Un secreto para todos nosotros
En la portada de la segunda novela de la escritora argentina Patricia Sagastizábal, Un secreto para Julia, reza un texto como reclamo publicitario: "El horror de la dictadura militar argentina a través del drama íntimo de una madre y una hija". En esta novela, efectivamente, se habla de una madre y una hija, amén de otros personajes, y se habla también de la dictadura argentina. Estos aspectos se mencionan y como tal no hay ninguna duda de que esta novela trata de ellos. Lo que ya no queda tan claro es que junto a ello, los lectores tengan la oportunidad de hacerse alguna idea aproximada de aquel horror, y que, además, se les comunique algo parecido a un verdadero drama humano. Las incorrecciones de esta novela son muchas y de variado tipo, y es ello lo que hace que se avance por sus páginas a trancas y barrancas.
UN SECRETO PARA JULIA
Patricia Sagastizábal
El Aleph. Barcelona, 2003
224 páginas. 15,50 euros
En Un secreto para Julia se nos narra la historia (se supone que el secreto) de una mujer llamada Mercedes Beecham, en su exilio en Londres. Mercedes, que es argentina de padre inglés, parece que fue secuestrada, torturada y violada por un militar. Producto de esa violación es Julia, a la que Mercedes le ha ido escondiendo su historia y que se supone que es la carne esencial de esta novela. Pero Julia ya es adolescente y comienza a hacer preguntas comprometidas. Parece ser, pero no estamos muy seguros, que el drama consiste en que Mercedes, que es también la narradora, se niega a contarle la verdad a su hija. Mientras tanto Mercedes estudia filosofía. Aquí comienzan las dificultades de la novela y la confusión de líneas temáticas. En la facultad, Mercedes hace amigos. No se sabe exactamente en que rama de la filosofía trabaja, pero ello no le impide trabajar en un equipo con filósofos muy famosos (a éstos, la narradora les llama famosos). Un día, en un supermercado, conoce a una prostituta que estaba siendo acosada por un sujeto. Mercedes, ni corta ni perezosa, defiende a la desconocida con un buen golpe en la entrepierna del acosador. Cuando uno lee esta escena, hacia la mitad, no acaba de saber qué papel desempeña en la novela, y es entonces cuando el que lee vincula este ejemplo de insuficiencia literaria con otros ejemplos más notorios e injustificables. Un día aparece el violador de Mercedes. Como uno ya se maliciaba, dicho violador (y represor) resulta increíble, además de narrativamente inverosímil. Algunas descripciones de tortura nunca aciertan con el tono horroroso que la situación exige. Sagastizábal, además, parece que no leyó a Tom Sharpe o David Lodge, porque si los hubiera leído no nos hubiera dado una versión tan dulcificada de los claustros universitarios ingleses. Y si además, todo ello no tiene el más mínimo soporte de credibilidad dramática, agravado todavía por la descuidada prosa y otras flaquezas por el estilo, creo que no tengo más remedio que no recomendar este libro.
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