El embajador de EE UU organizó la salida de Aristide y Powell gestionó su exilio
El presidente depuesto asegura que ha sido víctima de un "golpe de Estado"
Al atardecer del sábado, Jean Bertrand Aristide, acorralado pero todavía presidente de Haití, claudicó ante los demás y ante sí mismo haciendo lo impensable en un hombre de su altanería política: mandar un emisario a la Embajada de Estados Unidos mendigando que le facilitaran la salida. En la carta al embajador James Foley preguntaba si le podían garantizar su seguridad y si podía elegir dónde exiliarse con protección de Washington. Ayer, en una entrevista con CNN desde la República Centroafricana, el presidente depuesto aseguró que había sido secuestrado y que era víctima de un "golpe de Estado".
Rumsfeld tildó de ridícula la versión del secuestro. Lo que Aristide sí le dijo ayer a los congresistas Charles Rangel y Maxine Waters es que EE UU le había dado "finalmente el golpe de Estado que llevaba tiempo planeando". El presidente depuesto reiteró desde la República Centroafricana, donde espera para conocer su destino definitivo, que ha sido víctima de un "golpe de Estado". La congresista Waters declaró a varios medios de comunicación lo mismo que había adelantado a EL PAÍS la semana pasada: que el subsecretario de Estado Roger Noriega y la CIA habían orquestado el derrocamiento de Aristide. La Casa Blanca lo negó rotundamente.
En las últimas horas de Aristide en el poder, el ex cura salesiano buscó la ayuda del mismo país que había resucitado su presidencia en 1994 tras un golpe de Estado tres años antes. Fue una rara oportunidad política que utilizó para deslizarse por una pendiente autocrática y corrupta, de la que, al final, EE UU le han pasado factura.
La respuesta de la embajada al cuestionario que le había pasado Aristide fue rápida. Su suerte estaba echada desde la mañana del sábado, cuando la asesora nacional de seguridad, Condolezza Rice, convocó desde Camp David una reunión por teleconferencia con el vicepresidente, Dick Cheney, el secretario de Estado, Colin Powell, y el de Defensa, Donald Rumsfeld, en la que decidieron presionar a Aristide abiertamente. Así lo hicieron mediante un comunicado en que le culpaban de la crisis.
Hacia las 23.00, el embajador Foley le llamó para comunicarle que el Gobierno de George W. Bush consideraba su situación "insostenible", según declaró un alto funcionario al periódico The Washington Post. Con respecto a sus inquietudes, Foley le dijo que le garantizaban la seguridad, en el sentido físico y legal, y le ofreció un avión militar de EE UU para sacarle del país. Aristide hizo una pausa en la conversación para consultar con su mujer, Mildred Trouillot, e inmediatamente aceptó: "Estoy listo". A las 6.15 abordaron el avión rumbo al exilio. Fue el propio Powell el que buscó un país que le acogiera. Una semana antes Aristide había aceptado una propuesta para compartir el poder que le habían trasladado el subsecretario de Estado de EE UU para Latinoamérica, Roger Noriega, y funcionarios de Francia, Canadá y la OEA.
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