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PREMIOS PRÍNCIPE DE ASTURIAS 2003

Lula y los arquitectos de las utopías exigen otro mundo

El Príncipe entrega unos premios comprometidos con el futuro y contra la sumisión y la apatía

"Donde habita el amor por la cultura están rotas para siempre las cadenas de la ignorancia, de la oscuridad y del miedo", afirmó ayer en Oviedo Felipe de Borbón después de entregar los Premios Príncipe de Asturias. "La miseria y el hambre no son un fallo técnico y no pueden esperar. Es necesario que la comunidad internacional emprenda la única guerra de la que saldremos vencedores: el combate contra la pobreza y la exclusión social. La vida. La vida y nada más", afirmó, en un discurso maravilloso, Luiz Inácio Lula da Silva, el presidente brasileño. Sus palabras sonaron como un recado a los estadistas que en ese momento se repartían en Madrid la tarta de la reconstrucción de lo poco que queda de Irak.

Don Felipe ensalzó la esperanza que significa Lula, "su gran corazón y el optimismo y la fuerza de sus sueños"
Lula dio la sorpresa al entregar al Príncipe una foto suya dándole el dinero del premio a Kofi Annan
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En Oviedo, el reparto económico ha sido bastante más modesto (50.000 euros por barba), pero en cambio el acto estuvo cargado de valentía: fue un grito de esperanza contra la sumisión, la apatía y la indignidad moral.

Una enorme ovación y un escalofrío recorrieron el teatro cuando el presidente brasileño acabó su discurso brillante y necesario, que recuerda que aún hay gente en el mundo que no se resiste a la muerte de las utopías y que propone alternativas a la dictadura global de las armas y el dinero.

Ésa es tal vez la lectura colectiva de estos premios, porque muchos de los galardonados han hablado a favor del diálogo y la justicia, y han denunciado el escándalo del hambre y la miseria.

Antes de que el volcán Lula pusiera el teatro boca abajo, habían recogido su premio el reportero Ryszard Kapuscinski y el teólogo Gustavo Gutiérrez (Comunicación y Humanidades), la científica Jane Goodall (Ciencia), el filósofo Jürgen Habermas (Ciencias Sociales), las escritoras Susan Sontag y Fátima Mernissi (Letras), el pintor Miquel Barceló (Artes), la escritora J. K. Rowling (Concordia) y el propio presidente brasileño (Cooperación Internacional). A ellos se sumó el pelotón del Tour de Francia, premio de Deportes: Jean-Marie Leblanc, director, más Eddie Merckx, Federico Martín Bahamontes, Jan Jansens, Bernard Hinault, Pedro Delgado y Miguel Indurain, mitos vivos y metáfora de lo duro que es tener el sudor y una bici como únicas herramientas.

Lula ya dio la sorpresa al intercambiar su diploma con el Príncipe por un recibo: una foto suya entregándole el dinero del premio a Kofi Annan. Cuando tomó la palabra con su voz grave y profunda, se paró el tiempo. Denunció los peligros del "absolutismo económico y el fanatismo ciego que ignoran los valores morales que nos unen y nos llevan al futuro". Afirmó que las políticas globalizadoras de los noventa han fracasado y advirtió de que "el progreso no define el destino de la riqueza, y tampoco dispensa el juicio humano acerca de su sentido ético. Al contrario, el abismo entre avance técnico y comportamiento moral es uno de los pasivos dejados por el siglo XX. Y hoy existe una peligrosa acumulación de tensión entre la opulencia, que no se reparte, y la miseria, que no retrocede".

Lula, cuyo programa contra el hambre ha llegado a 1,2 millones de brasileños en 10 meses de mandato, pidió "la reconstrucción de la Organización de Naciones verdaderamente Unidas", "un cambio de la mentalidad cultural para pasar de una sociedad de contrastes a una comunidad justa, fraterna y digna"; que "la democratización del progreso no sea eternamente una promesa futura", y que "la cooperación internacional signifique, sobre todo, la promoción de la equidad entre los Estados". Todo ello, dijo, "no es un designio de la economía, sino de la ética".

Hecho de párrafos muy cortos, el discurso tuvo la mezcla de tensión dramática, pulso ideológico y precisión poética de los líderes que cambian la historia. Su cadencia cálida y su ambición de justicia recordaron a Martin Luther King. Y su manejo de los datos le aleja de toda demagogia: "Las condiciones de vida de los 1.000 millones de personas que luchan por sobrevivir con menos de un dólar al día son hoy idénticas, o peores, que hace 20 años", informó Lula. "La mitad de la población mundial tiene menos de dos dólares por día para sobrevivir, y el 14% de la parcela más rica acapara el 75% de la riqueza material. En 54 países, la renta per cápita es menor que en 1990. En un planeta marcado por el choque entre la desilusión y la indiferencia, ¿qué futuro le espera a la paz?".

La primera en salir al estrado fue la creadora de Harry Potter, que leyó un texto de 25 líneas y defendió sus libros como "altamente morales", aunque su intención, dijo, no es "ni enseñar ni predicar". Luego, se mostró pesimista sobre el futuro: "Quise representar las ambigüedades de una sociedad donde la intolerancia, la crueldad, la hipocresía y la corrupción abundan, para demostrar mejor lo heroico que es luchar una batalla que nunca se ganará", dijo Rowling. Azorada y acelerada, anunció que donará el premio al Fondo para Países en Vías de Desarrollo de la Asociación de Lectura Internacional.

Pero se trata de inventar el futuro, no de negarlo, y, fiel a su tarea de los últimos 40 años, Susan Sontag defendió el poder de la literatura para llegar al pluralismo y acercarse al otro. Sontag pidió una literatura que sea "suma de todo lo que mejora, enaltece y hace más necesaria la actividad literaria", y reivindicó los libros que permanecen, que nos hacen "más receptivos a lo foráneo, a lo que no es 'nosotros'. La literatura como "vocación, utopía y alimento de la conciencia", frente a la literatura que no es más que carrera y mercadería.

Fátima Mernissi empezó diciendo: "¿Por qué tenemos miedo al extranjero? Porque tememos que nos agreda y nos lastime. Todos tenemos miedo al cowboy, porque si un desdichado extranjero se acerca a sus fronteras, automáticamente saca sus revólveres". En contraste, habló del emigrante Simbad el Marino, al que tomó como modelo de "una globalización positiva donde los Estados facilitarían a los ciudadanos las técnicas de comunicación y viaje". Mernissi concluyó con sorna que la financiación no sería un problema: "Transferir el dinero que los cowboys destinan a fabricar armas para espías, policías y soldados a las instituciones que enseñan el arte del diálogo". Al acabar, improvisó una referencia local; dijo que los españoles tienen miedo a las migraciones.

Jürgen Habermas, el gran crítico de la sociedad de masas, recordó sus lecturas juveniles de Unamuno y defendió su vigencia, y aludió también al europeísmo adelantado de Krause, un pensador que fue más apreciado "en la tierra de Don Quijote que en Alemania". Habermas pidió que "los egoísmos nacionales no derriben el proyecto de Constitución Europea" y confió en que "la guerra de Irak, contraria al derecho internacional y una carga de profundidad atlántica", no separe "otra vez a la nueva España democrática de la vieja Europa".

El Príncipe leyó con voz firme el que es considerado su discurso institucional más importante del año. Algunos dicen que suele limitarse a la enumeración de méritos de los galardonados, pero en años como éste eso bastaría como toma de postura. Elogió el trabajo liberador del cura peruano Gustavo Gutiérrez, la filosofía europeísta de Habermas, el reporterismo combativo de Kapuscinski, la literatura y la lucha sin cuartel de Sontag y Mernissi, los programas solidarios de Jane Goodall, el combate valiente y prudente de Lula, el arte de riesgo de Miquel Barceló, la solidaridad entre pueblos que significa el Tour, la ayuda para salir de la violencia que suponen para los niños los libros de Rowling. Y ensalzó especialmente la esperanza que significa Lula, "su gran corazón y el optimismo y la fuerza de sus sueños".

Quizá no hacía falta decir más. Pero lo dijo: citó la amenaza medioambiental de "la codicia y la ignorancia", recordó con afecto a los voluntarios del Prestige ("una actitud realmente admirable de la que nos sentimos orgullosos y solidarios"), defendió la razón y la moral, dio su apoyo a la lucha feminista por la igualdad, y deseó "fervorosamente" un futuro mejor para Marruecos.

"En esta hora marcada por tensiones y enfrentamientos, cuando tristemente habla con frecuencia el terror y el afán de anular y destruir violentamente las ideas ajenas", es necesario recurrir al "diálogo, la pluralidad y el entendimiento", dijo el Príncipe ante la reina Sofía y diversas personalidades.

Miquel Barceló es aplaudido por los otros galardonados tras recibir el Príncipe de Asturias de las Artes.
Miquel Barceló es aplaudido por los otros galardonados tras recibir el Príncipe de Asturias de las Artes.GORKA LEJARCEGI
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