Los rebeldes entran en Puerto Príncipe ante la mirada de los 'marines'
La soldadesca insurgente y decenas de civiles celebran el nuevo orden que se inicia en el país
Los marines ocuparon ayer el Palacio Nacional, sede de la presidencia haitiana, y los centuriones Guy Philippe y Louis-Jodel Chamblain fueron aclamados como caudillos libertadores por el jubileo que colmó la principal plaza de una nación todavía anárquica y sin vertebración institucional. La infantería norteamericana impidió la entrada en palacio de los jefes rebeldes. El magistrado Boniface Alexandre, presidente interino, e Ivon Neptune, primer ministro del depuesto Jean Bertrand Aristide, trabajan con la comunidad internacional y la oposición para encarrilar la transición. Probablemente, un consejo de notables les ayudará en su tarea.
El chaval que sostenía una rata muerta por el rabo al tiempo que maldecía al presidente huido, comparándolo con el roedor, simbolizaba la satisfacción de los miles concentrados en la plaza del Palacio Nacional, en cuyas escalinatas y jardines montaban guardia los marines y policías haitianos. La marabunta en vítores, embebida de soflamas patrias o cazalla, reemplazó a las desesperadas partidas de chimeres que un día antes asolaron la capital clamando venganza. Varias residencias opositoras fueron dejadas en los huesos por esas hordas, ayer en retirada pese a la intermitencia de choques y tiroteos y el asesinato de tres personas. El domingo murieron cerca de diez.
"¡Voló, voló. Aristide voló!", gritaban grupos de jóvenes en las calles y barrios de Puerto Príncipe, a bordo de vehículos con tremolantes banderas y dondequiera que las emociones de los manifestantes fueran requeridas por la prensa. "¡Libertad, libertad!". Complacida, la soldadesca rebelde observaba la exaltación desde la principal comisaría de policía de Puerto Príncipe, a un costado de la casa de Gobierno. Un total de 200 marines, la avanzadilla de los 2.000 previstos, y los primeros 50 soldados franceses, todos pertrechados con un arsenal de fusiles y de agua mineral, tomaron el aeropuerto internacional, embajadas, residencias y puntos neurálgicos o susceptibles de ser atacados.
"Queremos compartir la alegría con el pueblo", repetía Gilberto Dragón, ayudante del comandante Philippe. El pueblo haitiano siguió las celebraciones con alegría, alivio, expectación o incertidumbre porque la sucesión de fracasos y de déspotas no permite abrigar demasiadas esperanzas sobre el desempeño de los sucesores de Aristide. Y en la brega por la difícil supervivencia, hileras de capitalinos buscaban agua y víveres, y otros ofrecían a la venta parte del botín de los saqueos: desde uniformes a cargadores de teléfonos móviles robados en la vaciada comisaría de Petión Ville. La mansión del ex presidente también fue asaltada y en su jardín quedó varado un piano de cola.
La desmoralizada policía que apenas defendió su permanencia, patrulla de nuevo. Algunos pelotones recobraron el ánimo, pero otros cumplían el servicio con el espíritu de combate de un funcionario de catastro.
Sirenas y bocinazos
Los sublevados en armas llegaron a Puerto Príncipe en seis furgonetas, anunciándose con sirenas y bocinazos, y su recorrido hasta Campo de Marte, junto al Palacio Nacional, fue escoltado por los vivas y ovaciones de quienes vilipendiaban al depuesto presidente. "¡Guy Philippe, Guy Philippe!".
El insurrecto se reunió con la oposición política para discutir sobre su futuro, mientras la fuerza de paz internacional invitará al desarme de sus milicias a fin de pacificar el país y facilitar la formación de un Gobierno que hilvane una cierta normalidad y convoque elecciones.
El futuro de esta nación antillana de ocho millones y medio de habitantes, más del 80% pobres o míseros, es hoy tan sombrío como lo fue hace dos siglos, cuando nació como primera república negra de América. "Aristide nunca entendió que los pobres que lo apoyaron querían un cambio, una vida mejor que nunca les dio", según el epitafio del novelista haitiano Lyonel Troull.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.