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Columna
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La frontera del olivo

Perdonen que les moleste con mis neuras, pero es que soy claustrofóbico y cuando llegan los primeros bochornos españoles necesito quejarme de lo mal que respiro sin aire acondicionado cuando traspaso mi particular límite atmosférico, cuando llego a Barajas. De las muchas fronteras interiores que cruzan y dividen este país en la era de la globalización sin fronteras hay una que me tiene obsesionado cuando llegan estas fechas atmosféricas y que sólo he visto trazada en los mapas geofísicos de la Península y nunca en la cartografía geopolítica: la frontera de los olivos. Consulten un plano vegetal de Europa, fíjense en los límites septentrionales del olivo y contemplarán la Península dividida en dos.

Las únicas dos Españas que admito de las innumerables que nos estresan son las que separa con precisión geométrica el cultivo del olivo. Es decir, la España seca y olivarera donde por estas fechas no hay manera de respirar sin aire acondicionado, y la España de los robles y los higrómetros que marcan humedades subacuáticas y en la que anidan las grandes infecciones del aparato respiratorio y político. Donde hay olivos no crecen las hierbas del federalismo, y por encima de esa línea nada imaginaria, en las tierras del roble, hay mucha más pasión nacionalista. Incluso en la península que tenemos a la derecha del mapa, en Italia, no sólo existe la misma división vegetal, sino que encima han titulado así al mismo problema geopolítico que tenemos aquí: la Italia federalista del norte, de la Liga Norte, en el límite sureste del roble europeo, y la Italia antifederalista de la coalición política llamada justamente el Olivo.

La futura reforma de la Constitución también debería de tener en cuenta nuestra frontera interior de los olivos porque está demostrado que el clima en general y el éter muy en particular también influyen de manera decisiva en la respiración política de los ciudadanos, como les pasa a los vegetales. No es casualidad que la España que está por encima de la frontera del olivo, a fuerza de respirar todo el año lluvias, relentes y brumas tiene tendencia a enclaustrarse y ensimismarse entre valles, y cuando sale de su ambiente vegetal necesita el aire acondicionado; y que la España que está por debajo de la línea de los olivos, que señala con precisión la frontera Sur de Europa, hasta Turquía, tiene menos tendencia a nacionalizarse y respira, cómo lo diría yo sin molestar a los colegas del higrómetro disparatado, un aire más perfumado, desfronterizado, relajado y cosmopolita.

No se trata de recomendarle a Zapatero, nacido justamente en el límite del roble y el olivo, que incremente en las tierras vascas, catalanas y gallegas el cultivo olivarero, mucho más zen que el bosque de la rama dorada, sino de que, por Dios, tengamos siempre presente a la hora de crisparnos como sólo aquí nos crispamos por estas cuestiones atmosféricas que existen en este país dos maneras muy distintas de respirar y que por estas fechas se agudizan los problemas de claustrofobia o agorafobia de las dos Españas vegetales.

Son dos respiraciones muy distintas, y la una, personalmente la mía, cuando traspasa esa frontera en su emigración estival hacia el Sur, necesita como el comer las frigorías del aire acondicionado, pero no soporta por más tiempo estar encerrada entre valles, brumas y bosques. Y los pulmones de la España olivarera, acostumbrados a inhalar el balsámico aire mediterráneo, cuando también por las mismas fechas decide emigrar al Norte para fugarse de ese bochorno que tan bien sienta a los castizos del antifederalismo y a los olivos, está igualmente urgida por respirar de otra manera, aunque utilice los caramelos de eucalipto y las rebecas del atardecer para adaptarse a la también exagerada atmósfera norteña y sus criminales relentes.

Lo que está claro es que el clima dual de este país necesita para respirar bien y durante todo el año de dos modelos de aire acondicionado, y a eso se reduce nuestro principal y único problema. Lo curioso, en plena crispación política, es que cuando se acercan las vacaciones (cuando por decreto atmosférico se acaba de repente el estrés político de la temporada, como se acabará dentro de un par de semanas) la España nacionalista de los robles y la bronquitis aguda traspasa con naturalidad y en masa el límite vegetal, al mismo tiempo que en dirección contraria se cruza en la carretera con las interminables caravanas antifederales de la España de los olivos que emigran hacia los nortes federalistas en busca de una respiración mejor. Un modélico reparto español del trabajo de respirar. Fifty-fifty.

Y ese es todo el berenjenal. Un mero problema de aire acondicionado entre esas dos Españas atmosféricas que durante el curso nos cortan el aliento. Aún no está inventado el aparato constitucional que posibilite la doble inspiración, pero por el momento hemos resuelto la contrariedad por nuestra cuenta y riesgo, y funciona a las mil maravillas gracias a esas dos masivas emigraciones interiores del verano español en busca de un respiro distinto.

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