Virtuosismo y precisión
La sorpresa por el nombramiento del Comité del Premio Nobel ha sido mayúscula: Elfriede Jelinek no era precisamente uno de los nombres barajados como favoritos, aunque sí se apuntaba a una mujer. Por un lado, porque hacía sólo cinco años que un autor de lengua alemana, Günter Grass, había sido galardonado y, por otro lado, porque la escritora austriaca, afamada por sus decididas posturas políticas, se sitúa más bien al margen de la cultura oficial de su país.
Jelinek pertenece, como Thomas Bernhard o Peter Handke, a esta estirpe de escritores que tanto en su obra como en sus afirmaciones públicas denuncian la presencia del neofascismo, los abusos de poder de la Iglesia católica y la moral hipócrita de su patria. Pocas personalidades han irritado tanto a la opinión pública como Jelinek. Después de que ganara el partido del ultraconservador Jörg Haider las elecciones del 2000, la autora prohibió la representación de sus obras en los teatros austriacos. Merecedora de todos los premios literarios alemanes importantes, en Austria, sin embargo, no goza del reconocimiento oficial que le corresponde por su calidad literaria, sino que es despachada habitualmente en el apartado del feminismo radical.
La identidad de la mujer, la violencia de género, el olvido del pasado nazi... son los temas en los que está centrada su obra
Y, efectivamente, la identidad de la mujer, la explotación del cuerpo femenino, la violencia de género, a la vez que el olvido del pasado nazi y los fenómenos de masas son los temas en los que está centrada una obra que se ha ido desarrollando paralelamente entre el teatro y la narrativa. Desde que, en 1975, se dio a conocer con la novela Las amantes, una respuesta mordaz a la novela rosa a través de las tristes aventuras amorosas de dos costureras industriales, Jelinek se ganó un público lector cada vez más numeroso y se aseguró el fervor de la crítica. El virtuosismo y la precisión de su estilo están contrastados por las agresivas faltas de buen gusto con las que la autora adapta y parodia el lenguaje de los medios, de las series de televisión o del sexo comercial. Las historias de sumisión o sublevación, protagonizadas por obreras, artistas y muertas vivientes se mueven siempre al filo de la experiencia cotidiana, pero adquieren su dimensión grotesca por la mirada fría y burlona que les devuelve la realidad en la que se mueven torpemente. "No me empeño en crear personajes redondos con sus fallos y debilidades, sino polémica, fuertes contrastes; una especie de técnica de grabado en madera. Se diría que doy hachazos para que no quede nada donde han pisado mis personajes".
Con La pianista, novela publicada en 1983 y llevada al cine en 2001 por Michael Haneke, Jelinek conquistó definitivamente la fama internacional. Una relación simbiótica madre-hija es el punto de partida de esta inquietante indagación en los mecanismos de la represión sexual. En El ansia (1989), su libro más polémico, por su contenido supuestamente pornográfico, presenta una sátira mordaz sobre el sexo en los años del sida, parodiando los campos de ejercicio de la pornografía y del sexo matrimonial en la figura de un ama de casa que despierta a sus deseos. En su gran novela-ensayo Die kinder der toten (Los hijos de los muertos, 1995), entre la alegoría barroca y el análisis lúcido de un trauma histórico, entona un canto fúnebre para las víctimas del fascismo.
Nacida en 1946 en Mürzzuschlag, Elfriede Jelinek eligió originalmente la carrera musical al estudiar composición en el conservatorio de Viena, donde se graduó como organista. Su primera publicación fue el tomo de poesía Lisas schatten (La sombra de Lisa, 1967). Aparte de numerosas piezas de teatro y novelas, su obra abarca ensayo y traducción (ha traducido a Thomas Pynchon al alemán). En España se conocen sólo las tres novelas de los años ochenta -Los excluidos (Mondadori, 1992), La pianista (1993) y El ansia (Cátedra, 1993)-, aparte de algún texto suelto, como la diatriba contra Haider en la revista internacional Autodafé (número 1, 2000) con el título en francés En avant pour l'image, la jolie innocente image.
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