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Columna
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Esperando a ZP

Andrés Ortega

Algunos de sus colegas esperaban que en el Consejo Europeo de junio, tras el no de franceses y holandeses a la Constitución europea, Zapatero expusiera su visión de cómo superar la crisis de la UE. Con Blair, era el único referente, una ocasión para llenar el hueco de liderazgo, aunque quizás le llegó demasiado pronto. También Aznar tardó en entrarle, a su manera, a la UE. Zapatero decepcionó en Bruselas no por lo que dijo, sino por lo que no dijo en esa oportunidad perdida. Tiene otras dos: el jueves en el Consejo Europeo informal en Hampton Court (Londres), reunión algo devaluada que se centrará sobre la respuesta de la UE al reto de la globalización y le servirá a Schröder para despedirse con su testamento político sobre Europa. Y en diciembre, ya con Merkel, cuando se intentará resolver las cuentas de la UE para 2007-2010. En junio, Zapatero quiso centrarse en estas Perspectivas Financieras -en las que España perderá más o menos fondos, pero perderá-, quizás esperando que fuera a salir. Pero no salió.

Una visión europea de Zapatero, que aún falta pese a los progresos en las relaciones bilaterales, podría tener muchos réditos dentro y fuera, aunque ahora le obsesionen, comprensiblemente, los temas nacionales. En general, persiste la creencia de que nuestros problemas tienen poco que ver con nuestra circunstancia. Pero si se decía que "España es el problema y Europa la solución", ahora que estamos en la UE, el diagnóstico puede cambiarse: en la medida en que Europa se para o se queda sin proyecto, España se ve afectada en su ser interno. Hace falta una nueva visión europea desde esta España que aprobó en referéndum el Tratado Constitucional, lo que constituye un plus del que no hay nada que avergonzarse. La línea oficial era la de esperar a las elecciones en Francia en 2007. Pero en algunos sectores de la Administración se empiezan a abrir paso otras consideraciones, partiendo de que es muy improbable ("impossible n'est pas français") que ningún futuro presidente de la vecina República vuelva a someter este texto u otro demasiado parecido a un referéndum, ni que, por tanto, un primer ministro británico, sueco, danés u otro se arriesgue también a hacerlo sin saber para qué. Ya se acepta que Europa está en una crisis más profunda que la constitucional.

El ministro de Asuntos Exteriores, Moratinos, habla de que ha llegado la hora de la definición final sobre los límites del proyecto europeo, geográficos, sociales y otros, y tener la nueva visión preparada para 2006, la cita prevista en el propio Tratado. También de la necesidad de constituir una "masa crítica de países", aunque informal, en torno a un proyecto que dé respuesta a las demandas de los ciudadanos, un grupo que volviera a tirar del carro, en el que es básico que funcione no sólo el eje franco-alemán, que pasa por horas bajas, sino el terceto con Londres.

Zapatero se encuentra en una situación ventajosa para hacer valer algunas bazas en Hampton Court, por ejemplo, en materia de modelo socioeconómico y de inmigración. La crisis de Ceuta y Melilla ha llevado a la Comisión Europea a hablar de la protección y control de sus fronteras exteriores, en este caso de España, y a la vez percatarse de que para luchar contra la inmigración ilegal hay que ayudar desde la Unión a, en este caso, Marruecos y a los países emisores. Ya era hora. España cuenta más para otras zonas geográficas si tiene más peso en Europa, y lo tiene en la medida en que aporta algo a Europa, ya sean ideas, relaciones, medios o entusiasmo. Tras la botadura de la Alianza de las Civilizaciones, la relativa normalización con EE UU, la Cumbre Iberoamericana, las buenas perspectivas para la euromediterránea en Barcelona (si no la revienta una implosión de Siria y Líbano por el caso Hariri), la nueva relación con Marruecos y la visita del presidente chino, Hu Jintao, a España, a Zapatero le queda aún por empezar, sin esperar a 2006-7, la central e interminable asignatura europea. aortega@elpais.es

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