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III CONGRESO INTERNACIONAL DE LA LENGUA ESPAÑOLA

La creatividad de los hablantes marcará los futuros derroteros de la lengua

El debate sobre la internacionalización del español confirma su actual buena salud

Con una lección magistral de Enrique Krauze se inició ayer la tercera y última de las secciones del congreso, Español internacional e internacionalización del español, que aborda las cuestiones más urgentes, los desafíos inmediatos y los peligros que acechan a nuestro idioma en estos tiempos de globalización, de crisis política y de guerra. Una mesa redonda que coordinó el periodista José Claudio Escribano y que reunió a Alfredo Bryce Echenique, Francisco de Bergia, Julio María Sanguinetti, Juan Luis Cebrián, Federico Reyes Heroles y Roberto Fontanarrosa.

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La última sesión plenaria del congreso permitió establecer el muestrario de problemas que tiene el español en el mundo actual, diagnosticar su energía, levantar acta de sus deficiencias. Las industrias del español, su posición en un mundo dominado indiscutiblemente por el inglés pero en el que no deja de crecer, sus carencias en el universo de la ciencia y la tecnología, su débil presencia en la Red, las estrategias que poner en marcha y afinar para tener cada vez más peso como lengua de comunicación internacional y su presencia en los foros diplomáticos fueron algunas de las cuestiones que surgieron en uno de los debates más ágiles y sugerentes de cuantos se han realizado en los últimos días.

Inició la ronda Francisco de Bergia, director general adjunto al presidente de Telefónica, que se mostró optimista respecto al futuro del español aunque hizo autocrítica: no ha conseguido imponerse en la Red. "El futuro del español dependerá del peso social y, sobre todo, cultural de la población hispanohablante. Es imprescindible su propia fuerza expansiva". Bergia destacó como muy importante el proceso de aprendizaje del español en Brasil, en el que deberán "volcarse con todas sus fuerzas las instituciones públicas y las empresas privadas".

"Remontar el Orinoco es como remontar el tiempo". Juan Luis Cebrián recogió la observación de Alejo Carpentier para iniciar su intervención y señalar cómo el mundo latinoamericano actual sigue siendo un crisol de edades, de etnias, de culturas, de sensibilidades. Lo que consigue superar ese barullo caótico en que se mezclan tantas cosas es la palabra, la lengua. Y la lengua española goza de una extraordinaria salud.

Fue entonces cuando disparó un arsenal de argumentos para demostrar que el español no es una lengua amenazada. Empezó por Miami, y la fuerte instalación de un bilingüismo en la zona frente a la asimilación del hispano por la marea del inglés; habló de la pujanza de la minoría hispana en Estados Unidos (40 periódicos, 300 semanarios, 3 canales de televisión, miles de emisoras de radio) y recordó cómo la fuerte entrada de mexicanos en el vecino del Norte le llevó a Carlos Fuentes a hablar de una "reconquista pacífica, pero consistente".

Cebrián habló también de los retos pendientes (su débil presencia en Internet) y alertó sobre un grave riesgo: "No se trata de educar a las nuevas generaciones en las nuevas tecnologías, sino educarlas con ellas". La globalización y su amenaza a la diversidad fue otro de los puntos que abordó, pero reclamó sentido común y apertura de miras. Hay que luchar contra los barbarismos, hay que establecer con precisión la norma y velar por su cumplimiento, pero la historia de la creación de las lenguas es la del mestizaje. Toda lengua es violada y penetrada. Los que la hacen no son las instituciones, sino los hablantes.

"El castellano del siglo XXI será lo que los latinoamericanos quieran que sea", afirmó Cebrián. También dijo que España podía aportar mucho, pero que era el empuje y el crecimiento de los hablantes latinoamericanos los que marcarían las trazas de la lengua en el futuro. Destacó el trabajo de las academias a la hora de consensuar la norma, indicó que la eficacia del Instituto Cervantes pasa por su internacionalización, reclamó un intenso diálogo con Brasil y explicó que había que estar muy atentos con la situación del spanglish.

El escritor mexicano Federico Reyes Heroles, por su parte, señaló que "el lenguaje está al servicio de la vida" y que, por tanto, los hablantes "salen a la caza de las palabras del otro" por diversos motivos. Porque esas palabras expresan lo nuevo, lo desconocido (microchip); porque esas palabras dicen las cosas mucho más rápido en un mundo que va muy rápido; porque a veces ignoramos y desconocemos nuestra propia lengua para nombrar la variedad del mundo. Habló de la necesidad de precisión, del peligro de indefinición y criticó la falta de apoyo al español en terrenos como los de la ciencia y la filosofía.

La participación de Roberto Fontanarrosa, sobre las malas palabras, marcó un oasis de risa en la sesión, y enseguida Alfredo Bryce Echenique comentó que hablar del español internacional es una entelequia. Contó que cuando se utilizan medios que llegan a mucha gente, cada hablante de la lengua busca una franja de la misma que sea inteligible. Habló también de la rapidez de la exportación de los neologismos y de la rapidez de importación de los mismos, y advirtió que a veces tanta velocidad los lleva a una vida efímera. La palabra sputnik se adaptó instantáneamente, pero las nuevas generaciones ya ni saben lo que designa. El escritor peruano terminó contando cómo Victor Hugo tuvo que abandonar el español que aprendió en su infancia (que reservó para registrar su vida afectiva) para adoptar el francés y ser universal. Evidentemente, hoy no le ocurriría lo mismo.

Cerró Julio María Sanguinetti, periodista, escritor y dos veces presidente de Uruguay, haciendo un recorrido por las globalizaciones, la española, la del imperio británico y la que está en marcha hoy, destacando, sin embargo, cómo la eclosión de la cultura latinoamericana de los años sesenta sirvió para revitalizar la identidad.

De izquierda a derecha, Alfredo Bryce Echenique, Francisco de Bergia, Julio María Sanguinetti, José Claudio Escribano, Juan Luis Cebrián, Federico Reyes Heroles y Roberto Fontanarrosa<i>.</i>
De izquierda a derecha, Alfredo Bryce Echenique, Francisco de Bergia, Julio María Sanguinetti, José Claudio Escribano, Juan Luis Cebrián, Federico Reyes Heroles y Roberto Fontanarrosa.EFE

El efecto terapéutico de las palabrotas

"En Rosario hay bellas mujeres y buen fútbol: ¿qué más puede ambicionar un intelectual?". Con esas palabras inició el escritor Roberto Fontanarrosa su disquisición sobre las malas palabras. "¿Por qué son malas? ¿Les pegan a las demás palabras, les hacen daño? ¿O son de mala calidad, se gastan más pronto? ¿Son malas porque están reñidas con la moral? Pero, entonces, ¿quién es el que las define como malas palabras?".

El escritor rosarino, cuya fama procede sobre todo de sus trabajos como dibujante, fue interrumpido, una y otra vez, por las carcajadas del respetable. No se inmutó. Quiso plantear preguntas, dijo, no hacer ninguna teoría.

"¿Quién define lo vulgar?", ésa era la cuestión. Pero es que hay malas palabras que son magníficas, dijo Fontanarrosa, y habló de carajo. "Es el lugar donde se colocaba el vigía en lo alto de los mástiles del barco (de ahí la expresión: vete al carajo), pero es que hay también unas islas que se llaman Carajo. ¿Por qué, entonces, su estigma?".

Fontanarrosa comentó que la fuerza de pelotudo está en la t, y la de mierda en la r. "Igual la debilidad de su revolución viene de que los cubanos sólo saben decir mielda, que suena a chino". Defendió, en fin, "la fuerza terapéutica de las malas palabras" y pidió que se les conceda una amnistía para que pasen tranquilas las navidades.

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