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Reportaje:III CONGRESO INTERNACIONAL DE LA LENGUA ESPAÑOLA

El río, la pampa y una explosión de cultura

El aire de puerto y una estirpe de músicos y autores marcan la ciudad donde nació el Che

Quienes han crecido en ella hablan de Rosario como de una de esas novias que no se olvidan. La llenan de adjetivos - "dinámica", "mágica", "inquieta"- y recuerdan que, hijos de una ciudad nunca fundada que se armó por prepotencia de vida, apilando sueños y casas, a los rosarinos (1.011.642 almas, según el Ayuntamiento, que data de 1852) les ha quedado en la sangre el tic de reinventarse un poco cada día.

Los mapas cuentan que Rosario se encuentra al sur de la provincia de Santa Fe, a 300 kilómetros de Buenos Aires y a 550 del mar. La falta de fundación explica la ausencia de un Cabildo hispánico entre los edificios históricos de la ciudad, pero se compensa con otros timbres libertarios, pues fue en las barrancas de su río, el Paraná, donde Manuel Belgrano izó por primera vez la bandera argentina en 1812. Gesto que conmemora un monumento hacia el cual peregrinan religiosamente (o amenazan con) los presidentes argentinos cada 20 de junio.

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A estos datos y a las esquirlas de la crisis económica de 2001 los lugareños suman anécdotas que ponen picardía a la postal. Recuerdan que es la ciudad en donde nació el mítico Ernesto Che Guevara (aunque vivió pocos meses en ella); que allí hizo sus primeros palotes como actor Darío Grandinetti, muchos años antes de llorar a lagrimal batiente dirigido por Pedro Almodóvar en Hable con ella, y que también en Rosario debutó como futbolista Jorge Valdano, en las inferiores del Newell's Old Boys, antes de venir, ver, vencer y... partir del Real Madrid.

Cuna de cantantes, compositores y rockeros (Fito Páez, Jorge Fandermole, Juan Carlos Baglietto, Rubén Goldín y Silvina Garre, entre otros), que se lanzaron a conquistar Buenos Aires en los años ochenta, tras la dictadura militar, la ciudad -como Nueva York o Chicago- tiene su canción.

Tema de Rosario, casi un himno compuesto por Lalo de los Santos en 1983, sintetiza su idiosincrasia de urbe moderna y su paisaje de bohemia fluvial cuando insiste: "Rosario es de mercurio en la avenida, / es un viento que peina palmeras en el bulevar / y en el centro es la mesa de un bar que añora al poeta / cuyo vuelo a menudo se estrella / en un suelo industrial". Esa generación de jóvenes músicos justificó el nombre de "nueva trova rosarina" y muchos de sus acordes llenaron los recitales que festejaron la democracia recuperada.

Quien llegue a Rosario no puede ignorar dos datos que forman parte de su cultura callejera. Su clásico de fútbol que enfrenta al Ñuls (versión cariñosa de Newell's Old Boys) y al Rosario Central, y la eterna puja que mantiene con la universitaria Córdoba por el segundo puesto entre las ciudades argentinas (una pulseada que dirimen las estadísticas y que por ahora ganan los cordobeses).

Otra parte esencial de la arqueología urbana es el histórico barrio de Pichincha, frente a la vieja estación de trenes de Rosario Norte (hoy, una zona de restaurantes de cocina de autor y pubs de moda), en el cual a principios del siglo XX, rufianes y señores se codeaban en el Chantecler o en el Madame Safo, dos de los prostíbulos de lujo de la ciudad, donde corrían la juerga, la trata de blancas (francesas, eslovenas, polacas, rusas...) y el champán caro.

El aire enrarecido de esa zona prostibularia ha quedado en la historia de la literatura argentina como la ocasión de un famoso caso de impostura. En 1926, Editorial Claridad publicó Versos de una..., libro firmado por una tal Clara Beter, a quien el editor, Elías Castelnuovo, definía como "la voz angustiosa de los lupanares". El libro se convirtió en un bestseller y, conmovido por los poemas, no faltó quien dirigiera a esta mujer sin rostro propuestas matrimoniales. Poco después se supo que ella era un él: el escritor (y bromista) César Tiempo.

La buena racha y el boato se cortaron al llegar los años treinta, pero la actividad de los bajos fondos rosarinos, con suerte dispar, cruzó el siglo XX. Algunos de sus personajes se convirtieron incluso en iconos de la ciudad y rozaron la leyenda urbana. Ése fue el caso de Rita la Salvaje, reina de la noche y el cabaret de los años sesenta y setenta, tiempos de striptease sin glamour, que ha inspirado películas, reportajes periodísticos y uno que otro homenaje.

El humor argentino de exportación tiene sucursal en Rosario. Roberto Fontanarrosa, padre de Inodoro Pereyra y de Mendieta, su perro parlante, nació y vive allí. Rosarino era también el Negro, Alberto Olmedo, uno de los cómicos de cine y TV más populares de Argentina, de final trágico y popularidad sin mengua. A la música y las risas se unen los nombres de los escritores rosarinos de origen o por adopción: una seguidilla de talentos que incluye, entre otros, a los narradores Angélica Gorodischer (1929) y Elvio Gandolfo (1947) y a la poeta Mirta Rosenberg (1951).

La ciudad cuida con celo ese linaje de letras. Ayer, por ejemplo, cuatro días antes del comienzo del III Congreso de la Lengua, se clausuró el XII Festival Internacional de Poesía, en el cual han participado casi 60 poetas de todo el globo, una saludable tradición iniciada en 1993.

El Paraná ("padre de las aguas" en guaraní) conoce a Rosario mejor que nadie. Enamorados de su río, que regala no sólo playas en la Florida, sino también pescados de película (dorados, bogas y surubís) para quienes quieran descansar del argentinísimo bife de chorizo (un filete tamaño familiar), los rosarinos disfrutan de los deportes acuáticos y alardean de Alberto Demiddi, el mejor remero del país, hijo adoptivo de la ciudad tres veces olímpico y medalla de plata en los Juegos de Múnich 72.

Rodeado de algunas de las tierras más productivas de la pampa húmeda, el puerto de Rosario ha marcado la vida de la ciudad, que en las primeras décadas del siglo XX competía por el volumen de sus exportaciones de cereales con algunas ciudades estadounidenses. De esa época data el orgulloso rótulo de "la Chicago argentina"; de ésta, la curiosidad gastronómica de ser el único rincón del país (¿del mundo?) en el cual el sándwich mixto, llamado carlitos, se hace con ketchup.

Cientos de personas rodean el Monumento a la Bandera en Rosario con una bandera de mas de 9.000 metros confeccionada con telas procedentes de distintas partes de Argentina durante el Dia de la Bandera celebrado en junio.
Cientos de personas rodean el Monumento a la Bandera en Rosario con una bandera de mas de 9.000 metros confeccionada con telas procedentes de distintas partes de Argentina durante el Dia de la Bandera celebrado en junio.AFP
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