El deber de la palabra
Vaya, por una vez, y sin que sirva de precedente, el mundo parece haberse puesto de acuerdo consigo mismo, por lo que hay que jugar el juego como si todo fuera de verdad: le ha sido concedido el Premio Cervantes a Rafael Sánchez Ferlosio, el escritor total que por serlo ha traspasado hasta ahora todos sus límites, en busca siempre de su propio ser, de su más profunda entidad, siempre gobernado por una norma fundamental: "El deber de las palabras es el de decir la verdad" y ya está todo dicho por los siglos de los siglos, amén, enhorabuena a todos de una vez y que cada palo aguante su vela.
Pues por lo que a él mismo respecta, hace ya tiempo que las recogió todas, hasta el punto de que últimamente se autodenomina como un "ex-critor", ya que no esperó a, tras haber ganado todos los premios de importancia -el Alfanhuí a sus 24 años y el Nadal cuatro después con El Jarama, por unanimidad- y ser considerado como "la gran esperanza blanca" de la novela española de posguerra se embarcó en una empresa narrativa imposible, la de la historia de unas "guerras barcialeas", al tiempo que el mismo rigor en su trabajo le impulsó a reflexionar sobre el mismo, intentando averiguar cuál es la verdadera función de las palabras. De lo primero se nos ha conservado un fragmento asombroso (El testimonio de Yarfoz) y de lo segundo las inauditas y fragmentarias reflexiones de Las semanas del jardín, mientras iba sembrando el panorama editorial de "pecios", o "restos de naufragios" que luego, sin prisa pero sin pausa, ha ido reuniendo en libros inauditos, sobre todo al final, aunque todo ello ya muy alejado de los intentos narrativos del principio, cercando cada vez más a las palabras -atravesando gramáticas e historias sin cuento- para acercarlas cada vez más a su verdadero ser y así hacerles decir siempre la verdad.
(Y un paréntesis, pues creo que los primeros "pecios" los empezó a publicar en el diario donde entonces yo trabajaba -Informaciones-, donde llegaron acompañados por largas cartas firmadas simplemente "Rafael Sánchez", eso era todo y ya quería decir lo suficiente, pues siempre ha sido un enamorado de la prensa escrita, y quizá su mejor crítico, lo que, menos mal, no le ha impedido ser de una independencia absoluta y total).
En los últimos tiempos, desde su retiro extremeño (donde también se le concedió su máximo premio hace un par de años) su obra se ha ido afinando, refinando, reuniéndola en libros cada vez más centrados en sí mismos -tras la dispersión de Ensayos y artículos (que recogía La homilía del ratón, Campo de Marte, Mientras no cambien los dioses nada ha cambiado, El discurso de Gerona y Esas Yndias equivocadas y malditas) y El alma y la vergüenza, también disperso- como La hija de la guerra y la madre de la patria o ese excepcional Non olet, del año pasado. La obra de Sánchez Ferlosio es como la de un jansenista sin Dios, la de un antimoralista sin contemplaciones que funda la ética entre nosotros, lo "políticamente incorrecto" como la única manera de verdadera corrección que nos queda. En su última lección, nos habló de cómo Vespasiano justificó ante Tito la necesidad del impuesto sobre las letrinas, porque el dinero recaudado "no huele", y poco antes, en su célebre "villancico negativo", nos lo había dicho todo, y viene bien para este diciembre igual a todos: "Nazca el niño negativo / nadie, nunca, nada, no". Es una buena ocasión para empezar a hacerle caso de una vez.
Babelia
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