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Reportaje:UN PROYECTO EUROPEO

Europa pone a dieta el consumo de fármacos

En Francia, Italia y España el gasto en genéricos sólo ronda el 5% del total en medicinas

El doctor Guido Tersili ha muerto. Y tampoco está Alberto Sordi, el actor que le prestó el gesto astuto, la voz cautivadora, los movimientos sinuosos. Pero, sobre todo, es su mundo el que ha desaparecido; ese universo paralelo de la incompetencia, de la visita médica por teléfono, de las recetas pródigas, de la despreocupada Sanidad del Estado -a la italiana, pero no sólo italiana-, de todo lo que un famoso filme del gran cómico convirtió en paradigma: El médico de la Mutua.

Hoy, la música es muy diferente. Las cuentas de la Seguridad Social conocen fuertes déficit en toda Europa. Los manejos para reducir gastos son drásticos y siempre impopulares. Y las primeras estrecheces se notan en los gastos en unas medicinas que en otro tiempo se prescribían con la ligereza de quien riega de confeti la calle. Las fórmulas para rebajar costos y consumo se han multiplicado. Pero el objetivo es sólo uno: ahorrar. La píldora es cada vez más amarga. Para los Gobiernos que han de recortar urgentemente presupuestos; para los médicos que han de recomendar una terapia no sólo teniendo en cuenta la sustancia que recetan, sino la lista de precios; pero, sobre todo, para los pacientes, obligados a hacer frente a la enfermedad con ojos de preocupación y la mano en la cartera.

En España los gastos en farmacia han crecido un 12,19% en el último año
La contención de costes tiene mucho que ver con el consumo de los llamados genéricos
Las cuentas de la Seguridad Social conocen fuertes déficit en toda Europa
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La última señal de alarma viene de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE). "El elevado costo ha hecho crecer la partida destinada a medicamentos en numerosos países", escribía el mes pasado la publicación del organismo Observer. Las cifras así lo prueban. En el periodo 1990-2001, los gastos de farmacia per cápita en Alemania aumentaron el 17%; en Italia, el 28%, y en Francia, el 63%. Los países de la UE destinan a ese capítulo entre el 10% y el 20% de los gastos de la Seguridad Social (Francia e Italia alcanzaron el 21% y el 23,3%, respectivamente, en 2001).

Todo el mundo comprende que hay que echar el freno. Grecia, por ejemplo, ha logrado que esa partida bajara del 17% al 14% entre 1992 y 2001. ¿Cómo? Introduciendo una forma de participación de los particulares a la hora de sufragar el costo de las medicinas, que puede llegar hasta el 25%, lo que no obsta para que esa cantidad pueda ser cubierta por una aseguradora privada. Resultados también óptimos para Luxemburgo, que en el mismo periodo ha rebajado costes de un 15% a un 12,1%.

En los países mayores, invertir la tendencia resulta mucho más complicado. Por una cuestión de envergadura, racionalizar y recortar -en sumas que inciden en la vida de decenas de millones de personas- es una operación delicada que pone en peligro el propio funcionamiento del Estado de bienestar sobre el que está edificada la Europa comunitaria. En Italia, el fenómeno es muy visible. En los últimos años, el Gobierno ha distinguido, en primer lugar, entre los gastos de farmacia que el ciudadano debe afrontar con su propio bolsillo y los que la Seguridad Social puede luego reembolsarle, y después ha encargado a los Ejecutivos regionales la tarea de introducir medidas de ahorro. Muchos gobiernos locales han decidido introducir un ticket para cada receta o medicina de marca expedida en farmacia, que es lo que ha de pagar el particular, con el fin de hacerse con tantos prontuarios farmacéuticos como regiones (veinte). La medida ha sido positiva desde el punto de vista económico, pero no ha dejado de producir daños colaterales. La Seguridad Social ha gastado en 2003 un 5,3% menos que el año anterior, pero para muchos italianos eso no ha sido ningún ahorro: las medicinas le han costado al ciudadano 1.500 millones de euros de más, unos 50 euros por familia. Y no es poco cuando la subida general de precios está empobreciendo a las clases medias.

El problema es, además, europeo. En España, los gastos en farmacia han crecido en los últimos 12 meses un 12,19%. Cuando la ministra de Sanidad, Ana Pastor, vio las cifras, comprendió que la revisión de precios, realizada conjuntamente con las empresas farmacéuticas, no bastaba. Y decidió presionar sobre el consumo. Para evitar que una sola píldora se tire a la basura porque ya esté caducada, existe un plan para que los fármacos más corrientes -de antibióticos a analgésicos- se expendan por unidades. El Gobierno espera mucho de la medida, aunque su eficacia esté por demostrar. No cree en ella Isabel Vallejo, presidenta de la Federación de Empresas Farmacéuticas: "El hecho de que las medicinas se distribuyan en dosis individuales no significa que los pacientes no hayan de completar los tratamientos".

Más allá de los Pirineos, el escenario es parecido. En Francia se debate sobre el binomio enfermedad-mutualidades, lo que equivale a decir Seguridad Social. El mes pasado, el ministro de Sanidad, Jean-François Mattei, recibía un informe para la reforma. Y el capítulo sobre los gastos de farmacia era voluminoso, con acento especial en la necesidad de reducir el consumo. Los franceses se atiborran de analgésicos y antidepresivos; tanto, que los consumen entre dos y cuatro veces más que los países vecinos. La idea de base es también introducir un ticket moderador que flexibilice el reembolso de los gastos por enfermedad, que en la actualidad son el 35% de lo abonado en farmacia en el caso de patologías menores; el 100%, cuando se trata de enfermedades que ponen en peligro la vida, y el 65%, en situaciones intermedias. En la práctica, lo que ocurre es que el comportamiento irresponsable del paciente puede castigarse con un ticke

t más caro.

La estrategia de contención de costos tiene mucho que ver con el consumo de los llamados genéricos, aquellas medicinas que se obtienen sin necesidad de receta médica y que pueden llegar a suponer hasta la mitad del costo general en farmacia. Italia ha establecido una lista de medicamentos de referencia cuyo costo es el que la Seguridad Social está dispuesta a reembolsar, y si el paciente quiere medicarse con un producto de marca, ha de abonar la diferencia de precio.

Francia prefiere autorizar a los farmacéuticos a sustituir la medicina recetada por el genérico correspondiente, si está disponible. Las tres naciones latinas están, sin embargo, bastante atrasadas. En España, el mercado de genéricos sólo equivale al 6% del consumo farmacéutico, mientras que Francia e Italia llegan con dificultad al 3%, en Alemania es del 50% y en el Reino Unido, del 40%.

Pero hasta este último país está tratando de poner a dieta el mercado de las medicinas. Las medidas impuestas por el Gobierno de Tony Blair incluyen el ticket para las recetas que ha de servir el National Health System en Inglaterra y Escocia. Y el retoque decisivo se produjo hace dos semanas por un valor de 10 peniques (unos 15 céntimos de euro) que entrará en vigor en abril, al mismo tiempo que los ciudadanos no exentos del pago de las medicinas -por su estrato económico- deberán abonar por cada receta 6,40 libras (unos 9,52 euros). Gracias a ello, el año próximo las arcas del Estado deberán ingresar 687 millones de euros. Pero ¿a qué coste social? Muchos se lo preguntan. "Los pacientes de pocos recursos que no estén incluidos en la lista de excepciones son los que sufrirán más", dice John d'Arcy, presidente de la National Pharmaceutical

Association, que representa a los 11.000 farmacéuticos de todo el país. "Sabemos que el ticket disuade a mucha gente a la hora de adquirir las medicinas que les recetan sus médicos".

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