental; un seductor con éxito notable entre las mujeres más influyentes de su tiempo y un cardo borriquero para casi todos los hombres que le trataron.

Su atractivo erótico y su irascibilidad pueden proporcionar pistas sobre su pasado. Colón fue amado apasionadamente por muchas mujeres, aunque no parece que él les correspondiese con igual ardor. Le favorecía el imán de un cuerpo fornido, su melena rubia y sus ojos claros, pero no les dio mucho más. A Felipa Muñiz la abandonó durante largas temporadas en una isla reseca, yéndose a navegar por las costas de África y el occidente europeo con misteriosas encomiendas de armadores lisboetas de origen italiano. A la jovencísima y bella cordobesa Beatriz Enríquez de Arana apenas le devolvió el favor de engendrar a su hijo Hernando y cobijar varios años a Diego. A Beatriz de Bobadilla sólo le regaló su pasión en la isla de La Palma durante el mes de agosto de 1492, mientras remoloneaba a la espera de que reparasen la Pinta, probablemente saboteada por su propio dueño, Cristóbal Quintero, forzado por los Pinzón a sumarse a la aventura. Y con la reina Isabel se le deslizaron comentarios nada caballerescos en su diario. Indiscreciones que jamás cometió en relación con sus orígenes, porque la resolución de ocultarlos era obsesiva.

Antes de gozar del favor de los re-yes de Castilla y Aragón, la única certeza sobre el pasado de Colón es que viajó siempre, desde niño; tal vez demasiado niño si creyésemos que nació en 1451, lo que es seguramente más falso que un maravedí de cartón. Navegó sin cesar y no paró de hacerlo no ya hasta su muerte, sino también después de muerto y casi hasta nuestros días. Testimonios acallados por herederos e historiadores lo sitúan a edad inadmisiblemente temprana en pendencias y actividades non sanctas en Galway, Gascuña, Guinea, costa de la Malagueta, Lisboa o el golfo de León. Pero ¿quién era?, ¿dónde había nacido?, ¿cómo se llamaba?

En ningún padrón lisboeta figura el nombre de Cristóbal Colón, aunque ese puerto, el más activo de la época, fue su residencia estable durante al menos la adolescencia, la juventud y buena parte de la madurez. Según los investigadores locales, tal nombre no aparece en legajo alguno entre 1451 y 1488, aunque no era socialmente un don nadie. Se casó con la heredera de un íntimo de Enrique el Navegante y contaba con el favor del superior de la Orden de Santiago, Fernando Martines. Causa pasmo saber que, junto con la autoridad católica, también le patrocinaban dos judíos muy influyentes en la corte portuguesa, el científico Joseph Vizinho y el cosmógrafo español Abraham Zacuto, lo que abona la tesis de Salvador de Madariaga sobre un posible origen hebreo. Y probablemente se corrió francachelas con Juan II cuando éste era virrey de Guinea por delegación de su padre, Alfonso V.

A despecho de todo ello, y aunque su hermano Bartolomé tenía un conocido negocio de cartografía, antes del descubrimiento no aparece en censos portugueses el nombre con que pasó a la posteridad. Todo inclina a sospechar que se debería a una razón simple: no se llamaba Cristóbal Colón. Como marino que había sido desde niño, pudo tomar el apodo de uno de sus más queridos y pródigos protectores juveniles, el corsario francés Guillaume de Casanove, alias Coullon o Colonne, pues era común entre los marinos de la época adoptar el patronímico con que se conocía a su capitán. Dato que podría ser uno de los misterios voluntariamente velados por el descubridor, pues hay quien lo sitúa, a los veintitantos años, capitaneando por su cuenta un barco corsario, contratado por René de Anjou, para asaltar los navíos del rey de Aragón en el Mediterráneo. De ser verdad, ¿podía revelar a Fernando que había atacado las posesiones de su reino?

Coetáneos de Cristóbal Colón apuntan los nombres familiares de Salvago o Salgado como auténticos, aunque también se asegura que era hijo de otro íntimo de Enrique el Navegante, un gascón o bretón apellidado Scott que habría participado en el cerco y toma de Ceuta. En este caso, el nombre genuino sería Pierre o Peter Scott, posibilidad citada recurrentemente por distintos investigadores.

Colón naufragó quizá más de una vez, escuchó absorto los testimonios de otros náufragos, examinó con afán los restos de naufragios arrastrados por las olas, y cuentan que al navegar observaba el cielo y el mar con ojos alucinados en busca de una verdad por la que tuvo que oír chanzas durante casi dos décadas. Muchos lo creyeron loco, y no es una locura suponer que tenían razón, porque si alguien con sus repentes y sus espantadas llegase en la actualidad a la consulta de un médico, le atiborraría de Prozac.

El más trascendental de los náufragos que trató fue el piloto Alonso Sánchez de Huelva. Un personaje que ha debido de resultar temible a cuantos manipularon la imagen del descubridor de América. Los historiadores de los últimos 300 años aluden a Alonso Sánchez como una figura improbable, mítica, evanescente. Un invento de los envidiosos. Ni los más acérrimos críticos de la epopeya colombina han osado rescatarlo para el conocimiento general.

Pero antes de ellos, todavía en el siglo XVI, Garcilaso de la Vega, casi contemporáneo de la conquista, retrataba al piloto onubense como alguien indiscutiblemente material en sus Comentarios reales de los incas. Relata Garcilaso que Alonso Sánchez, cuyo navío había sido empujado por vientos contrarios hacia una gran isla situada mucho más allá de las Azores, llegó tras naufragar a la isla madeirense de Porto Santo para solicitar cobijo en la casa de Cristóbal Colón, a quien él y sus compañeros relataron la aventura en tierras paradisiacas al otro lado del océano… "dexándole en herencia los trabajos que les causaron la muerte, los cuales aceptó el gran Colón con tanto ánimo y esfuerço que, haviendo sufrido otros tan grandes y aun mayores (pues duraron más tiempo), salió con la empresa de dar el Nuevo Mundo y sus riquezas a España, como lo puso por blasón en sus armas, diziendo: A Castilla y a León Nuevo Mundo dio Colón".

¿Por qué fue Colón a Huelva, a La Rábida? ¿El legado de Alonso Sánchez de Huelva sería la explicación? Se nos cuentan anécdotas que, como la de las joyas isabelinas empeñadas, ofenden la razón. Una asegura que llegó por casualidad al monasterio franciscano, llevando a su hijo Diego de la mano, y suplicó a los monjes alimentos para el niño. Él, que disfrutaba en Lisboa de una residencia con criados y estaba emparentado por matrimonio con dos importantes casas nobles.

Palos de la Frontera no es un lugar situado en una ruta entre Portugal y España ni en un paso cualquiera adonde se llega por casualidad; es un sitio entre marismas, el mar y una gran ría al que hay que encaminarse adrede. Además, a finales del siglo XV era el puerto español de donde partían las principales, aunque escasas, expediciones de exploración marina. Los cronistas de la época describen Palos como una "pequeña Lisboa", empleando el referente de lo máximo en puertos de Europa. Y junto a una comunidad religiosa, que como por ensalmo se afanó en el impulso del propósito colombino, en Palos sentaban sus reales los Pinzón.

No se ha otorgado a Martín Alonso Pinzón el crédito que merece en el descubrimiento de América. Este hombre cincuentón, armador célebre, próspero y nada necesitado de meterse en berenjenales aventureros, evitó que Colón cometiese errores de libro.

Los franciscanos de La Rábida, con el superior Juan Pérez y el estudioso Antonio de Marchena a la cabeza, respaldaron el proyecto; pero, aparte de la información de Alonso Sánchez de Huelva, ¿qué argumentos portaba Colón para convencerles con tanta celeridad y entusiasmo? ¿Traía cartas de presentación del superior de la Orden de Santiago lisboeta? ¿Son veraces los rumores que señalan que en el convento portugués que gobernaba Fernando Martines intentaban resucitar viejas órdenes gnósticas y militares? ¿Simpatizaban los franciscanos onubenses con ese intento? El hecho es que usaron su influencia no sólo con los reyes, sino ante quien podía realizar la idea de Colón: su vecino Martín Alonso Pinzón.

Por aquellos tiempos, el gran armador andaluz había realizado un viaje de negocios a Roma, junto a su hijo Arias Yáñez. Un amigo de éste ejercía de cosmógrafo en el séquito del papa Inocencio VIII, a punto de ser sucedido por el valenciano Rodrigo Borja, que justamente en el prodigioso año 1492 obtendría la tiara papal. El cosmógrafo les dijo a padre e hijo que tanto Inocencio VIII como el futuro Alejando VI sentían mucho interés porque "España emprenda la conquista para el Evangelio de los extensos territorios que sabemos que han de ser descubiertos en Occidente". Premonitoria recomendación que se sumó a la baraka que bendecía a Cristóbal Colón en aquellos momentos.

Así, cuando el descubridor llegó a Palos con varias órdenes reales muy improcedentes, Martín Alonso Pinzón se hallaba predispuesto. Evitó que los palenses lincharan a Colón cuando exigió en nombre de los reyes que ellos armaran por su cuenta dos barcos para ponerlos a su servicio "como castigo por lo mal que os habéis portado con sus altezas". Tras la negativa, Colón volvió a la carga con otra orden real que le autorizaba a enrolar a penados, y se dispuso a vaciar las cárceles de Andalucía para forzarlos como marineros.

Comprendiendo que con tal tripulación y ante lo que les esperaba en un océano tenebroso, cuyo tornaviaje no figuraba en ninguna carta de marear, sería imposible la expedición, Martín Alonso convenció a Colón de que desistiera con el argumento de que no le dejarían seguir a bordo ni la mitad de la travesía. Sería arrojado al mar, lo que su carácter irascible no haría más que fomentar.

El descubrimiento del Nuevo Mundo por parte de España fue posible porque se involucró Martín Alonso Pinzón y porque Colón había conocido años antes a Alonso Sánchez de Huelva. Sin estos dos onubenses, la conquista de América habría sido protagonizada por Portugal, Francia o Inglaterra.

Aunque a partir del 3 de agosto de 1492 las crónicas son minuciosas en datos y pródigas en detalles, aún después de esa fecha ocurrió un hecho misterioso, también mal explicado.

Los textos escolares nos cuentan que Colón se presentó, en marzo de 1493, en Barcelona, a rendir cuenta a los Reyes Católicos del descubrimiento. Pero pasan por alto o minimizan dos significativas escalas previas. Antes habían llegado las dos carabelas supervivientes, la Pinta y la Niña, a Palos. Y estaba justificado este anhelo de los marineros no sólo por las penalidades de la expedición, sino por un susto tremendo que acababan de pasar. El 4 de marzo, por razones que nadie ha justificado con lógica, Colón decidió amarrar en el puerto de Lisboa. Al pillo redomado Juan II de Portugal le faltó tiempo para mandar prender los dos navíos, que permanecieron encadenados y bajo vigilancia militar más de una semana.

¿Qué pretendió Colón con esta escala? ¿Trataba de echar sal en la mollera a su antiguo camarada el rey? ¿Quería demostrarle lo equivocada que había sido su decisión de no patrocinar la expedición? ¿O tal vez quiso ofrecer el descubrimiento al país donde más años había vivido? Aun en esos momentos, Juan II invocó el Tratado de Alcobaças, por cuya letra debía considerarse suya toda tierra situada en las latitudes donde Cuba y República Dominicana se encuentran. ¿Rehusó Juan II el regalo por miedo a una guerra contra los que se prefiguraban como los monarcas más poderosos de Europa? La justificación de una tempestad para la entrada en Lisboa en la ruta hacia Palos no se tiene en pie.

Nunca sabremos la verdad de lo ocurrido entre el 4 y el 13-14 de marzo en los cais de Lisboa. Pero es que tampoco llegaremos nunca a saber quién era de verdad el hombre que mandaba aquellas dos carabelas.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_