Bush sacrifica a un peón para defenderse
El Gobierno retira de Nueva Orleans al jefe del organismo encargado de la coordinación de las crisis
La segunda semana tras la devastación causada por el huracán Katrina es catastrófica para la imagen del presidente, George W. Bush. Tan mal está la cosa -superada la fase de un país atónito por la tragedia- que ayer la Casa Blanca retiró de Nueva Orleans a Michael Brown, jefe del organismo que coordina la respuesta a las situaciones de catástrofe (FEMA). El cese disfrazado no bastará para suavizar las críticas al presidente, que mañana volverá por tercera vez a la zona de la tragedia para seguir luchando contra la marea de críticas. Allí, mientras tanto, hay cada vez más indicios de esperanza: si no están saliendo más cadáveres, dicen las autoridades, es porque no habrá muchos más.
"Hubo muchos fallos a todos los niveles: local, del Estado y federal", asegura Colin Powell
"He dado la orden a Mike Brown de que vuelva a Washington para administrar FEMA a nivel nacional", dijo Michael Chertoff, responsable de Seguridad Nacional, en donde se encuadra -erróneamente para muchos- el organismo. Con la aspereza que le caracteriza, Chertoff no quiso contestar a la pregunta de si éste era un primer paso hacia el cese de Brown o si había presentado la dimisión, algo que se da por hecho, pero que el portavoz presidencial, Scott McLellan, negó. Bush, en un comentario que seguramente lamentará, dijo en su primera visita a la zona que Brown había hecho "un trabajo bestial" al frente del FEMA. Ayer, en una declaración muy interpretable, Chertoff señaló que el jefe del organismo había hecho "todo lo que podía hacer" en las tareas de coordinación. El propio Brown, preguntado por la agencia Associated Press si se sentía un chivo expiatorio, respondió: "Por parte de la prensa, sí; por parte del presidente, no". Brown será sustituido en la zona por el vicealmirante Thad Allen.
La escalada de críticas contra el jefe de FEMA -cuya dimisión han exigido los demócratas y varios republicanos- se ha multiplicado: primero, por la respuesta a cámara lenta de un organismo diseñado para reacciones rápidas; después, por absurdas decisiones como el rechazo inicial de la colaboración de la Cruz Roja y la inoperancia al coordinar los recursos federales y de los Estados, y tercero, por la absoluta falta de experiencia para el cargo y la constatación de que su nombramiento es resultado del amiguismo y del papel de Brown en la campaña electoral de Bush.
El cese maquillado no servirá para acallar las críticas al presidente, que primero se limitaban a la mitad que no le votó, pero que ahora alcanzan a muchos conservadores y a figuras como Colin Powell, el ex secretario de Estado. No es que Powell haya subrayado la mala reacción de Bush, pero tampoco la defendió en la ABC: "Hubo muchos fallos a todos los niveles: local, del Estado y federal; había suficientes advertencias sobre los peligros que corría Nueva Orleans, y no se hizo lo suficiente". Además de hablar por los conservadores moderados, Powell es un modelo para los negros; dos de cada tres afroamericanos creen que si en Nueva Orleans hubiera habido más blancos, el Gobierno se habría movido con más rapidez.
En todo caso, superada la fase de conmoción en la opinión pública, la última encuesta, de la CBS, indica que sólo un 38% aprueba su manejo de la crisis, en contra del 58% que piensa lo contrario. El bastión político del presidente -un líder fuerte- es ahora una percepción que sólo tiene el 48% de los estadounidenses. Dos de cada tres, según el Pew Center, creen que podría haber hecho más para acelerar la respuesta a Katrina. El 53%, según Zogby, cree que el país está en un mal camino.
La respuesta de la clase política, de la opinión pública y de los medios -tres estamentos ya escarmentados tras la aventura de Irak- no podía ser más distinta a la oleada de unidad después de los atentados del 11-S, de los que mañana se cumplen cuatro años. Los demócratas aprobaron el jueves la ayuda pedida por Bush de 51.800 millones de dólares, pero sus críticas fueron tremendas. El senador Frank Lautenberg desplegó una gran foto en la que se veía a Bush tocando la guitarra en su visita a una base militar en San Diego el 30 de agosto, un día después de que los diques se rompieran: "El presidente pasó un buen día tocando la guitarra; no quiero negarle los placeres del cargo, pero había gente que se estaba ahogando".
Los republicanos recibieron ésta y otras declaraciones como un ultraje y acusaron a los demócratas de politizar la catástrofe "en un momento tan importante", se quejó el presidente de la Cámara a través de su portavoz. En cualquier caso, la cuerda está tensa: los líderes demócratas del Congreso -para preocupación de algunos moderados del partido- han decidido no integrarse en la comisión que investigará los fallos del huracán, y para ello argumentan que van a ser minoría y que no fueron consultados para el lanzamiento.
En Nueva Orleans, la policía y los militares están logrando convencer a los miles de ciudadanos reacios a dejar la ciudad. El descenso de las aguas es muy lento -la mitad está aún inundada- y la única sensación optimista, en medio del terrible panorama, es la impresión de que el número de muertos podría ser inferior a los cálculos que hablaban de millares: "Hay indicios estimulantes en las primeras búsquedas más minuciosas; las catastróficas cifras aventuradas podrían no ser realidad", señaló el coronel Terry Ebbert, responsable de Seguridad Nacional en la ciudad, que añadió: "Hasta ahora, las cifras son relativamente pequeñas en comparación con las predicciones de 10.000 muertos". Oficialmente, los cadáveres recogidos superan ligeramente los 300.
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