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ADMINISTRACIÓN

El sello con ADN se emplea en algunos bancos privados argentinos

El laberinto concéntrico que forman las huellas digitales, esas curvas, cortes y señales que resultan únicos en cada persona, según comprobó en 1891 el policía argentino Juan Vucetich durante la investigación de un crimen, puede ser fijado ahora sin entintar los dedos de los ciudadanos. Se conserva inviolable, contiene restos de ADN y se lee como un código de barras con un programa especial insertado en los ordenadores.

Más de un siglo después de aquel descubrimiento, otro argentino, Eduardo Salva, ha empleado ocho años en descubrir el "polvo revelador" para mejorar el sistema de sello que permite tomar la ahora llamada "huella orgánica". El sello, que lleva el nombre comercial de DigiFirma, tiene patente mundial y certificado ISO 9001, despertó el interés del Gobierno argentino.

Un secretario del presidente Néstor Kirchner pidió a la Secretaría de Seguridad Interior y a otras dependencias del Ejecutivo que realicen pruebas experimentales, y luego informen sobre los resultados habidos.

Si en los hechos funciona, la llamada "corrupción estructural" de la Administración pública argentina podría ser reducida casi a cero. Ya no seguirían cobrando sus pensiones los muertos, ni votarían en las elecciones, ni cobrarían salario los empleados que no trabajan a diario, ni serían tan sencillos los fraudes de todo tipo con los documentos falsos.

En las acciones privadas, ningún estudiante podría rendir examen por otro, ni se falsificarían certificados, se reduciría la evasión de impuestos, la falsificación de tarjetas de crédito, de facturas y las estafas con talones sin fondos. No se atendería a personas no afiliadas a las obras sociales o servicios de medicina prepago y se podría comprobar la identidad en cualquier trámite.

El sistema de toma de la huella orgánica funciona de un modo sencillo, es limpio y portátil: cada sello, que puede ser numerado para mayor control, tiene el tamaño de una tarjeta personal de presentación, cinco centímetros de ancho por tres de alto.

La huella orgánica se pega sobre el documento, talón o superficie sobre la que se vaya a usar y se levanta la solapa protectora. El dedo se pasa sobre un papel negro que contiene el polvo revelador desarrollado por Salva, luego se apoya sobre la base adhesiva. La solapa se pega nuevamente y recubre la huella impresa, que resulta así inviolable y tiene una garantía de conservación de 20 años.

El colegio de auditores de la provincia de Córdoba, donde reside Salva, probó y verificó la eficacia del sistema. El departamento de policía científica confirmó que, efectivamente, además de la huella digital, el sello conserva el ADN de la persona. Salva concedió a un empresario de Buenos Aires, Víctor Paz, los derechos exclusivos de comercialización por 20 años. El producto se utiliza ya en bancos privados, se ha exportado a Brasil y un grupo español se ha interesado por los derechos de representación en Europa.

Mientras tanto, Salva está ya "tratando de reinventar" otra realidad. Recluido en La Cumbre, una villa del circuito turístico de las sierras de Córdoba, no deja idea sin registrar, revisar o patentar. El año pasado observó que si alguien iba a su casa en su ausencia, él no tenía forma de saber quién era ni de avisarle de a qué hora regresaría. Entonces asoció inventos y desarrolló la "grabadora de mensajes" para timbres de portal, que puede ser utilizada en casas, pisos y edificios de oficinas o apartamentos.

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