La brutal consistencia de una escritura singular
"El gallo de la veleta, recortado en una chapa de hierro que se cantea al viento sin moverse y que tiene un solo ojo que se ve por las dos partes, pero es un solo ojo, se bajó una noche de la casa y se fue a las piedras a cazar lagartos". Así se inicia el primer libro que Rafael Sánchez Ferlosio publicó en 1951, Industrias y andanzas de Alfanhuí. Desde entonces no han dejado de aparecer diferentes obras suyas, muchas separadas una de la otra por largos periodos de silencio, y todas ellas han surgido marcadas por la impronta de un estilo único, a contracorriente de las modas, determinadas por la fuerza de una escritura que no tiene parangón en las letras españolas de las últimas décadas.
Novelas, ensayos y pecios. Cada obra se parece muy poco a la anterior
Cuando Gonzalo Hidalgo Bayal, uno de los escritores que mejor conoce a Ferlosio, se ocupaba de él en uno de los artículos que le dedicó la revista Archipiélago en 1997, decía que "los diccionarios de literatura portátiles" habían encontrado una fórmula cómoda para resumir su trayectoria explicando, tras encuadrarlo "en la sección madrileña de la generación de medio siglo", que Ferlosio era finalmente "autor de novelas, autor de ensayos, autor de pecios". Comentaba después que, por la propia idiosincrasia del personaje, le había acompañado "la leyenda del inédito, la mitología del silencio", con lo que aludía así a toda una serie de libros que Ferlosio llevaba preparando hace tiempo, que no había publicado aún, en los que trabajaba infatigablemente.
Novelas, ensayos y pecios. El problema de contar la bibliografía de Ferlosio es que cada obra se parece muy poco a la anterior, no parece haber continuidad entre unas y otras, como si cada cual surgiera a partir de unas preocupaciones concretas, les diera respuesta, y a otra cosa. Su primera novela seguía los pasos de Alfanhuí, iba de un lado a otro, daba cuenta de las aventuras que pasaba, como si acompañara al personaje para descubrirle al lector un nuevo mundo. Una inmensa capacidad de fabulación para revelar un mundo raro. Pero luego llegó El Jarama, que apareció en 1955, y que no era nada más que la crónica de una excursión de un grupo de amigos al río, que retrataba con minuciosidad la época de entonces. Con una técnica nueva, toda ella salpicada de diálogos, terminaba por ser la radiografía de un momento muy concreto. Esa historia donde abunda la alegría y que luego se quiebra con un accidente pasó a formar parte de la historia de la literatura española del siglo XX. Y entonces ocurrió que Ferlosio cambio de dirección, y no volvió a practicar la narración en sentido estricto hasta que aparecieron, en una colección juvenil, El huésped de las nieves, en 1982, y El escudo de Jotán, en 1983. En 1986, apareció El testimonio de Yarfoz, su última novela hasta el momento. Otro registro, otras preocupaciones. Creaba allí un universo imaginario, del que facilitaba una detallada cartografía, y se embarcaba en la tarea de narrar las peripecias de un atípico héroe cuando se enfrenta, por encargo de Nébride, príncipe de la ciudad, a las tareas de desecación de las tierras pantanosas y a la canalización del río Dul.
Para entonces, el Ferlosio novelista se había ya convertido en el Ferlosio ensayista. Lo hizo en 1974, con la publicación en dos entregas de Las semanas del jardín, donde abordaba a través de su original escritura, cargada de resonancias y de quiebros e infatigable en su persecución de cada uno de los matices de los asuntos que trataba, una gran variedad de cuestiones, que iban del análisis de las técnicas y recursos de diferentes disciplinas, para entender cómo se estructura la narración en cada uno de esos campos, a una serie de trabajos donde se ocupaba de cuestiones lingüísticas, una de las obsesiones que han acompañado a Ferlosio desde entonces.
Llegó entonces el silencio, y empezó la leyenda que rodea al escritor. Su obsesión por la perfección, su afán por evitar el barullo del presente con su galería de apariencias banales, sus manías, su carácter atrabiliario. En 1986, al mismo tiempo que aparecía El testimonio de Yarfoz, Ferlosio desencadenó la borrasca y publicó otros tres títulos: La homilía del ratón; Campo de Marte. 1. El ejército nacional y Mientras no cambien los dioses, nada ha cambiado. Cuatro títulos que resumían la variedad de sus preocupaciones, que él no se ha cansado de repetir que se reducen en realidad a un puñado muy limitado de asuntos. La homilía... rescataba sus artículos que había ido publicando en distintos medios. Valgan algunos títulos para recordar sus preocupaciones: 'Situación límite: ¡Ultraje a la paella!', 'Rabiosamente español', 'Naranjito a caballo', 'Wojtyla ataca de nuevo', 'Argentina y los muertos sin adiós', 'La teoría homeopática del deporte'... Muchos de ellos habían aparecido en EL PAÍS.
En 1992, dos volúmenes reunían sus Ensayos y artículos, la mejor introducción a la totalidad de su obra, y en 1993 aparecía Vendrán más años malos y nos harán más ciegos, una selección de pecios, esas píldoras en las que Ferlosio condensa su sabiduría y que sirve como un inmenso latigazo para sacudir los tópicos y las mentiras establecidas. "Prohibido terminantemente, de una vez por todas, que se me cuenten experiencias o sensaciones nuevas". "Moral moral, la única que querría ya tener a estas alturas es la del Alcoyano". "El que quiera mandar guarde al menos un último respeto hacia el que ha de obedecerle: absténgase de darle explicaciones".
Con Esas Yndias equivocadas y malditas, Ferlosio hizo en 1994 su particular aportación a las celebraciones del descubrimiento de América, subrayando que aquello más que un "encuentro" fue un "encontronazo". Luego en 2000, con El alma y la vergüenza volvió sobre sus preocupaciones lingüísticas y reunió además otro puñado de artículos sobre asuntos diversos, recurso que volvió a utilizar en 2002 con otra selección de textos, La hija de la guerra y la madre de la patria, y en 2004, con Non olet, el último de sus libros publicados y en el que trata sobre todo de cuestiones pecuniarias: la globalización, el mercado de trabajo, la publicidad, la cultura del ocio.
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