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Columna
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Es más fácil dar que comprar

Andrés Ortega

A las sociedades ricas -Gobiernos y ciudadanos- parece resultarles más fácil rascarse el bolsillo para dar ayudas directas a los países más pobres que abrir sus mercados a la importación de sus productos, especialmente los agrícolas. El tsunami que un año atrás devastó las costas del sureste asiático produjo una ola de solidaridad pública y privada sin precedentes cuando centenares de miles de personas, con un click en Internet, se lanzaron de forma inmediata a hacer transferencias a ONGs. La Fundación DARA ha calculado que la ayuda total, pública y privada, por el tsunami ha superado los 13.300 millones de dólares. Pero a la vez, la pública de EE UU para paliar esos destrozos es cinco veces menor que los aranceles que pone ese país a la importación de textiles de Indonesia.

En la ministerial en Hong Kong de la Organización Mundial del Comercio (OMC), a la Unión Europea y a Estados Unidos les ha resultado muy difícil avanzar hacia el desmantelamiento de las ayudas a la exportación de productos agrícolas que hacen que los países menos desarrollados difícilmente puedan competir. La cita para revisar en profundidad todo esto es en 2013, pero dados los complejos intereses creados, difíciles de desmontar, nada está garantizado. La Unión Europea, al decidir su marco presupuestario para 2007-2013 se ha propuesto para 2008/9 una revisión de todo, incluida la Política Agrícola Común, aunque, además de difícil, quizás llegue tarde para la efectividad de la Ronda Doha en la OMC, la llamada Ronda del Desarrollo.

La contradicción que no se da sólo en los Gobiernos sino también en la opinión pública. En el caso de la española puede apreciarse en el último Barómetro del Real Instituto Elcano (BRIE). Se da una rara unanimidad (100%) en que hay que ayudar a los países pobres a desarrollarse para frenar la inmigración ilegal. El 63% también está de acuerdo con que las ayudas a los agricultores europeos perjudican a los de los países menos desarrollados. Pero un porcentaje similar (61%) rechaza que España reduzca estas ayudas a sus agricultores para que los del Tercer Mundo puedan exportar sus productos. Es decir, que no se quiere ni su gente ni sus tomates. Ésta es una grave contradicción occidental, no sólo europea, pues en Hong Kong, han vuelto a pesar los intereses de los 25.000 productores de algodón en EE UU frente a los millones de africanos que viven con menos de dos euros al día.

A la vez que se mantienen estas barreras comerciales, han vuelto a aumentar las ayudas directas, entre ellos notablemente ahora España (que pasa en 2006 al 0,35% del PIB para llegar al 0,5% en 2008). Según Oxfam, en 2004, se llegaron a cifras nunca alcanzadas de ayuda: la de los 22 países donantes del CAD (Comité de Ayuda al Desarrollo de la OCDE) ha superado los 78.000 millones de dólares, 13,7% más que al año anterior, aunque teniendo en cuenta la inflación el crecimiento haya sido de un más modesto 4,6% en términos reales. El caso es que crece, si bien de manera insuficiente. Según el economista José Antonio Alonso, para cumplir, en este ámbito, los Objetivos del Milenio de la ONU, se necesitarían 253.000 millones de dólares de ayuda en 2006, y llegar a los 529.000 millones en 2015.

Es significativo que Time haya elegido como "personas del año" a tres grandes donantes privados, Bill y Melinda Gates y Bono (el cantante), calificados por la revista como "los buenos samaritanos". Sin duda su acción es notable, y en el mundo anglosajón hay -ya lo observó Tocqueville- una sociedad civil más pujante y con un mayor sentido de la filantropía que esta vieja Europa.

Aunque las ayudas públicas y privadas, sirven y deben aumentar, el crecimiento más sostenido llegaría de una apertura desigual de los mercados a los países más pobres. No basta con dar. También hay que comprar, o por lo menos, dejarles vender. Pasados largamente los 6.000 millones de habitantes, esta sociedad global no podrá aguantar tales desigualdades.

aortega@elpais.es

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